Ilustración: Juan Diego Avendaño

La reciente revuelta de los agricultores franceses se calmó cuando el gobierno les prometió –entre otras acciones– impedir la conclusión del acuerdo de la Unión Europea con Mercosur (negociado luego de los alcanzados con otros países de la región). Olvidaron los dirigentes franceses, que casi siempre han mostrado una visión global, que América Latina es continuación de Europa (la “nueva” Europa), y como tal vástago principal de la civilización occidental. Y que es de su interés evitar que ese “nuevo” mundo (y también África subsahariana) se alejen de sus raíces al convertirse en aliados de potencias herederas de civilizaciones distintas.

Pensadores e historiadores contemporáneos tienden a considerar que la humanidad actual está integrada por sociedades, cada una depositaria de una “civilización”. Y entienden por tal un conjunto de “creencias, instituciones, costumbres, saberes, artes y técnicas”, según el diccionario de la Academia Francesa (definición más amplia que la de la Española). En el lenguaje común el término se aplica (incorrectamente) al “área de difusión” de los elementos mencionados (generalmente el territorio de varios estados). Una de ellas es la civilización occidental (propia de Europa Occidental, Norteamérica y Australia-Nueva Zelanda). Derivación de la última es la latinoamericana, que agrupa a las sociedades formadas durante el dominio colonial de los hispanos en el “nuevo mundo”; y otra la Sur-sahariana, resultado de la irrupción europea en los últimos tres siglos en el continente de los orígenes del hombre. Discuten algunos la autonomía de las dos últimas, pero no la cercanía con la occidental.

El devenir de las civilizaciones no es estático, sino dinámico. Tienen nacimiento y ocaso. Desde sus inicios evolucionan y se transforman (al ritmo de sus elementos); y su área de extensión aumenta o disminuye. En verdad, ninguna se mantiene inalterada. Entran en contacto, en forma pacífica o violenta. A veces, las sociedades se recluyen para evitarlo (como en distintos momentos lo hicieron China y Japón), con el objeto de asegurar la permanencia de sus civilizaciones (lo que no es posible por largo tiempo); otras actúan, con métodos diversos, para imponer la suya a pueblos diferentes. Por lo general, las sociedades involucradas tratan de establecer vínculos con las más cercanas para conjurar el peligro o para acelerar la expansión; y sus órganos políticos lo hacen a través de tratados de contenido diverso. Algunos autores (como Arnold Toynbee u Oswald Spengler) han intentado explicar esa interacción, que es variadísima, como la historia humana.

Hace ya décadas que el profesor Samuel P. Huntington, de la Universidad de Harvard (y asesor del gobierno de J. Carter) advirtió (de 1993 a 1997) sobre un proceso en curso que llamó “choque de civilizaciones” (expresión utilizada anteriormente por otros autores): las diferencias culturales (y religiosas) determinarán los conflictos futuros. Más que los Estados se enfrentarán las civilizaciones. En tal sentido, mostraba como evidencias algunos hechos ocurridos tras el fin de la “Guerra Fría”; y formulaba hipótesis –tomando en cuenta las circunstancias de entonces– sobre cómo podrían ser en el tiempo más o menos próximo. Independientemente de la validez general actual de la tesis expuesta, discutida por muchos pensadores, es fácil constatar que encuentros y choques de la naturaleza mencionada se han sucedido en la historia. Más aún: han movido, en buena parte, la evolución de la humanidad. En todo caso, muestran la conveniencia de mantener y fortalecer alianzas naturales.

Europa y América Latina mantienen desde el siglo XIX una amplia relación (política, cultural, económica). Sin embargo, en lo económico, ha perdido el valor porcentual de antes. Hoy, actores más dinámicos ocupan el lugar de Europa (que descuidó socios) en volumen de transacciones: Estados Unidos, potencia regional dominante y más recientemente China. Sin embargo, todavía es importante el comercio entre el viejo mundo y América hispana (que figura entre los mercados con mayor poder de compra del tercer mundo); y aumenta con los años.  Lo muestran cifras recientes (2022):

Comercio Mercosur – Unión Europea (millardos de €)

EntidadExportacionesImportacionesBalance
Mercosur:€63,1€55,8€7,3
México:€28,3€49,8-€21,5
Comunidad Andina*€20,7€15,8€4,9
Chile€7,8€10,7– €2.9

* Colombia, Ecuador y Perú. Fuente: Comisión Europea. Comercio.

Además, las inversiones de la Unión Europea son las mayores de una entidad extranjera en Mercosur: sumaban €330 millardos en 2020.

Los agricultores franceses (500.000 explotaciones, que ofrecen 1 millón de empleos) expresaron su rabia (“colère”) por la situación que viven: son bajos los ingresos y muy duro el trabajo. Por eso, peligran las empresas familiares (100.000 menos desde 2010). Tras protestas en sus regiones emprendieron marchas para bloquear los accesos a París y obligar al gobierno a atender sus exigencias. Como resultado, los órganos del poder central aceptaron algunas propuestas (reestructuración del sector, ampliación de ayudas, fondo para atender emergencias, suspensión de negociaciones con Mercosur). Unos y otros expresaron la necesidad de mantener la sostenibilidad económica de la agricultura (lo que supone precios por encima de los costos de producción), pero pensaron –erróneamente– que la crisis podría agravarse si aumentan las importaciones desde América Latina. En realidad, se debe a otras causas (aumento en los costos, baja productividad, competencia desleal de industriales-productores). Sin embargo –“maña vieja”– se atribuye a factores externos.

Se ha intentado establecer un convenio general entre Mercosur y la Unión Europea. Un primer acuerdo marco de cooperación data de marzo de 1995. En junio de 1999 se decidió iniciar negociaciones para la liberalización gradual y recíproca del comercio. Regiones que se complementan, diversos factores lo hacen posible. Y, en efecto, el 28 de junio de 2019 las partes alcanzaron un “principio de acuerdo”; y un año después fijaron las bases de diálogo político y cooperación. Si ese proceso culmina exitosamente, se conseguirían logros de interés para ambas partes. La UE se convertiría en el bloque (de gran dimensión) con mayor presencia en la región, pues los tratados con Estados Unidos no alcanzan a todos los países; y tampoco los de China. Se les mira con fuerte aprehensión. Por su parte, Mercosur (que fortalecería su cohesión interna) vería abiertas las puertas de un inmenso mercado de alto poder de compra.

América Latina, como también África, son oportunidades que ambicionan las potencias “centrales”, ejes de las grandes entidades (que se identifican con las llamadas “civilizaciones”). Pero, no son –ni aceptan ser– peones en los “choques planetarios”: más bien, son integrantes de Occidente, aliados en la realización de sus objetivos. No forman un grupo (o “civilización”) diferente, que algunos identifican como “el sur global” (Latinoamérica, África subsahariana, Pacífico sur). A pesar de algunas negaciones, en el caso de la primera sus características esenciales (lenguas, religión, cultura) la vinculan a Europa.  Su ubicación –más próxima a la “península” euroasiática– determinó que su incorporación a la globalidad fuera tarea de hispanos y británicos. Por su parte, África recibió diversas influencias; pero, exhibe más elementos occidentales que de cualquier otra civilización. Corresponde a sus antiguas metrópolis fortalecerlos, lo que frenaría la reciente penetración de otros bloques. En ese propósito, los acuerdos comerciales pueden ser instrumentos útiles.

La cooperación con África y Latinoamérica es esencial para la permanencia de la civilización occidental, objetivo estratégico. No debe ser su intención facilitar el dominio del globo, sino el mantenimiento de los principios y valores que ella sustenta, que no excluye la vigencia de otros.  La humanidad del futuro, por vocación, será diversa, no uniforme. Sectores de la sociedad francesa (y de otros países) consideran que los problemas pueden resolverse concentrando la actividad nacional en aquellos que le son propios e ignorando los del mundo exterior, incluso los de pueblos (aún lejanos geográficamente) cuyo destino comparten. Cada uno debe lograrlo por su propio esfuerzo. Pero otra inclinación muestra la historia. La solidaridad – entrega y exigencia – impone obligaciones en las relaciones personales y entre los grupos sociales y entidades políticas. Por cierto, manifestaciones de cooperación (traducciones jurídicas de solidaridad) han sido decisivas en momentos de la historia moderna de Francia y Europa.

El encuentro global es un fenómeno indetenible. No será resultado del imperialismo, culminación según Marx del desarrollo del capitalismo. Hunde sus raíces en la naturaleza del hombre que lo incita a la aventura y al contacto con otros. La humanidad –una sola en su origen– busca la unidad perdida cuando inició su dispersión. Pero, no alcanzará sus objetivos sin ensayos y rectificaciones, determinados por el juego de las sociedades (herederas de “civilizaciones”) que la componen en cada etapa histórica. No conviene a Francia ahora separar Europa de sus aliados naturales. Una ganancia táctica, puede causar daño irreparable al objetivo estratégico.

X: @JesusRondonN


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