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Yo pensaba que estábamos en tiempos de Pascua de Resurrección en Venezuela. Y realmente lo estamos de cartas. Tan distintas en la intensidad y en las enseñanzas de la fe como en las epístolas de los apóstoles de Jesucristo y que nos lee semanalmente algún feligrés en el púlpito durante la celebración de la eucaristía. Estas misivas de ahora son diferentes en los destinatarios. Aquellos tenían como receptores a los integrantes de la comunidad cristiana de entonces, reglas de la fe y acentuar las obligaciones de las costumbres cristianas. Allí se iba por la vía libre de la inspiración apostolar y epistolar la letra de Pedro, Pablo, Santiago, Juan, y Judas. Temas como el amor, el arrepentimiento, la conciencia, la esperanza, la salud, la familia, la fe, el juicio final, la ira, la verdad, la obediencia, las pasiones y el pecado, la vida, la sabiduría y las tentaciones formaban parte de los contenidos de esos desarrollos que aun oímos desde el banco de los templos. Sobre todo, en estos tiempos cuando no vemos la luz al final de ningún túnel en Venezuela y cada día la fe y la esperanza se alarga en las rodillas de nuestras plegarias y en la juntura de las palmas de las manos para rogar porque algunos temas de los anteriores forme parte de las prioridades del liderazgo criollo. Pero… ¡Nada! Los apóstoles criollos de adentro y de afuera hacen sus particulares escritos en forma grupal a Mr. Joseph Robinette Biden Jr. el 46 presidente de Estados Unidos, allá en esos predios terrestres de la 1600 Pennsylvania Ave NW en Washington, DC 20500. Tan lejos en las prioridades políticas de la oficina oval de la tierra de gracia ubicada entre Castillete y Punta Playa, la isla de Aves y las cataratas de Huá, y tan cerca del cielo estadounidense con el que muchos soñamos.

Las cartas han vuelto a avivar a la opinión pública en Venezuela, sobre todo en las redes sociales, y han desnudado nuevamente la realidad política del país opositor: la división. Con el mismo receptor, de nuevo el buzón de la Casa Blanca recibe carta de 68 remitentes pidiendo algo distinto al grupo anterior de 25. Cuando las aguas del mar Rojo –en tiempos de Pascua de Resurrección es bueno apelar a la imagen bíblica del viejo testamento para ilustrar en la idea– se abrieron en dos toletes para dejar pasar a Moisés en el Éxodo, perseguido por el ejército del faraón. Y lo del mar Rojo le calza perfecto en la semiótica que se espera graficar en la mente del lector. En esta particular persecución de data de 24 años de sanciones, la revolución es un castigo político, económico, social y militar, liderado en primer lugar por el teniente coronel Hugo Chávez y ahora por el régimen usurpador encabezado por el faraón Nicolás Maduro. Y esa sanción que se inició el 6 de diciembre de 1998 en ningún momento fue alentada desde el norte y sí, desde el sur. Las esquelas han hecho un trabajo fenomenal como para ser incluidas en algún hueco de la biblia política venezolana que debe escribirse en algún momento. De un lado de las aguas encrespadas se ubicaron los que estaban a favor de la continuidad de las sanciones y en el otro paraje del oleaje contenido se posicionaron los que están abiertamente en contra. Y ese amplio callejón húmedo del conflicto que se abre dejando expuesta la tierra firme y el sedimento del mar Rojo lo cruzan indiferentes y sordos al contenido de ambas cartas en un éxodo de la miseria y la ignorancia inducida, un pueblo empujado por los castigos de la revolución bolivariana, del socialismo del siglo XXI y de los desaciertos de la oposición política y su liderazgo, casi desde los tiempos bíblicos del profeta Hugo, portavoz de la destrucción y la catástrofe iniciada desde el 4F.

Aún queda turno libre hasta el fin de los tiempos, para seguir enviando cartas al presidente de Estados Unidos, pidiendo más o menos sanciones. Mientras eso ocurre, los venezolanos seguirán escribiendo y viviendo su particular apocalipsis. Ese momento en que sale disparada una nueva esquela a la cual Mr. Biden hará caso omiso lo aprovechan los cuatro jinetes encaramados en sus caballos blanco, bermejo, negro y amarillo, precedidos de los toques de las siete trompetas del juicio final. La servidumbre, el hambre, la guerra y la muerte han estado representadas en la Venezuela de estos tiempos bolivarianos y del régimen del socialismo del siglo XXI de una manera fiel durante estos últimos 24 años de vida republicana y son los jinetes que surcan todo el territorio nacional anunciando que se viven tiempos del juicio final política, económica, social y militarmente en la nación venezolana. El narcotráfico, la corrupción, el terrorismo y las graves violaciones a los derechos humanos galopan desde el norte hasta el sur, desde el este al oeste en toda la tierra de gracia, sin ninguna gracia. Cualquier petición de sanciones adicionales quedaría ante estas reseñadas anteriormente como unas conchas de ajo y cualquier levantamiento de las actuales no se notaría ante su inutilidad e inefectividad histórica.

De manera que, aguas adentro y bien separadas ambas posiciones ante las sanciones aplicadas desde el norte, nariceadas por el amplio callejón abierto por el mar rojo revolucionario, el pueblo sigue impasible, sordo, y ajeno a lo que se escribe con destino hacia Washington DC. Allí va cruzando hacia el futuro, flanqueado por las encrespadas y embravecidas aguas marinas y arrastrando las cargas de las puniciones vernáculas que se impuso voluntaria y electoralmente hace mucho tiempo. Muchísimo antes de que los otros castigos inútiles en sus resultados y nulos en su aplicación, originarios desde la Casa Blanca se anunciaran. Y eso tiene una explicación; a falta de un Moisés criollo que los pueda liberar de la esclavitud de los faraones rojos rojitos, este éxodo de los venezolanos parece eterno y el cruce del mar rojo, mucho más.

Estamos en tiempos de Pascua de Resurrección y de cartas para el presidente de Estados Unidos. Esperamos la siguiente que seguirá ensanchando más aún el callejón de las aguas del mar rojo en Venezuela. Y también, ojalá que surja algún Moisés criollo y le escriba al pueblo en errancia política y a los soldados en vagancia constitucional. Son los únicos que pueden detener este éxodo. Amén.


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