Una mirada a las estadísticas, tan bien recogidas por numerosas organizaciones científicas, como la universidad John Hopkins, (coronavirus.jhu.edu/map.html) revela una vez más que en los países más desarrollados, a pesar de las olas que parecen no tener fin, la pandemia remite y el número de contagios y fallecidos disminuye.

Distinta es la situación que podemos observar en los países de menor grado de desarrollo, incluso por continentes las diferencias son muy relevantes. Sin embargo, repiten los expertos: la pandemia ha sido y es global, la solución también ha de serlo.

La lucha contra la pandemia, por encima de las anécdotas y de algunos inevitables fracasos, tiene como vector esencial las vacunas, que han de extenderse por todos los países y edades, como ya está ocurriendo en todos los países desarrollados. En un año se han descubierto las vacunas, lo que constituye un éxito muy relevante y que no debe ser ocultado por su escasez en algunos países.

En numerosas ocasiones el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, ha mostrado su sorpresa por «lo poco que se ha hecho» para reducir este desequilibrio. «La brecha entre el número de vacunas administradas en los países ricos y a través del mecanismo Covax crece cada día», ha indicado (BBC, 2021).

Ha de señalarse que los organismos internacionales han sido especialmente coherentes y responsables en la presión hacia los gobiernos para la extensión de las vacunas, pero como se temía desde el principio, la capacidad económica de los particulares y el grado de desarrollo de los países más ricos han sido determinantes en la lucha contra la pandemia.

La crisis ha puesto de manifiesto la diferente capacidad de acceso de los países a las vacunas. A pesar de que los resultados científicos y tecnológicos de las distintas vacunas no parecen ser muy diferentes, incluyendo las guerras comerciales de los distintos laboratorios, existen fuertes diferencias entre un país y otro en el acceso a dichas vacunas y en las tasas efectivas de vacunación que pueden alcanzar. En particular, se ha producido una marcada concentración de la compra de vacunas por parte de los países más desarrollados, por lo cual, al 22 de agosto de 2021, en la Unión Europea ya 55,6% de la población había completado su pauta de vacunación, y en Estados Unidos y Canadá esta cifra alcanzaba el 53,0%, mientras que a nivel mundial solo era de 24,5%. En el caso de América Latina y el Caribe, la cifra ascendía a 24,8% (26,8% en América del Sur; 22,4% en Centroamérica y México; y solo 5,8% en el Caribe) (Cepal 2021).

Esta situación, que revela altas dosis de ceguera y no menores de insolidaridad, puede aplicarse incluso al interior de nuestras sociedades latinoamericanas, donde podemos observar el turismo vacunal de las clases más ricas de la sociedad, que han trasladado incluso a toda la familia para estar vacunados antes de que las autoridades sanitarias de cada país planificaran y ejecutaran los procesos correspondientes, teniendo en cuenta los colectivos de mayor riesgo y edad. Es evidente que la debilidad de las políticas públicas de salud y sanidad han tenido una relevancia trascendental en este caso, pero el hecho no deja de poner de manifiesto la tremenda insolidaridad social demostrada.

La solución no puede ser otra que una mayor colaboración internacional, como piden a voces los organismos internacionales, y el establecimiento de prioridades evidentes en todos los países, así como la generación de líneas de cooperación que tengan por objetivo alcanzar en los países menos desarrollados los mismos niveles de vacunación que en los países ricos. La economía mundial, como ha señalado Stiglitz, no volverá a la normalidad mientras la enfermedad no esté controlada en todas partes. (Stiglitz, 2021).

Las repercusiones económicas y sociales de la crisis de la pandemia están lejos de terminar y alcanzan altas tasas en las capas sociales de las mujeres y los jóvenes. En un estudio recientemente publicado por la Cepal se muestra la mayor pérdida de ocupación por parte de las mujeres, por su mayor representación en sectores ocupacionales como el trabajo independiente, el trabajo doméstico remunerado y el trabajo familiar no remunerado, así́ como en sectores fuertemente afectados por las restricciones de la pandemia, como el comercio.

Las políticas públicas de salud y sanitarias deben fortalecerse. En el Reino Unido, el primer ministro ha debido impulsar políticas de mayor recaudación para hacer frente a los cuantiosos gastos y generar mayor inversión pública. Es una buena dirección que sigue a las emprendidas en Estados Unidos y la Unión Europea. Para mejorar la vida ciudadana, los Estados deben fortalecer sus políticas públicas y poner en marcha programas de salud y sanidad pública, probablemente más caros, pero que generarán mayor protección a sus habitantes.

Es chocante que mientras en muchos países la vacunación no llega al 10% de la población en otros se debate con total tranquilidad sobre la tercera dosis de la vacuna o sobre la vacunación a los recién nacidos. Las soluciones tienen que alcanzar a todos los países, no sólo a los más desarrollados.


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