A los 100 días de comenzar su gobierno ya Iván Duque se veía afectado por una importante caída de popularidad, lo que no resulta extraño en todo gobernante que se inicia y no consigue llenar con ejecutorias muy rápidas las expectativas de sus votantes, ni consigue desafiar el rechazo de los electores que no habían depositado en él su confianza. Nos toca recordar que su cuesta era harto empinada desde el punto de vista de opinión en el momento de su toma de posesión, pues inició su mandato con el voto de apenas poco más de uno de cada dos de sus compatriotas.

Las encuestas mostraban en septiembre una desaprobación en un alto nivel. A uno de cada tres colombianos no le gustaba el rumbo que llevaba su gestión. Ese rechazo se había tornado mucho más grave para la última medición de fin de 2018. De hecho, se había duplicado para alcanzar a 64% de sus compatriotas que no le apoyaban. Mientras tanto, también la aprobación se caía también a la mitad al pasar de 54% a 28%.

La reforma tributaria, es decir, el aumento de los impuestos, y otros colaterales como las manifestaciones estudiantiles lo golpearon duramente. El costo de la vida del hombre de a pie fue otro de los temas en los que la ciudadanía se mostró en desacuerdo porque consideraban que su calidad de vida había desmejorado.

Falta de liderazgo, decían muchos. Los gobernantes no tenían claro adónde llevaba este jefe de gobierno al país. La batalla de la lucha contra la corrupción la perdió el gobierno a nivel del Congreso y ello recibió una fuerte penalización en el terreno de la solidaridad con el gobernante. Sus mismos correligionarios en zonas típicamente uribistas, como Antioquia y el Eje Cafetero, le dieron la espalda porque seguramente esperaban mucho y no consiguieron tanto. Total que así fue como se adentró en este año el presidente actual.

A estas alturas, un año después de su entrada en el Palacio de Nariño, ya las expectativas se han moderado y han intervenido otros factores para evaluar su gestión. Su rechazo no se ha modificado demasiado y preocupa que en el estrato etario más joven, el presidente, el más joven que haya accedido a la presidencia de su país, no las tiene todas consigo. Pareciera que el funcionario es más evaluado por su carácter que por sus ejecutorias, porque lo que sí es cierto es que el hombre ni es aguerrido como Álvaro Uribe ni contundente frontal como Juan Manuel Santos. Así lo valoran sus coterráneos como un individuo algo soso. Sin embargo, ello es más una cuestión de estilo que de capacidad.

Por fortuna Fedesarrollo acaba de mostrar sus índices más recientes. Según el reporte, el índice de confianza industrial se ubicó en 7,1%, cifra que evidencia un aumento respecto a mayo de 2018, cuando aún Duque no era presidente. El índice de confianza comercial no se ha deteriorado desde entonces, lo que hace pensar que los empresarios grandes y pequeños aún le están dando una oportunidad al nuevo mandatario. Que los encuestados piensen que las condiciones económicas actuales son desfavorables en 26% no ha cambiado mucho de lo que es tradicional en las evaluaciones del sector de negocios. Lo cierto es que todo puede mejorar.

Bogotá sigue siendo el tinglado de la batalla política por su sucesión desde el primer día. El presidente es demasiado conservador para el gusto de los capitalinos. Petro le late en la cueva, pero aún le late echado y a la espera de que los asuntos críticos que atiende el gobierno le hagan crisis, lo que no es imposible por la difícil coyuntura en que coloca a Colombia el drama de la migración venezolana.

Así que el escrutinio de la actuación presidencial no es ni tan mala ni tan buena para esta hora. Pero dadas las difíciles situaciones heredadas del anterior gobierno, el colosal problema político de los detractores de la JEP, la gran batalla por librar en torno a la seguridad ciudadana, la reinserción de los guerrilleros pacificados, la invasión de un numerosísimo contingente de venezolanos sin recursos, no es de extrañar que el desencanto se muestre.


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