De la soberbia a la terquedad hay una ruta escabrosa que se remonta a una cima que lleva a veces a las victorias y en otras ocasiones a las derrotas. Ese parece el ejemplo más revelador de quienes hacen historias de liderazgo y encaminan países. De políticos y militares en la historia hay un grueso inventario a quienes la soberbia les iba abriendo el camino hacia el objetivo y la terquedad se lo marcaba en cada jornada que iban trajinando. A veces esta empujaba torpemente hacia el error aupada por la soberbia y en otras, se imponía la porfía haciendo expedito el camino de la victoria. Alguien graficó en el perfil del presidente un trazo bien grueso de terco. ¡Terco! Y esa señal era una barrera poderosa contra la que se estrellaban ministros, generales, almirantes y embajadores en la antesala del despacho del primer magistrado en la presentación de la cuenta rutinaria. ¡A mí no se me alza nadie! Todavía retumbaba en la prevención del palacio, la reacción. En algunas ocasiones no se trata de la inteligencia que se presenta; ya era un tema que se matizaba pendulando de la insistencia y la porfía a la arrogancia imperial que a veces ciega, por la vía de los dioses, a quienes quieren perder. ¡El gobierno está caído! Todavía le resonaba dolorosa esa expresión telefónica. En el combate, manejarse con tenacidad puede alcanzar victorias, para sobreponerse a la adrenalina de muertes, de destrucción, de heridos y de la propia seguridad personal y familiar. Eso hace la diferencia entre la temeridad y la sangre fría de los comandantes. La mano que lleva el avión y lo saca de la barrena. Sí. La mano. O la que frente al timón en el puente de mando, capeando el temporal en las encrespadas aguas del océano y con el asedio de los torpedos enemigos dirige con todo el aplomo de la experiencia el zafarrancho de la ofensiva o, el comandante que bajo el asedio de las comunicaciones y las informaciones del frente, heridos y muertos de una unidad, el cerco de la metralla, una unidad que se rinde, la retirada de otra, los escasos avances de otras amigas, y con toda esa adversidad valora todas las situaciones, las procesa sobre la marcha y va disparando sus decisiones viables que en poco tiempo van marcando resultados hacia la victoria. Eso hace la diferencia. Hay una imagen cinematográfica del general Patton en un puesto de comando que es atacado por la aviación alemana y este, en pleno pasaje rasante de las ametralladoras, mientras el resto de los generales del gabinete se ponía a buen resguardo, salta por la ventana, desenfunda uno de los dos revólveres Colt que le hicieron historia en el calibre 45 y que cargaba siempre al cinto, y se los descarga al aire en ¿la temeridad? ¿la insensatez? o la sangre fría de la experiencia y la adrenalina de la batalla, con todas las balas de su valor personal y el arrojo de comandante. Como decíamos en la vanguardia de la redacción de este párrafo, de la soberbia a la terquedad hay una ruta escabrosa y en el punto medio de ese camino está el aplomo que hace la diferencia frente a una situación de crisis. Y el 4F fue una gran crisis militar que posteriormente desencadenó la política que relevó en el mando al comandante en jefe. Como cuando al general Agallas y Sangre, como conocían los subalternos al general Patton, lo relevaron del mando del III Ejército en 1945, en pleno desarrollo de las operaciones del frente de batalla.

La historia de esta conspiración del 4F y su desenlace es un largo inventario de decisiones y de indecisiones. Yo he asumido en este error de julio de 1989 parte de las decisiones equivocadas. Debo decir que los ojos y los oídos de las decisiones de un comandante en jefe se alimentan de las informaciones que proporcionan sus más inmediatos colaboradores. En el tema militar de las cuentas que rutinariamente presenta el ministro de la Defensa y las exposiciones que eventualmente hace el Alto Mando Militar. Sobre ese planteamiento yo descansé la confianza del manejo de los cuarteles en el ministro. Y esa confianza se extendía hacia la información que se procesaba en los cuatro componentes armados, principalmente en el Ejército y la que se proporcionaba oportunamente a su comandante en jefe. Adicionalmente, eso lo contrastaba con los organismos de seguridad del Estado que formaban parte de la agenda presidencial eventualmente. Me refiero a la dirección de inteligencia militar, la Disip, la Casa Militar, los comandos de fuerza, el partido y los colaboradores más inmediatos del entorno presidencial. Si a eso le agregamos las vías no formales de las amistades y la familia, uno pudiera apuntar que la existencia del flujo de informaciones sobre la conjura existía y llegaba. Ahora, yo no puedo descansar una decisión presidencial sobre un tema tan grave en un rumor de pasillo que me aporta un amigo personal, o en una referencia que me haga en una reunión social un compañero de partido, o durante la cena familiar una de las hijas mías me refiera un comentario tercerizado sobre algunas reuniones políticas de un grupo de militares. Yo soy un hombre de formalidades. Y la majestad presidencial es para formalidades. Para eso existen los entes correspondientes. Esos que mencioné anteriormente como la dirección de inteligencia, la Casa Militar y el propio ministro. Y acá entramos en un terreno de las competencias, la aptitud para el cargo y la misma actitud durante el desempeño. Yo no sé si la omisión y la inacción pueden calificar legalmente como conspiración, pero a lo largo de estos 29 años transcurridos desde el 4F, para mí lo califican. Cuando me refiero a la formalidad hablo de presentar informes completos con conclusiones que señalen responsabilidades y donde se establezcan nombres y apellidos, que en el tiempo ya se habían demostrado, incluso con algunas medidas demasiado laxas que en política y en la guerra no se deben tolerar. Esos eran espacios de las decisiones de los generales y los almirantes en quienes yo descansé mi lealtad personal y mi confianza. En el tiempo yo creo que eso se salió del marco. Nadie puede descargar su responsabilidad del momento en la presentación al comandante en jefe de un abultado legajo lleno de generalidades y líneas gruesas donde se concluye con un rotundo, hay una gran posibilidad de la materialización de un golpe de estado, pero ¿Dónde están los nombres de quienes van a ejecutar ese fulano golpe de estado? ¿Dónde están las evidencias y las pruebas del complot? ¿Dónde están las decisiones en cada nivel para impedir que ese golpe de estado creciera? ¿Qué está haciéndose para hacerle seguimiento al golpe y cerrar cualquier tipo de posibilidad de su materialización? allí está una justificación de lo que algunos califican como la soberbia presidencial de no darle crédito a informaciones sin soporte, cuya prédica formaba parte de un discurso desde mucho antes del año 1988 y no se había cerrado. El discurso de la conspiración y el golpe de estado con los mismos nombres difusos, los mismos apellidos y grados borrosos, pero ninguno de los organismos de seguridad del estado formales ni el ministro se atrevían a escribir en algún documento para formalizar una investigación y una decisión del comandante en jefe. Por eso me molestaba cada vez que se registraba una agenda para recibir la misma información de generalidades, montada sobre generalidades y concluida sobre generalidades. No existe un solo documento formal de la época que registre precisa e indispensablemente el nombre de aquel general, de este almirante, registrados en alguna cuenta del ministro de la Defensa, del director de la DIM, de la Casa Militar o de alguna de las direcciones de inteligencia de las fuerzas, donde se solicite la apertura de una averiguación sumarial y el respaldo de una boleta para ingresar a estos colaboradores de rebelión militar en la policía militar u otro centro de retención. Eso no existió. Y aquí me centro solamente en los organismos de inteligencia de las fuerzas armadas, no existe nada, oiga bien coronel, nada, que registre y soporte la información de la existencia de la posibilidad de un golpe de Estado con todos los soportes que he señalado con anterioridad. Eso, no existió. Y allí residía la molestia presidencial, la terquedad del comandante en jefe y la soberbia del primer magistrado. Y aquí es donde se diluye la duda porque paralelamente a la tesis del golpe, el desorden en la cúpula de las fuerzas armadas se animaba ferozmente en la pelea por los cargos. Estoy hablando de la situación antes de julio de 1989. Por un lado, había un enfrentamiento entre el general Carlos Santiago Ramírez y Fernando Ochoa Antich; y eso lo conocía de cerca, fundamentalmente por la cercanía familiar y afectiva que me unían al general Ochoa desde la vinculación desde mis orígenes tachirenses con su padre el mayor Santiago Ochoa Briceño. De manera que eso no me era ajeno. Y detrás de eso, un grupo bien calificado profesionalmente de oficiales generales y almirantes, identificados desde sus tiempos del curso de seguridad y defensa nacional en el Iaeden como los notables que estaban empezando a ocupar cargos sensibles en las fuerzas armadas y aspiraban a formar parte en algún momento del Alto Mando Militar. Ese tiempo de servicio de ellos coincidía con mi ejercicio de comandante en jefe de las fuerzas armadas. Cuando usted suma todo eso a los otros vectores conspirativos encabezados por los almirantes Odremán y Cabrera que desembocaron en el 27N, esos extraños movimientos originados desde el Ejército empiezan a tomar cuerpo en muchas asociaciones y complicidades desde el más alto nivel militar. Le insisto, la inacción, la omisión también pueden calificar para una conspiración. A mí me hubiera gustado leer en algún expediente de conspiración presentado por los entonces ministros López o Jurado donde apareciera el nombre del general Albornoz como parte de un complot. Nunca se hizo. Me hubiera gustado leer alguna referencia, escrita, si la había, del general Pineda, director de la DIM, donde se mencionara al general Santeliz como parte de una conjura. Tampoco me la presentaron en cuenta. En ningún momento recibí del ministro Ochoa alguna cuenta donde aludiera al grupo de notables militares con nombres y apellidos como parte de una intriga militar para alcanzar el poder político. Yo soy responsable por mis decisiones y las asumo, pero a lo largo del tiempo, las responsabilidades por las indecisiones tuvieron un valor contundente en el resultado político y militar del 4F a lo largo del tiempo. Eso es historia.

P.- Solo para iluminar el camino del desarrollo de la entrevista. Y tomando como base esta respuesta anterior. Me gustaría antes de avanzar, una respuesta con un sí o un no, sobre lo siguiente. Usted está en este plano por encima del bien y del mal. Han transcurrido 29 años desde el 4F. En ese lapso ha ocurrido de todo en Venezuela. En lo político, en lo económico, en lo social y lo militar. Todo eso ha desdibujado la gran Venezuela que usted soñó y para la que trabajó en su primer período presidencial y en la que avanzó en el segundo hasta que se desencadenó la crisis. A la fecha, con toda la frialdad de este plano terrenal y viendo el desempeño de figuras políticas y militares que tuvieron un alto nivel de protagonismo durante su gestión política final, cualquier incertidumbre, cualquier atisbo de duda, algún remanente de inquietud sobre el valor absoluto de la lealtad, ya usted debe haberlo superado e identificado. Ha corrido tanta bibliografía sobre el 4F en estos últimos 29 años, hay un abultado inventario de declaraciones posteriores de los protagonistas de ese entonces, y luego está el juicio popular de la opinión pública que en la mayoría de las veces no se equivoca. En el área militar, desde donde se encendió la chispa del gran incendio nacional y la destrucción de la república; usted siente que la deslealtad personal e institucional en el más alto nivel militar, empuñó la lanza de la traición. Le pido, por favor, no me responda con nombres en particular. Ya tendremos oportunidad en el desarrollo de la entrevista de precisar con nombres y apellidos cualquier respuesta que usted adelante. Por favor, solo deme un sí o un no.

Continuará…


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