Ataque al Palacio de Miraflores el 27N

El maravilloso número 7

No voy a apelar en este instante a ese extraordinario libro de metafísica de nuestra ilustre compatriota Conny Méndez. Aunque todo lo que ha ocurrido durante estos últimos 30 años en Venezuela, muy bien pudieran aparejarse con esos predios de la abstracción cuando se le quiere conseguir sentido a lo que ha ocurrido. En el antes, en el desarrollo de todos los intríngulis de la conspiración; en el durante, en los dimes y los diretes de esas 48 horas que duró el golpe de estado, y en el después, en el camino que se le sirvió expedito a Hugo Chávez para que hiciera en el camino electoral, lo que no pudo hacer con la violencia del golpe. Todo lo que se ha escrito, todas las interpretaciones, todas las vinculaciones, y todos los nombres que se asoman en el protagonismo, no parecen tener sentido y lo tienen. Y mientras más se investiga y más se profundiza en la naturaleza, la estructura, los componentes y su asociación con la lógica y la razón, la realidad del 4F se difumina en los arcanos, se desvanece en los secretos eternos del cosmos, y se disipa en los impenetrables mundos de la abstracción. Se evapora en un éter de la inconsciencia y la ignorancia. Como para un profano chocar de frente con la metafísica. En el nacimiento de la democracia, los maestros de la obra republicana que se iniciaba en 1958 se afincaron en una decisión, después de valorar la fuerza del perezjimenismo fundada en la centralización del mando de las fuerzas armadas de ese entonces en el Estado Mayor General y dictaron el decreto 288 que resolvió por un largo tiempo el tema de la conspiración y el golpismo, al más alto nivel, en Venezuela. Les dieron autonomía a las fuerzas y crearon la figura del Estado Mayor Conjunto. Adicional a eso, activaron en la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas la Junta Superior. Un organismo en número de 7 para tomar todas las decisiones atinentes a la seguridad y defensa del país, y tratar los grandes temas relacionados con el interés nacional. Eso era una realidad y ninguna abstracción. La junta estaba conformada por el ministro, el inspector general, los cuatro comandantes de fuerzas y el jefe del Estado Mayor Conjunto, que legalmente hacía las veces de secretario. También por ley, todos los asuntos tratados debían quedar registrados formalmente. Las decisiones se tomaban por mayoría, y cuando hubiera empates, el voto del ministro valía doble. Sin entrar en un plano de levitación trascendental ni de elevarse astralmente, una conspiración como la que desembocó en el 4F, ¿merecía ser tratada en la Junta Superior? La respuesta sin nada de Aristóteles, sin inscribirse en ningún plano ontológico o lastimarse de algún raspón de la teleología, es contundentemente ¡Sí! Y en algún rincón del edificio sede del Ministerio de la Defensa, en alguna gaveta de un escritorio, arrinconadas y esperando, deben estar esas actas. El primer Alto Mando Militar del presidente Pérez estuvo conformado por el general de división Filmo López Uzcátegui de la Aviación como ministro, el general de división Carlos Peñaloza Zambrano en el Ejército, el vicealmirante Héctor Jurado Toro en la Armada, el general de división Cándido Faría Rodríguez en la Aviación y el general de división Manuel Ibedaca Romero en la Guardia Nacional. El cargo de inspector general lo asumió el vicealmirante Carlos Larrazábal y el de jefe del estado mayor conjunto el general José María Troconis Peraza, quien solicitó extemporáneamente su pase a la situación de retiro y fue sustituido por el general Juan José Bastardo Velásquez, ambos del Ejército. Esos fueron los primeros maravillosos números 7 del Alto Mando Militar desde julio de 1989 hasta julio de 1990. Ese año ocurrió el episodio de los segundos comandantes detenidos, interrogados y relevados del mando en el Ejército, por un golpe de Estado. ¿Eso se debatió en la Junta Superior? El siguiente año militar entre julio de 1990 y julio de 1991 los nuevos maravillosos números 7 quedaron integrados de la siguiente manera. El ministerio lo asumió el vicealmirante Jurado Toro, el general Peñaloza es ratificado en el Ejército, el vicealmirante Juan Argenis García va al comando de la Armada, el general Luis Monserrat Pérez a la Aviación y al general Ibedaca lo ratifican en la Guardia Nacional. La Inspectoría General es asumida por el general Eduardo Mola Jiménez y en el Estado Mayor Conjunto recibe el general Manuel Heinz Azpúrua. Ese año en materia de conspiraciones no se queda atrás. Durante el mes de junio de 1991 en Ejército se vuelve a detectar la misma conspiración, se eleva al nivel del comandante en jefe y entonces surge la misma pregunta. ¿Eso se debatió en la Junta Superior? El siguiente año militar que se inició en julio de 1991 los nuevos maravillosos número 7 fueron, el general Ochoa Antich en el ministerio, el general Pedro Remigio Rangel Rojas al Ejército, el vicealmirante Ignacio Peña Cimarro a la Armada, el general de división Eutimio Fuguett Borregales a la Aviación y el general Fredys Maya Cardona a la Guardia Nacional. A la Inspectoría General fue designado el vicealmirante Elías Daniels y como jefe del Estado Mayor Conjunto el general de la Aviación Iván Jiménez. La decisión más crítica, la que facilitó la materialización del golpe de Estado del 4F, fue la designación como comandantes de batallón de todos los mencionados insistentemente en los expedientes del golpe durante los años 89, 90 y 91 que han debido quedar registrados en la Junta Superior. Entonces se sigue insistiendo hasta el fastidio con la pregunta. ¿Esas designaciones se debatieron en la Junta Superior? Como lo ven, en materia de responsabilidades en lo atinente al 4F, esta se distribuye entre quien usó los deberes del cargo para alentar la conspiración, y entre quienes dejaron de usarlo para pasar y dejar pasar.

Un capitán de infantería, de mis tiempos de subteniente, de esos que encajaban en la descripción del general colombiano don Álvaro Valencia Tovar de “don de mando escandaloso, fealdad casi absurda y cortedad cerebral” para presionar en el cumplimiento de una orden casi imposible de cumplir, nos decía a los subalternos “sorpréndanme con sus competencias, porque si no, pasan a la categoría de cargacatres”. A los integrantes del maravilloso número 7 de aquellos años 89, 90, 91 y 92, entonces… sorprendan a los sufridos venezolanos. Hasta la comodidad del retiro puede perseguir la responsabilidad histórica sin leerse a Immanuel Kant o Arthur Schopenhauer.

La agenda política del ministro es un desarrollo largo. Tanto como para coordinar otra conversación. Toda la claridad se inicia cuando en la prensa nacional, en los días siguientes del golpe del 27 de noviembre de 1992, apareció una fotografía del canciller de la república en plena avenida Urdaneta rodeado de dos efectivos militares, mientras los aviones militares bombardeaban Caracas y él con una pistola en la mano parecía enfrentarlos. A mí me llamó poderosamente la atención la imagen y la consulté en opinión. Sobre todo, porque consideré inconveniente con nuestros aliados internacionales de la democracia y la paz, transmitir una imagen de nuestro gobierno asediado por el golpismo y ver a nuestro principal diplomático, enfrentando la violencia con la violencia. No vi eso, en ese momento muy prudente. Esa era una imagen más en sintonía con el general Jiménez Sánchez, el ministro de la Defensa…

Sí. Hubo incluso en los cuarteles unos comentarios irónicos y sarcásticos sobre esa imagen del general, con la pistola desenfundada en la avenida Urdaneta y con la aviación rebelde en el cielo caraqueño bombardeando Miraflores. Que el ministro pasaba a la historia junto con el general George Patton de ser los únicos en enfrentar a la aviación con una pistola. Yo comprendo que allí hay incluidos varias etapas y muchos procesos, que fueron dejando en el camino la verdad que usted en el plano actual, maneja ahora.

Continuará…


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