En el artículo de la semana pasada concluí, con base en el Índice de Percepción de la Corrupción 2020 (referido al año 2019), de la organización Transparencia Internacional,  que Venezuela va con rumbo a Somalia.

Somalia es un Estado frágil y los Estados frágiles poseen una serie de atributos en común. En primer lugar, la pérdida del control físico del territorio o del monopolio del uso de la fuerza. En segundo lugar, la erosión de legitimidad de la autoridad de turno para llevar a cabo decisiones colectivas. En tercer lugar, la incapacidad de proporcionar servicios públicos básicos. En cuarto y último lugar, la incapacidad de interactuar con otros Estados como miembro propio de la comunidad internacional.

Tal fragilidad del Estado así caracterizada es recogida en un índice, el Índice de Estado Frágil, cuyas 12 variables se ubican en cuatro categorías o aspectos: cohesión, económico, político y social cada uno de los cuales se evalúan en una escala de 0 a 10, donde más puntos significa que un Estado es más frágil y, en consecuencia, peor. Por tal razón, la evaluación más alta que un país puede obtener es 120 puntos, con la que se considera totalmente fallido. La puntuación del año 2019 para Somalia fue de 112,3 puntos, cifra que la ubicó en el puesto 2 de Estados frágiles, siendo el primero Yemen, con 113,5 puntos.

Según Mehrdad Vahabi (Vahabi M. 2019, «Introduction: a symposium on the predatory state», Springer Science+Business Media, LLC, part of Springer Nature 2019), los economistas han adoptado dos amplias perspectivas sobre el estado: una es la contractual (es decir, proveedor de bienes y servicios públicos) y la otra es la Estado depredador (coercitivo y extractivo). Por un Estado depredador, Vahabi se refiere a un Estado que promueve los intereses privados de los grupos dominantes dentro del Estado (como los políticos, el ejército y los burócratas) o grupos privados influyentes con fuertes poderes de cabildeo.

Los economistas neoinstitucionales apoyan una versión ampliada de la perspectiva contractual en la que el Estado no es simplemente un «dictador benevolente», sino que puede estar compuesto por depredadores. Sin embargo, considera que la depredación es solo un medio para promover la protección. Por el contrario, una visión depredadora del Estado argumenta que si bien la protección y la depredación son dos caras de la misma moneda, un Estado depredador protege solo para promover su depredación en el sector privado.

Los conceptos de Vahabi me sirven como introducción al trabajo de Peter Leeson sobre la anarquía en un Estado depredador como Somalia (Leeson P., «Better off stateless: Somalia before and after government collapse», Journal of Comparative Economics 35 (2007) 689–710).

Leeson se pregunta: ¿Puede la anarquía ser buena para el desarrollo de Somalia? Si la depredación estatal no es controlada, el gobierno puede no solo dejar de aumentar el bienestar social, sino que en realidad puede reducirlo por debajo del que hubiera en su ausencia. Tal fue el caso del gobierno de Somalia, que hizo más daño que bien a sus ciudadanos. El colapso del gobierno en 1991 y la subsecuente aparición de la anarquía abrieron la oportunidad para el progreso somalí.

El trabajo de Leeson investiga el impacto de la anarquía en el desarrollo somalí. Los datos sugieren que, si bien el estado de tal desarrollo seguía siendo bajo, en casi todos los 18 indicadores clave que permiten comparaciones de bienestar antes y después de la anarquía, los somalíes estaban mejor en la anarquía que bajo el gobierno. Por supuesto, Leeson publicó su trabajo en el año 2007 y lo materializó comparando dos conjuntos de datos: el primero entre 1985 y 1990, antes del colapso del gobierno en 1991, y el segundo entre 2000 y 2005.

Surge entonces la pregunta desde la perspectiva del concepto de Estado frágil: entre 2007 y 2019, ¿mejoró la situación de Somalia?

La respuesta desde la misma perspectiva es que la situación de Somalia, lejos de mejorar, ha empeorado aunque ligeramente por una razón: en el máximo extremo del deterioro institucional es bien poco lo que se puede empeorar. En 2007 Somalia ocupaba la posición 3 como Estado más frágil del mundo con una puntuación de 111,1. Doce años después, en 2019, ocupa la posición 2 con una puntuación de 112,3 (más es peor).

Habría que ver si Leeson llega a la misma conclusión repitiendo su trabajo con data de 2007 y de 2019. Una cosa es el Estado temporal de bienestar que emerge tras la desaparición de un Estado depredador y otra cosa es el desorden político, social y económico que impera en la ausencia de gobierno.

Ahora bien, si después de 28 años todo sigue más o menos igual en Somalia habría que abordar el caso desde la perspectiva del juego de «Halcones y palomas» del genetista e investigador en biología evolutiva John Maynard Smith,  (Evolutionary Genetics. Oxford: Oxford University Press, 1989).

Aquí todas las posibilidades se generan  a través de dos conductas (estrategias) alternativas: la de halcón (“H”) que consiste en pelear cada vez con más intensidad hasta vencer o resultar seriamente herido; o la de paloma (“C”) en la que el individuo hace una demostración de fuerza, pero huye si su oponente pelea.

Aunque mi juicio no pasa de ser una mera conjetura, quizá se trate de que la población de Somalia alcanzó un cierto «equilibrio» en el cual no hay violencia extrema permanente porque sus ciudadanos son «paloma» dos de cada tres veces y “halcón” solo una de cada tres. Es decir, alcanzaron una estrategia evolutiva estable.

 


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