Las elecciones en España confirmaron lo que todos sabían: sigue dividida. En el Reino reina la confusión y el recelo. La guerra civil, ahora incruenta, continúa.

Quienes habitan en la península ibérica y hablan el castellano -y no en todos lados- no llegan a un punto de encuentro. Se sienten diferentes: se aferran a sus regiones y otras cosas más que se suman aquí y allá. Catalanes, gallegos, vascos, andaluces, extremeños, asturianos, etc., conviven en la península pero están divididos: los números cantan.

Hablar de naciones quizás sea exagerado; salvo los vascos, de origen impreciso e idioma propio. Éste contemporáneo, si no más antiguo que el propio castellano. Las Glosas Emilianenses, anotaciones hechas al margen de un texto en latín, lo fueron en idioma castellano unas y otras en euskera, el idioma vasco.

Casi siglo y medio después vuelven a darle la razón al famoso político conservador Antonio Cánovas del Castillo, quien, ante las dudas sobre cómo definir a los españoles en el primer capítulo de una nueva Constitución, dijo: “Pongan ustedes… español es todo aquel que no puede ser otra cosa”.

La cuestión es que esta vez el Partido Popular de Alberto Núñez Feijóo le ganó cómodo al Partido Socialista Obrero Español del presidente Pedro Sánchez. Centro derecha y centro izquierda hacen la gran mayoría. Deberían acordar entre ellos: respetar el mensaje de los votantes y remarcar la unidad y fortaleza frente a una minoría de separatistas e independentistas que quieren irse, que no quieren seguir siendo españoles y que quieren ser otra cosa.

Los dos grandes partidos tienen la oportunidad de unir a España; fortalecerla. Justificar su existencia.

Pero, qué va: difícil con Sánchez. Quiere seguir en la presidencia, cargo en el que se siente cómodo aunque lo sea con dudosa legitimidad. Ha demostrado que se adapta.

El PP, pese a ser el gran ganador, no logra la mayoría para llegar al gobierno. Los votos de Vox, radicales de derecha, no alcanzan; además, son políticamente incorrectos, dice el relato. Son mala junta. Los vascos del PNV, con votos claves, jamás, dicen, votarían junto a Vox. Cosa curiosa, no tienen prurito en votar al PSOE junto a Bildu, el partido nacido de la ETA, sus enemigos de antaño, de izquierda y tan radicales como Vox, por lo menos; son separatistas y defienden y vitorean a los etarras presos juzgados por terroristas.

Pues Sánchez los acoge y festeja con fervor. Los necesita. Con sus socios de Sumar -comunistas y ex-Podemos ligados al chavismo, pero a los que no se califica de extremistas ni de radicales- no basta. Necesita los de los vascos, aunque sean separatistas y condicionen en esa línea; pero, peor aún, debe pedir los votos a los dos partidos separatistas catalanes. Son clave. Sánchez tiene que conseguir el favor, que voten o se abstengan, de Juntos por Cataluña, el partido del requerido y fugado a Bélgica Carles  Puidgemont y con dirigentes presos por asonada o sedición. Estos exigen separación, referéndum e indulto general.

¿Sánchez pagará ese precio? Él dice que ganó, con ese equipo de rejuntados y de izquierda anti-España.

¿El Rey qué hará? Se lo facilitará a Sánchez o reclamará al PP y al PSOE que salven la integridad -y el Reino- o les anunciará que habrá nuevas elecciones en cuatro meses.

Dijo el poeta: “Niños del mundo, si cae España, digo es un decir, si cae”.

Muy preocupante.

* César Vallejo.


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