En las últimas semanas, el gobierno de Estados Unidos ha comenzado a aumentar la presión sobre Irán, construyendo día a día el caso contra el régimen de los ayatolás, lo que ha provocado que la crisis entre estas dos naciones siga escalando.

Hay dos sucesos relevantes que hay que tomar en consideración, pues aunque parecieran estar aislados son en realidad hechos que están interconectados. Primeramente, hay que tomar en cuenta el anuncio por parte del presidente iraní, Hasan Rohani, al anunciar que finalmente comenzará a incumplir el acuerdo nuclear que ese país había firmado en 2015 con Washington, además de cinco potencias (China, Rusia, Reino Unido, Francia y Alemania) y la UE, pacto del que Trump se retiró hace ya más de un año. El Plan Integral de Acción Conjunta (PIAC), su nombre oficial, que limitaba el programa atómico de Irán a cambio del fin de las sanciones internacionales que acogotaban su economía, quedó reducido a letra muerta.

Un segundo suceso es la aparente decisión de Teherán, o al menos de ciertos sectores en el Ejército de Irán, de obstaculizar la libre transportación de petróleo y otros materiales a través del estrecho de Ormuz, por donde circula la quinta parte del hidrocarburo que se consume en el planeta.

Hace apenas unas semanas ocurrió una segunda ola de ataques a navíos comerciales de distintos países que circulaban por esa zona. A pesar de que Irán niega toda responsabilidad en estos incidentes, el solo hecho de que Washington (incluyendo tanto a republicanos como a demócratas), además de otros de sus aliados como Reino Unido, estén abiertamente acusando al gobierno de Rohani de los hechos, y estén presentando evidencia para sostener sus acusaciones, apunta ya a una escalada mayor en la crisis.

Ante esto, el gobierno estadounidense decidió anunciar el envío de mil soldados norteamericanos al contingente que se suman a los ya desplegados en Oriente Próximo, lo que ha sido considerado por Rusia como una provocación, ya que Moscú cuenta con importantes intereses en la región. A la par, el presidente de Irán, Hasan Rohani, emitió un discurso en el que asegura que su país “no va a hacer la guerra a nadie”, pero advierte que saldrá victorioso de la “guerra de voluntades y coacciones” a que le están sometiendo Estados Unidos y sus aliados.

Irán ha decidido dar pasos paulatinos para irse retirando del acuerdo, que la política de Donald Trump ha calificado como el peor “de la historia”, de ahí la presión de Estados Unidos de retirarse e ir escalando la presión en contra de Irán a fin de obligarle a renegociar los términos del pacto.

La decisión de Irán implica ir poco a poco elevando los montos de uranio enriquecido que se producen (elemento indispensable para armar bombas atómicas), mantenerlo en el país (en lugar de exportarlo como estaba establecido en el pacto) e ir subiendo el grado al que ese uranio se enriquece. El acuerdo permite solo enriquecerlo a 3,67%, Irán ha indicado que en poco tiempo podría reasumir el enriquecimiento hasta incluso 20%, los niveles previos al acuerdo.

Irán, abiertamente, está amenazando con seguir dando pasos hacia el abandono definitivo del pacto nuclear. El mensaje es sobre todo hacia las potencias europeas firmantes, pero no nada más. El mensaje también está dirigido hacia Rusia y China. El gobierno de Hasan Rohani no está dispuesto ya a cumplir con su parte y, en lugar de recibir los beneficios que ello suponía, seguir padeciendo los efectos por las sanciones de Washington al grado del casi colapso económico.

Lo anterior se produce en paralelo al sabotaje de distintos buques en la zona del estrecho de Ormuz, y aunque Irán niega su responsabilidad en estos incidentes, la evidencia recabada por parte de países occidentales y países árabes aliados de Estados Unidos les hace concluir que las Guardias Revolucionarias iraníes se encuentran detrás de estos hechos.

Lo que está ocurriendo en realidad es que los círculos duros, tanto en Teherán como en Washington (y países aliados), están alimentando una espiral que podría rápidamente escalar hacia un enfrentamiento armado.

Entre los más duros en la cúpula política iraní tenemos a las Guardias Revolucionarias, quienes han ido cobrando fuerza y están siendo abiertamente respaldadas por el líder supremo, el ayatola Alí Khamenei. Esto explicaría el paulatino retiro del pacto nuclear hasta la posible determinación de abandonarlo del todo, y la decisión de atacar los intereses de Washington y sus aliados de diversas formas. Una de esas formas sería, potencialmente, la de los sabotajes a buques petroleros que transitan por el estrecho de Ormuz como ha ocurrido en días pasados.

Esto se suma al distanciamiento que viven Irán y Rusia, tras los sucesos en Siria. Este tipo de circunstancias parecen estar aislando aún más a Teherán, haciendo que muchos en ese país consideren que bajo el colapso económico y el asedio diplomático que enfrentan, es preferible un comportamiento agresivo que orille a las otras partes a negociar bajo mejores términos para Irán, incluso ante el riesgo de tener que enfrentar un conflicto armado. Se acercan a un punto en que cada vez hay menos que perder.

Por el otro lado, tenemos a un Donald Trump que es crítico de las grandes intervenciones que Washington ha llevado a cabo en sitios lejanos como Irak o Afganistán, lo que en su opinión solo cuesta mucho dinero y vidas estadounidenses sin arrojar beneficios. Trump prometió retirar a su país de ese tipo de compromisos. Su idea, al abandonar el pacto nuclear, reactivar e intensificar las sanciones y la presión máxima sobre Teherán, no era detonar un conflicto armado sino llevar a ese país a negociar un “mejor” acuerdo.

Sin embargo, Trump parece no haber calculado que su decisión de salirse del acuerdo nuclear y de poner a Irán contra la lona, iba a robustecer las posturas más duras no solo en Teherán, sino también en Washington, donde una guerra sería lo que menos les importe.

Es probable que Irán siga dando pasos hacia su salida definitiva de dicho pacto. Si esto sucede, y/o si los incidentes de sabotaje continúan ocurriendo, se incrementará la presión sobre los secretarios de Estado y de Defensa Nacional de Estados Unidos en el Congreso, en el Senado y en el Pentágono sobre Donald Trump, quien se verá obligado a ordenar al menos uno o varios ataques que en principio podrían buscar ser limitados. El gran problema de los ataques limitados, sin embargo, es que nunca se sabe cómo responderá la parte atacada. Y si la respuesta es agresiva, la espiral podría salirse de control. Esto ya está teniendo importantes efectos sobre los mercados. El nerviosismo ha impactado el precio del petróleo, del oro, y se viene a sumar a los temores que existen a causa de otros asuntos como la guerra comercial entre Estados Unidos y China, todo esto podría desatar desde una crisis de alimentos hasta una crisis severa de gobierno en infinidad de naciones.

Tiempo al tiempo.


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