Gracias a los encomiables esfuerzos editoriales de la Fundación La Poeteca, en el año 2019 los lectores venezolanos tuvieron el gusto de acceder a la lectura de un libro «dinamita» como le gustaba decir al padre del nihilismo Federico Nietzsche. Me refiero a Los daños colaterales, en la Colección Memorial, ediciones de la Fundación la Poeteca, primera edición, septiembre de 2019. Son 56 folios que conforman una plaquette de la más incendiaria e irreverente y heterodoxa poesía que se haya escrito en los las últimas tres décadas dentro del panorama literario (lírico) nacional. Su estructura está concebida a modo de un tríptico, a saber: una primera parte titulada Escorados, ampliamente explicada, analizada y estudiada por uno de los epílogos calzados con la firma de Graciela Yánez Vicentini.

Un par de epílogos complementarios vienen rubricados por los escritores Antonio López Ortega y el también poeta Alberto Hernández. La imagen del autor de Los daños… que ilustra el poemario corresponde al genio de la fotografía Vasco Szinetar.

Harry Almela, (Caracas, 1953-Mariara, 2017) es una de las voces de más acendrado lirismo de la última mitad del siglo XX venezolano. Pese a destacar notablemente en la forja de un programa poético de singular timbre elocutivo y sui generis  tesitura perlocucionaria, también destacó ex aequo en los ámbitos de la ensayística y la crónica con igual e inusual brillo analítico y reflexivo.

El poemario que hoy ocupa mi atención se inicia con sendos epígrafes sucesivamente atribuidos los Salmos bíblicos, al poeta W.H. Auden y el que más me gusta es el de Rose Auslander que dice:

«Dónde

estaban la tierras amigas

cuando nos hundimos en la

noche pantanosa».

La sección titulada Escorados comienza con un poema de sutil reminiscenci pascaliana enuncia:

«y este refugio

encaramado

en el centro de ninguna parte

se derrumba con nosotros».

La esfera de Blaise Pascal postula que «el universo es una esfera cuyo centro está en todas partes y cuya circunsferencia en ninguna».

En este libro de Almela el poeta lega a la posteridad, por plena y absoluta conciencia de registro testamentario la asunción de una ética de responsabilidad discursiva que no elude el compromiso histórico con el destino de ser plural, colectivo, que se juega su sobrevivencia en el empleo conciente e íntegro de la palabra que nombra y alumbra la penumbra en que la historia se empeña en subsumir a esa pluralidad de destino que como totalidad orgánica somos.

Dice el poeta:

«la ola negra cabalga

encima de otra carmesí»

El poeta dió muestras fehacientes de una inequívoca consagración al cultivo de la palabra que adoptaba, bajo los géneros que abordó con igual solvencia expresiva, una siempre lúcida fascinación linguística a la vez que una profundidad verbal. Harry fue lo que los romanos del período tardío del imperio romano llamaban un homo metaforicus o lo que llama el holandés Johan Huizinga un homo ludens.

Tanto en Instrucciones para armar el  meccano (2006), así como en La patria forajida (2006) y en Silva a las desventuras de la zona sórdida (2012) o en Contrapastoral (2014) está el poeta retratado íntegro de pie a cabeza en cuerpo, alma, vida y corazón. Con razón se dice que la biografía de un poeta no hay que buscarla en las aventuras y desventuras más o menos accidentales de la feliz o atribulada existencia del poeta sino en su obra poética misma. Yo puedo dar fe de que leo poemas no rubricados con la firma del poeta Almela y al nomás leer un poema del mismo sé que estoy en presencia de un lenguaje único singularmente inventado por él para solaz y regocijo de la especie humana.

En Los daños colaterales está presente el magma semántico y semantológico que da origen a la materia prima de la cual emerge el canto adolorido de la catástrofe, el poema del derrumbe y la demolición de la espiritualidad de una nación en estado de desamparo y de gradual y paulatina pérdida de sus más preciados y apreciados referentes éticos y estéticos que desde siempre han servido de funtamentos para la convivencia humanamente fraternas en la coexistencia pacífica del humano vivir. El descalabro es un rasgo distintivo que signan no pocos textos poéticos de este libro póstumo de Harry Almela. Los daños colaterales es un testimonio de un gesto descomunal por «sobrevivir al fango de la quiebra de la lengua materna» del poeta. En este libro el poeta escribe para no sucumbir a los arrolladores hechizos de la muerte democrática que se enseñorea por todos los recónditos intersticios de una sociedad psicopáticamente sometida a las peores e inenarrables pulsiones de muerte y desolación que trae consigo una idea de sociedad futura, una noción desquiciada de orden teleológico que quiere implantar de modo impositivo y compulsivo una idea trasnochada y delirante de un futuro que semeja más a una espantosa pesadilla que a un sueño utópico de redención.


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