Se ha escrito demasiado -y con razón- sobre lo que representa la exigencia de amnistía aceptada por Pedro Sánchez en España para contar con los 7 votos que le consiguieron la investidura para el próximo período de gobierno. El tema se ha trajinado en editoriales severos en cada medio de habla hispana con distintos decibeles al referirse a lo grave de que el próximo ejercicio vaya a estar en las manos de secesionistas, enjuiciados por fechorías en contra de la democracia y de la unidad de España y de prófugos de la justicia española. Damos por sentada la inconveniencia de tal situación y deploramos la politización de la justicia, como la que están enarbolando el partido de gobierno y sus aliados para justificar la permanencia en el poder de su candidato.

Pero es preciso referirse ahora a otro tema, esta vez de política exterior del nuevo gobierno, que mantiene a la Madre Patria inquieta y con pocos chances de recoger buenos frutos de la comunidad internacional. Horas apenas después de haber logrado su cargo el presidente en ejercicio voló a Israel y comete allí una de las más desfachatadas torpezas diplomáticas que se hayan podido ocurrir para desviar la atención del país de la barrabasada de la amnistía. El país sigue inflamado y era menester proponer otro tema de polémica para cambiar de tono el malestar y la queja que no se detiene. ¿Que hay mejor, pues, que la guerra entre Israel y Hamás que tiene al mundo en ascuas?

Solo que la metida de pata de Pedro Sánchez ha sido igualmente descollante. Sin objetar por un minuto el horroroso acto criminal y terrorista con que se inicia esta guerra por parte de Hamás, masacrando jóvenes inocentes, desmembrando niños, calcinando personas y capturando rehenes inocentes para exhibir su odio ante el mundo, Sánchez resuelve desmarcarse del resto de la Unión Europea y emite, en solitario, un juicio vinculante para su país sobre la inconveniencia de la respuesta bélica israelí en la que han perdido la vida terroristas de Hamás, pero a la vez ha cobrado la vida de inocentes palestinos.

Más allá de la diatriba política relacionada con la justeza del apoyo al Estado palestino, la primera observación es que no es este el momento de inmiscuir a España en una diatriba de tan enorme complejidad. La segunda es lo inconveniente de no hacer causa común con Europa en el camino que ésta escoja. La tercera es que resulta impropio comprometer la política española en el exterior sin contar con una posición previa y solidaria de las fuerzas vivas de su país, teniendo como tiene Sánchez en sus manos una Presidencia endeble.

La organización terrorista Hamás, reconocida como tal por la UE, Gran Bretaña y Estados Unidos, no vaciló para publicar un comunicado felicitando a Sánchez por su iniciativa con estas palabras: «Reconocemos la postura clara y audaz del primer ministro… español Pedro Sánchez, quien condenó las matanzas indiscriminadas del Estado ocupante contra civiles en la Franja. Además, señaló la posibilidad de que su país reconozca unilateralmente el Estado palestino en caso de que la Unión Europea no tome esta medida”.

El hombre debe haber sido llamado al botón por propios y ajenos, pero Sánchez permanece inmutable, arrogante y todopoderoso ante la reacción negativa de muchos en su país y la demanda de una respuesta contundente a los terroristas. Se siente fuerte, armado del cargo que le consiguieron otros compatriotas de los que antes era detractor absoluto. Su respuesta airada a la exigencia de los medios y del país de una explicación sobre su posición unilateral en un tema de tanto calado y en el momento en que el antisemitismo se está despertando en España fue otra bofetada a los españoles y a los judíos.

Tan grave como todo ello es que se haya iniciado ya la ejecutoria del levantamiento del muro que el alto funcionario prometió en el momento de su investidura. El primero de los objetivos es la prensa que lo adversa y que objeta sus acciones torcidas. Arropado y vilmente fortalecido por la legitimidad que le da el ejercicio de su cargo, algunos medios son ya perseguidos y penalizados. Esta impronta totalitaria no es más que el preludio de lo que viene si la oposición –costándole lo que le vaya a costar– le permite sus dislates. Forma parte intrínseca del ejercicio democrático el aceptar divergencias, pero Pedro Sánchez es todo menos demócrata.

Esta legislatura será mucho más difícil y más convulsa de lo que pensamos cuando el tema era solo la amnistía y el referéndum independentista.  Apenas a dos semanas de su designación, Pedro Sánchez ya tiene a España de cabeza.


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