Vaya por dónde. Una ciencia como la Biología, despreciada alguna vez por físicos químicos es la que, aliada a otras disciplinas del conocimiento, ha terminado dando una variedad de pistas sobre este enredo que constituye el comportamiento humano. Al final resulta que no vamos a ser tan diferentes a las hormigas, como sugirió una vez Levy Strauss y nos está señalando la psicobiología, la neurobiología o la sociobiología. Hay, al menos, dos textos que sugieren que nuestra naturaleza biológica condiciona nuestra conducta en muchos sentidos. Me refiero al Gen egoísta (The Selfish Gene, 1976), de Richard Dawkins, y a La insensatez de los necios. La lógica del engaño y el autoengaño en la vida humana (The Folly of Fools. The Logic of Deceit and Self-Deception in Human Life, 2011), de Robert Trivers.

El primero nos explica una teoría de la evolución a partir de nuestra constitución genética, en la que los organismos no son más que meras máquinas de supervivencia comandados por nuestros genes, y la memoria colectiva (memes) una complicada argucia de la genética para la supervivencia de la especie. El texto de Trivers también es una explicación a partir  de la evolución humana, pero allí es el engaño a los otros y a uno mismo el que sirve para abrirse paso en el mundo y no perecer en el intento, algo que había señalado ya el mismo Nietzsche desde su “perspectivismo”, en libros como Más allá del bien o el mal (1866), La geneología de la moral (1877) o el esclarecedor Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1873).

Pero hay otro texto, La ceguera voluntaria (1985), del historiador Cristian Jelen, en  que  muchas de las cosas que dicen los autores anteriores se aplican a un hecho histórico concreto: el comunismo y la renuencia de los ciudadanos a reconocer las barbaries que se han cometido en su nombre. Allí muestra que la intelectualidad francesa (y europea en general) se tapó los ojos ante la crueldad del régimen comunista soviético desde el mismo momento de la Revolución de Octubre para no ver a dónde habían conducido, o podían conducir, sus ideales. Jelen prueba que los socialistas franceses apenas comenzar la revolución rusa tuvieron noticias de las características totalitarias del sistema bolchevique: “policial, terrorista, asesino, guerrero, enemigo de todas las libertades, reaccionario y avasallador”.

A este texto nos hace referencia continuamente Federico Jiménez Losantos en su extraordinario texto de reciente aparición y obligada consulta Memorias del comunismo. De Lenin a Podemos, en el cualtermina haciéndose las mismas preguntas que se hace Jelen: ¿cómo después de más de 100 millones de muertos los ciudadanos siguen confiando en las ideas comunistas?

Jiménez Losantos es un escritor español, doctorado en Filología inglesa que mantiene un programa de radio muy popular en España, llamado Las mañanas de Federico, en el que frecuentemente hace alarde de una memoria prodigiosa y una erudición envidiable. En su texto se interroga sobre las razones que impulsan a ese ocultamiento, a esa profesión de fe, de deformación y hasta mitificación del comunismo. Y con el fin de evidenciar y recordar lo que es este en realidad, se pasea a través las concienzudas 759 páginas que componen el libro por diversos fenómenos (los inicios de la revolución rusa, la vida de Lenin, la influencia de Stalin en la Guerra Civil española, la actuación del Partido Comunista Español o la constitución del partido Podemos, entre otros) para constatar que “la ceguera voluntaria ante el comunismo sigue intacta en los medios de comunicación y en los tribunales que han archivado, casi siempre, todo atisbo de flagrante  delito”. La respuesta a su pregunta la encuentra no solo en esa “fatal arrogancia” que exhiben los comunistas de creerse fieles acompañantes de la historia en su proceso justiciero, sino en la necesidad que tienen algunos de continuar creyendo en un ideal, en una utopía, aunque para que esta pueda realizarse se tenga que recurrir irremediablemente a la violencia, como señaló Popper en su momento.

Federico Jiménez Losantos cita frecuentemente la trágica experiencia de Aleksandr Solzhenitsyn, narrada en su obra El Archipiélago Gulag (1973); una obra que lo cambió –y nos cambió– para siempre. Y como otros antiguos comunistas (Escohotado, Hayek, Revel) que han conocido el monstruo por dentro, no se cansa de alertarnos sobre lo que puede ocurrir en España y de cuáles son las intenciones de los principales líderes de esa especie de religión civil (tomando prestado las palabras de Rousseau) llamada comunismo.

En resumidas cuentas, y hablando de ceguera, todo ello viene a decir lo que unos cuantos refranes populares nos han dicho desde tiempo atrás: que no hay peor ciego que el que no quiere ver, y que la culpa no es del ciego sino del que le da el garrote.


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