Era uno de esos días de la prisión domiciliaria. Había cumplido 70 años y el retorno a la casa era un hecho. Su casa prisión se movía desde La Ahumada a un apartamento de la señora Matos. El tiempo de El Junquito fue abierto y le daba la opción para recibir por separado, en el mismo sitio, a las dos familias, a allegados muy estrechos y algunos invitados especiales que seleccionaba eventualmente. Los amigos de las circunstancias se habían distanciado sobremanera. Ustedes saben lo que ocurre cuando se pierde el poder, con los amigos de las circunstancias. Se quedaban los verdaderos. Arrastraba un conflicto interno que se confrontaba con la terquedad y la soberbia, y la realidad de la conspiración militar con la que dormía en los tiempos de poder, en los aposentos del palacio de Miraflores, en la quinta de Prados del Este, y en la otra residencia del Marqués. Eran los tiempos en que aún no aceptaba la pifia de su decisión y la equivocación de haber descansado los asuntos de Fuerte Tiuna en los esguinces del corazón, de la familiaridad y de la cordialidad de la tierra tachirense. De ese peso de la duda quería deslastrarse y dejarlo flotar ya con la inconsecuencia, la deslealtad y la traición característica de esas coyunturas. Pero, quería ser justo. Los andinos no tienen corazón para la injusticia, por mucha soberbia y terquedad que le corrieran por las venas. Y eran momentos de descargarse de pesos muertos como la duda. En La Ahumada, cuando compartía esas inquietudes le reforzaban positivamente al general con cosas como «El ministro es incapaz de tirar por la borda tantos años de relaciones familiares. Yo no creo que él haya sido parte de alguna conspiración ni creo que haya tenido aspiraciones políticas que lo hubieran puesto en el camino de la traición.» En cambio, en El Marqués eran diametralmente opuestas las posiciones. Eran más comedidas y respetuosas, sí, pero se percibían y se expresaban con contundencia casi desde antes del 4F. «Yo no confío en el general.» Casi nunca le mencionaban el apellido. Solo bastaba la jerarquía y se sabía hacia quien iba dirigido el comentario. Cuando se asomaba el tema, la señora Matos se centraba en esas seis palabras. Con ellas abría el tema y lo cerraba inmediatamente. Eran más de 30 años de relación y conocía cada gesto, cada expresión y cada firmeza en las posiciones del presidente. Ya sabía hasta dónde la licencia de la cama, le permitía sugerir, recomendar y presionar directamente en el tema de la política sin afectar la relación. El asunto del general ya había extinguido su tiempo para eso. Por eso mismo aguardaba por mejores tiempos. El golpe del 4F, la salida de la presidencia, la cárcel y ahora está etapa de prisión domiciliaria, debería haberle permitido muchos espacios para la reflexión y la valoración. Y por eso celebraba íntimamente, cuando él invitaba a esos almuerzos para oír voces diferentes. Menos vinculadas a él personalmente, a su entorno, a su partido, a su gobierno; y sobre todo despojadas de cualquier interés a futuro. No había espacio para una tercera presidencia. La mesa la compartían un empresario amigo, una cuñada, dos políticos allegados, el general Juan Antonio Herrera Betancourt y el hombre que caminaba que presidía la comida. Después que despacharon el almuerzo, en la etapa de bebidas y bajativos, el presidente le disparó una pregunta inesperada al general, que sumió a la mesa en un silencio espeso. «General,¿cuál era la decisión más importante que hubiera tomado usted, como presidente de la república, el 4F?» Todos los ojos de la mesa se posaron en el general. Ex comandante de la brigada blindada, senador ante el congreso nacional y un venezolano integral, un viejo roble militar, para nada identificado políticamente con la corriente política del presidente. «Presidente, inmediatamente después de estar superada la crisis, a todo el Alto Mando Militar lo relevo en los cargos y ordeno una corte marcial para iniciar una investigación sumaria de alto nivel que incluyera a los altos mandos relevados y los anteriores que sean mencionados, para establecer las responsabilidades correspondientes. Era la mejor manera de liberar de sospechas de traición o de imputar realmente a los implicados. Y el mejor camino de la justicia». Al presidente no le gustó la respuesta. No estuvo de acuerdo y lo manifestó. Se tomó una medicación prescrita que tenía al lado, se levantó de la mesa, pidió permiso para retirarse unos minutos a la habitación a pasar los efectos de la medicina y retornó a los 15 minutos más dinámico y con mejor expresión. «General, usted tiene toda la razón, he debido ser más duro en las decisiones y relevar a todo el Alto Mando Militar. Me hubiera ahorrado unas largas preocupaciones y hubiera salido mejor librado políticamente. Probablemente, hubiera terminado mi ejercicio presidencial y no hubiera tenido esta muerte política.» La mesa retornó a un mejor ambiente y la cara de la señora Matos también tomó un mejor semblante.

—Durante todo el ejercicio de los dos periodos presidenciales y en toda mi trayectoria política siempre separé los asuntos de la casa con las decisiones del gobierno que presidìa. Y en eso, tuve el suficiente recato para diferenciarlo y para que lo hicieran mis afectos, mis hijos y allegados. Afortunadamente, mi familia compendió eso y lo respetò. Pero, además eso también lo comprendiò mi partido. Precisamente, uno de los problemas más críticos durante mi segundo gobierno fue que no aceptè las recomendaciones y mucho menos las imposiciones de cuotas en determinados cargos, que se me exigían desde acción democrática. De manera que niego cualquier intervención de la señora Matos en la designación del general como ministro. Debo en abono de la respuesta indicar lo siguiente. En Venezuela, la historia de las relaciones con el poder siempre ha planteado un acercamiento por la vía de los familiares más inmediatos, para lograr cargos o favorecer algunas decisiones. Yo sé de muchos del área política que se acercaban a la señora para que intercediera en una decisión para una designación y ella lo comentaba de acuerdo con el nivel de su confianza, pero estaba consciente de mi seriedad en esos asuntos y se cohibía de hacer alguna sugerencia cuando veía mi posición firme en una decisión ya tomada. De esos tiempos, se de todos los generales y almirantes que se acercaban socialmente a la casa con ese objeto. Sobre todo, en las temporadas de ascensos y asignación de cargos. Los generales y almirantes pensaban que la señora Matos tenía poder para eso y la señora Matos sabía que no. Ahora, con base a eso, muchas cosas que no controlaba ni se gobernaba desde la presidencia de la república, se hicieron muchas irregularidades y se tomaron muchas decisiones ilegales, amparados en el nombre de la señora Matos. La designación del general en el ministerio de la defensa fue una decisión tomada en estricto ejercicio de mi atribución como comandante en jefe de las fuerzas armadas. No voy a negar que conozco familiarmente al general desde mucho antes de ingresar al ejército y conozco muy de cerca su trayectoria militar. Me unen a su padre, vinculaciones de amistad y de familia. Eso tuvo alguna influencia para su designación, en la que quien menos me lo mencionó fue la señora Matos. Sobre la agenda política del general, esa es una dolorosa claridad que me presentaron con contundencia, después de los eventos del 4F…

—Si. Ese tema de la agenda política del ministro puede dar lugar a aclarar otros eventos desarrollados antes y durante el 4F. De allí la necesidad de abundar sobre el tema de las aspiraciones políticas del general. Y si estamos hablando de la agenda política del ministro de la Defensa, estamos hablando de Miraflores, de la presidencia de la república, y la llegada a través de cualquier vía, en plena crisis posterior al 4F de la cual él fue un factor protagónico. Hablemos de eso.

 

Continuarà…


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