Bienaventurado el que sabe

que compartir un dolor es dividirlo

y compartir una alegría es multiplicarla.

Bienaventurado el arte,

que es la forma más inteligente y generosa del amor.

Facundo Cabral, poeta y cantautor argentino.

Candidato al Premio Nobel de la Paz.

 

Efectivamente, compartir una alegría, es multiplicarla. Como quien prepara, pica una torta y la brinda, aquí va una de esas alegrías. La vida me ha regalado la dicha de haber tenido maestras y maestros inolvidables, como seguramente cada quien recuerda las y los suyos. Mi querido maestro Jesús Rosas Marcano es uno de ellos, eterno, inmemorial.

Entre nubes de humo de tabaco y con unas copas cercanas, pasábamos horas y podíamos hasta amanecer compartiendo gentilezas junto a imaginarias navegaciones submarinas. Me leía sus columnas que aparecerían publicadas en El Nacional o en El Sol de Margarita, algún texto escrito por un niño o los versos de otro poeta. Veíamos fotos de viaje y nos deleitábamos con sus historias de cuando estudió en La Sorbona, donde se doctoró dos veces. Y con esa voz margariteña, esa voz rajada de pescador que siempre mantuvo, me pedía que le leyera a Shakespeare, a Chejov, a Cabrujas: ¡Es que tú tienes esa voz de actor, chico, y suena más bonito!

Hace unos buenos años, cuando compartía esas tenidas literarias junto a mi querido Chuchú, el Poeta insistía en la importancia de apelar al verbo y al sustantivo ¡Lo demás, es mierda, Carlitos! Una vez, fuimos juntos al querido pueblo de Cariaco, después de aquel terremoto fatídico y nos encontramos en su plaza con un grupo como de chorropocientos muchachas y muchachos dispuestos a jugar con la palabra. ¿Cómo hacemos con tantas niñas y niños? ¡Vamos a jugar! Tú con cien y yo con los otros cien ¡y nos ponemos a jugar! Aquello fue una fiesta inolvidable.

Don Jesús Rosas Marcano recomendaba amablemente hacer vida colmenera en los salones de clase, desarmar el aula. Alborotar ese avispero, agitar aquel panal de abejas gracias a las palabras mágicas y dejar que fluyeran las voces de chamas y chamos en un sabroso néctar, un melifluo vocerío, inolvidable… Lo hacíamos y, efectivamente, lo que aparecía era un hermoso vuelo de palabras. En otro de nuestros talleres conjuntos, una de las participantes escribió una vez: Cuando yo quiero, la palabra entra en mi corazón. Entonces después entra en mi cabeza y ahí, la agarro. Se llamaba Monique y entonces esa niña tendría seis años ¡De seguro, ya será una mujer completa!

La escritura, como el hábito de leer, como el hablar, como la autoestima y el ser sociable y comunicativo, como tener sentido común y comprensión de las diferencias, son destrezas para preparar al alma y al cuerpo para la vida. Habilidades socioemocionales y no habilidades blandas como se las conoce ordinariamente haciéndolas complementarias a las habilidades duras… Son habilidades socioemocionales que se entrenan y donde el ser humano cuenta con el teatro, por ejemplo, como una suerte de estupendo gimnasio en el que se genera un cabal y complejo ejercicio de artesanía intelectual, emocional y física. Amable, invaluable.

La palabra dicha, escrita o cantada; en versos, con rima o sin rima, su escritura, nos religa entre los seres humanos, con el sí mismo y con el otro, favorece los intercambios del sentir y del pensar, nos reconforta en lo humano que somos. No hay que esperar a que hagamos una excursión para ir a la playa o subir a la montaña y hacer una fogata para echar cuentos a su alrededor. ¡Mejor si lo podemos hacer! Pero, aún en los tiempos que corren y con esta cuarentena, la palabra puede ser y lo está siendo un factor para seguirnos vinculando, aunque sea a distancia. Lo hemos experimentado, lo estamos viviendo. Lo sabemos.

La palabra -como las artes y las artesanías, aquello que somos capaces de manufacturar- está jugando un papel central en esta tragedia global actual, en esta situación pasajera y muy dura que estamos viviendo. La escritura es, además, una posibilidad de sacarle mejor provecho al tiempo libre. El ocio es también maravilloso, pero hacer algo como escribir que no tiene otro placer que el de encontrar las palabras bellas para ponerlas ahí y compartirlas es esparcimiento asegurado desde la ludoteca que cada quien carga consigo.

Reunirse para jugar con las palabras, para luego leer y escuchar lo que cada quien haya escrito es una instancia de juego para emocionarnos y seguir, para llorar, reír juntos y continuar el camino, reivindicando lo humano… Para pasar de ser acostumbrados y naturalizados receptores pasivos a emisores activos, creadoras y creadores comprometidos con el don del ingenio. El otro Maestro Don Humberto Maturana habla de lenguajear, una práctica donde uno armoniza lo que podríamos llamar lo intelectual y lo estético, donde lo central está en que lo que se escribe se escriba de una manera estéticamente seductora, y, desde el punto de vista de las ideas. Donde el amor sea sustento y se manifieste, donde la cooperación esté por encima de la competencia, de la guerra, del sometimiento y nos comprometa más con la naturaleza del ser que somos ¡antes que esta nave se nos convierta en una Babel absoluta!

El vivir humano se da en el conversar. La escritura, por tanto, es como una proyección del lenguaje oral o como la transformación de ese lenguaje a un medio que permite la oralidad del lenguaje en otra parte, que es lo que le pasa al lector. El lenguaje oral es sólo un modo de estar en el lenguaje. La escritura es una transposición del anterior, por eso se está más cómodo en el oral como un modo particular del vivir. Toca refundar nuestras sociedades actuales sobre las bases de la conversación y en un ejercicio de democracia que involucre a todas y todos. Así nos lo recuerda Don José de la Fuente, estudioso de Maturana y catedrático en varias universidades chilenas. El desafío alcanza a políticos, empresarias y empresarios, educadoras y educadores, científicas y científicos, artistas, poetas, así como a ciudadanas y ciudadanos de a pie, en lo que podría ser una armonía más completa de país, de región, de mundo, en un gran ejercicio permanente de concordia donde quepan divergencias y convergencias.

Copiar y pegar, como se ha naturalizado; repetir fórmulas, como se ha naturalizado “pericamente”, también es una posibilidad de escribir ¡repetir fórmulas que alcancen el sitio óptimo de los algoritmos en los canales por suscripción en donde una película o una serie se parece a la otra y en donde sólo cambian los lugares y los nombres de los personajes pero todas las películas son igualitas! Pero falta gracia y se nos hace muy grave porque estamos hablando de plagio o de continuidad de una estética, de un imaginario y un conjunto de contenidos más o menos uniformes que aplanan a la media al sentido común y al gusto gregario, que condicionan la expresión propia de cada una y de cada uno. Cosa muy distinta a que yo escoja tener varias escritoras y escritores ejemplarizantes, paradigmáticos ¡Ah, yo quiero escribir como Borges y Skármeta, como Violeta Parra, como Rafael Cadenas, como Clarice Lispector, como Bachelard, como Chocrón o Arthur Miller, como Dereck Wallcott, o como Mark Twain! ¡Como Shakespeare! ¡Quiero escribir y hacer películas como Tarkovsky o Win Wenders o Spike Lee!

Adicionalmente, escribir, así como leer, produce provechos similares a la meditación. Algunos científicos comentan que la lectura produce beneficios similares al mindfulness, reduce el stress y alarga la vida, previene el deterioro cerebral, mejora el sueño, potencia las habilidades sociales, estimula la inteligencia. Además, escribir nos aleja de la rutinización de nuestros días y nuestras noches, del peligroso hábito de acostumbrarnos a lo sabido y nos acerca hasta a la posibilidad de hacer crecer nuestro imaginario, el imaginario singular de cada quien.

Y como lo encontramos escrito alguna vez -mi Maestro Chuchú y yo- en un grafiti sobre una pared bogotana: Para que todos los días sean distintos y no se amontonen como periódicos viejos en un sótano. Para que de todos quede algo, hay que escribir. Porque si escribo, este día no pasará al olvido. Este día escribí esto. Escribir no es perder el tiempo. Escribir no es imposible. Escribir es guardar un minuto de uno mismo en la eternidad.

www.arteascopio.com

 


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