Foto RAÚL

Ante el sesgo de los acontecimientos políticos por los que viene atravesando la sociedad española, desde hace un lustro, se repite insistentemente, en amplios sectores sociales, la pregunta un tanto retórica: «¿cómo hemos llegado a esto?». El creciente malestar que subyace tras esta interrogación se tradujo en otra, mezcla de desorientación y pasividad: «¿qué podemos hacer?». La manifestación de mañana 21 es una gran oportunidad para dar la respuesta adecuada. La convocatoria no permite equívocos ni disimulos. Pocas llamadas, más decisivas, para la movilización ciudadana, que ésta en defensa de España, la Democracia y la Constitución.

Al considerar el primero de los motivos de la cita de este sábado, me viene a la memoria el discurso de Maura, en el Congreso de los Diputados, el ya lejano 26 de junio de 1904. Decía don Antonio que «el español no llega a comprender el concepto de la Patria; tiene el sentimiento de Patria, … pero no llega a entenderla». Ha corrido mucha agua desde entonces bajo todos los puentes de nuestros ríos, pero todavía hoy algunos siguen sin comprender lo que significa España. Sin embargo, todos los que estarán allí mañana, y la inmensa mayoría de hombres y mujeres de cualquier rincón del país, sí lo saben. Y sienten una lógica frustración ante la España que pudo, puede y podría ser, frente la que es y será a la vista de las negativas circunstancias que vivimos. El gobierno presidido por Sánchez no sólo ha destruido el pasado a su antojo, sino que nos ha traído un presente preocupante y apunta a un futuro, más que incierto, demoledor.

La situación es grave y no están dispuestos a claudicar de su condición de españoles, orgullosos de serlo. Por tanto se ven obligados a salir a la calle, a exigir al señor Sánchez el cumplimiento de la Constitución, el fin de sus maniobras antidemocráticas y que deje de colaborar con quienes intentan romper España. O ¿acaso puede dudarse de los propósitos declarados públicamente por los separatistas y los filoterroristas, auspiciados por el principal responsable de un gobierno del Reino de España que trabaja contra España y el Rey? Hagamos que se lo piensen mejor ante la presencia de tantos españoles que proclaman hoy, sin miedo, su decisión firme de no consentirlo; a pesar de la impunidad otorgada por el gobierno a los golpistas del independentismo catalán, España es mucho más que la ambición de poder de un gobernante. ¿No es claro el deterioro de la democracia ante las maniobras gubernamentales? ¿No fuerza el capricho del señor Sánchez partes fundamentales de la Constitución?

La actividad del Parlamento es casi todo menos parlamentaria. El poder judicial acaba de ser tomado por el ejecutivo. Un Tribunal Constitucional, cuyo presidente es proclive a mancharse la toga con el polvo del camino, puede acabar fácilmente convertido en un lodazal, bajo la lluvia de presiones del gobierno. Pocos juristas, que consideren el Derecho como referente superior a los intereses ideológicos, creen, a estas alturas, que existe en España un verdadero estado de derecho.

En la marea de la mentira y la propaganda, que propician una percepción deformada de la realidad, valores como la libertad, la igualdad ante la ley, el respeto y el sentido de pertenencia a un proyecto común, aparecen subyugados por la ideología, máxima expresión de la inteligencia mínima. Más útil, cuanto más ramplona y radical, para mantener la situación inventada del conflicto permanente, en el que se nos instala. Otra forma de romper España.

El 2023 ofrece a los ciudadanos la oportunidad de convertirse en verdaderos protagonistas de la vida pública. La jornada del sábado 21 de enero puede resultar decisiva. Mañana asistimos al primer ensayo general de la representación, en la calle, de la España acosada por una parte de sus «políticos» y mal, o poco defendida, por otros. Este año electoral, acaso el más decisivo desde 1936, hará que la actividad del país se vea subordinada a los intereses electoralistas de esos políticos, convertidos en meros espectadores de una situación que deberían haber evitado. Los mismos que buscan desesperadamente asegurarse su supervivencia a cualquier precio. Ya decía Sagasta que lo peor de ellos es que son seres vivos, o sea comen.

La calle no es el escenario idóneo para la política, en ella no cabe el diálogo; sólo se oye los exabruptos, las amenazas. Además, entre otras cosas, tiene dos aceras y contra los situados en una de ellas, será movilizada mañana otra parte de la población. Pero no queda otro remedio la gente, no la que etiquetan como tal los medios gubernamentales, se moviliza en defensa de un país, capaz de acoger a todos los que estén dispuestos a hacer que la democracia sea algo más que una palabra vacía, y de que España no se negocia.

Artículo publicado en el diario La Razón de Espana 


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