Foto RAÚL

La imagen real de esta España, en espejo fiel, resulta preocupante a la mayoría de sus ciudadanos. Salvo para aquellos que van a serlo, en breve plazo, con el objetivo de que voten en las próximas elecciones. No haría falta pasar, sin embargo, por el callejón del Gato, «templo del esperpento», como escribía Valle Inclán, con sus superficies especulares cóncavas capaces de distorsionar todo, para encontrarla confundida con una irrealidad, dictada por el poder y acogida por la ignorancia. Eso lo hacen hoy, con gran eficacia, las redes sociales, donde estos nuevos «peregrinos de la ciudadanía» y sus mentores, se quitan el cráneo como don Latino, ante Max Estrella. Aquella España de Luces de bohemia se deslizaba cuesta abajo entre el encanallamiento de unos, la indiferencia de muchos y la desconfianza general; mientras los jóvenes modernistas se burlaban de casi todo, hasta cuando aparentaban respeto hacia algo. Ahora también. Volviendo a don Ramón podríamos decir que un siglo después, al paso del tiempo, desaparecieron muchos de los bohemios vividores, pero la golfería cambió sólo de disfraz y de escenario.

Frente al actual panorama, surrealista y grotesco, al que las últimas «grandes leyes» de este gobierno contribuyen desmesuradamente, nos queda la Ilusión en una u otra de sus manifestaciones, negativa o positiva, como muestra de sometimiento o de rebeldía. En el primer apartado cual imagen errónea de la sociedad; espejismo, alucinación, quimera, fantasmagoría, desvarío, … engaño siempre, nos acomodamos en ella con cierto desgano pero sin esfuerzo. Otros lo hacen por nosotros para mantenernos, a toda costa, en la situación presente, por intereses sectarios, desconfianza y miedo recíprocos. En el segundo en su forma movilizadora, como sentimiento optimista; esperanza especialmente atractiva en cuanto pretensión de felicidad, necesitamos atrevernos a buscar algo mejor. En cierto sentido estaríamos particularmente obligados. Recordemos que, más acá de la polimórfica interpretación calderoniana, la ilusión discurre de mentira deleznable a sentimiento vital, con el romanticismo español, de la mano de Espronceda, principalmente. Tal y como escribió Julián Marías en su Breve tratado de la ilusión (1984).

En última instancia habremos de elegir entre la certeza de la frustración permanente, propia del fraude, y el riesgo de la desilusión ocasional inherente a la búsqueda de la felicidad. Aquella conduce a graves sacudidas sociales; ésta deja abierto el camino a nuevas ilusiones. La ilusión no es en sí misma, sino en cuanto se vive en y para ella. La ilusión va más allá del individuo y termina incorporando a los demás como fuerza ante el horizonte definitivo de la existencia. Uno de los mayores estragos que puede provocarse en la sociedad, sobre todo en los jóvenes, es tratar de ilusionarlos con engaños, sabiendo que se les miente.

Puede sonar raro hablar de ilusión en esta encrucijada de grandes dificultades económicas, sociales y políticas envueltas bajo el manto de la falsedad, abrigo de la desconfianza. Ante los enormes problemas que nos rodean no cabe la disimulación. Seamos conscientes de que la ilusión-mentira empuja al escapismo y provoca la desmoralización. La necesidad de despertar la confianza de la sociedad requiere la ilusión-sentimiento, que asume la realidad para trascenderla. Esa ilusión refuerza al ser humano en la consciencia de sus limitaciones pero, simultáneamente además, en la lucha por superar las fronteras. La ilusión, anhelo de mejorar, nos lleva a conocernos en nuestra dimensión suprema acercándonos al límite de lo aparentemente imposible. La ilusión, imagen simétrica de la vida, en dinámica constante por ampliarla, mediante la esperanza, proyecta al hombre hacia el futuro, anticipándole a sí mismo, sin dejar de sentir a través de la memoria viva aquello que ya no tiene. A caballo de ella se asoma el hombre más allá de la realidad que le circunda. Esa es la forma en la que desarrolla su historia, en cuanto acaba concretando las posibilidades alcanzadas y sigue progresando en los dominios de la literatura; la batalla contra la frontera, según Kafka. El relato del espacio-tiempo habitado por la imaginación.

Apuntaba don Julián, en la obra mencionada, entre otras cosas, una reflexión atractiva, y también preocupante; sobre todo para el historiador a la hora de enfrentarse a cualquier momento del pasado o del presente. Si se pudiera medir la pretensión de felicidad –decía– y compararla con su realización media, se llegaría a una visión de la historia de apasionante interés. Ciertamente resulta muy difícil evaluar el ansia, ilusionada e ilusionante, de una sociedad y el grado en que se satisface; pero, sin duda, comprenderíamos mejor, que a través de cualquier otro parámetro, muchas de sus reacciones. El desequilibrio abrupto, en cualquier circunstancia, entre las expectativas creadas y los logros alcanzados conduce a la desilusión, frustración que alimenta comportamientos colectivos extremados. Sólo vivir ilusionadamente permite tener ilusión.

Artículo publicado en el diario La Razón de España


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