Las elecciones del pasado domingo 19 trajeron un escenario inédito para Colombia: la elección por el pueblo de un presidente que tiene como meta la destrucción de la democracia colombiana. Me he dedicado a reflexionar seriamente sobre el tema desde una perspectiva teórica, me voy a auto plagiar acá las conclusiones a las que he llegado. Es el acucioso problema de cómo la democracia puede autodestruirse.

David Runciman en su destacada obra The Confidence Trap, una historia contemporánea de la democracia, analiza extraordinariamente el tema. Su tesis central es que el exceso de confianza de los demócratas sobre las virtudes de la democracia, y, en particular, sobre su capacidad de defensa ante sus enemigos, hacen que estos se aprovechen y desde adentro trabajen para destruirla, creando un estado de permanente tensión en el seno mismo del régimen. Obviamente, estos peligros se acrecientan en épocas de crisis, y así la gente -decepcionada por su situación- culpa al gobierno de sus penurias y fácilmente oyen los cantos de sirena de los enemigos de la democracia, quienes magnifican la situación, cabalgan sobre ella y entonces llegan al poder para… hacer libremente su tarea, i.e, “matar la democracia”. La Gran Depresión de los 20, facilitó la llegada de los totalitarismos de derecha y, la II Guerra, la consolidación del estalinismo. La crisis económica de 2008, de la cual apenas el mundo occidental estaba saliendo cuando llegó la pandemia (lo que significó una recesión continua), hecho este además agravado ahora por la guerra en Ucrania, ha determinado una ola de descontento con la democracia que vaticina una etapa peligrosa para esta. Obviamente esto es lo que ha sucedido en Colombia.

El Foro de Sao Paulo ha utilizado la estrategia de la toma del poder por la vía electoral y una vez logrado ese objetivo ir por la meta final: la instauración de la dictadura comunista del socialismo del siglo XXI. Es precisamente el trabajo de autodestrucción de la democracia a la que el comunismo ahora con el seudónimo de Pacto Histórico está logrando, Gustavo Petro es un subversivo de la democracia, no importa que no esté alzado en armas, ahora es más peligroso, lo está haciendo desde adentro.

Ante esta estrategia es trágica la actitud de la dirigencia colombiana, en vez de enfrentar el peligro se está entregando a él, los principales líderes políticos se bajaron los pantalones ante Petro y claudicaron ante el socialismo del siglo XXI al no declarar una oposición con claridad y firmeza. La necesidad de la oposición en inherente a la democracia liberal.

Hans Kelsen, en Esencia y valor de la democracia, nos explica que la noción misma de una mayoría parlamentaria implica la noción de minoría y la posibilidad, sino la necesidad, de su protección, evitando la hegemonía de una clase. Para este autor, este principio, a través del proceso parlamentario, acerca al mayor número de individuos a la voluntad colectiva. En el “Estado de partidos” definido por García Pelayo, la doctrina de la separación de poderes adquiere una nueva dimensión, que distingue entre mayoría política y fuerzas de oposición. Tan es reconocido así en Colombia, que existe un Estatuto de Oposición, pero dentro de la errónea visión garantista de nuestro sistema político, en este se establecen los derechos de la oposición, pero no hay ningún deber.

Es mi opinión que los partidos de oposición tienen por elemental lógica el deber de ejercer la oposición, así suene a redundancia, y que no puede haber “Acuerdo Nacional” en el sentido de que la oposición apruebe de antemano las políticas del gobierno, en un diálogo de práctica sumisión de la oposición al gobierno, pues si hay un acuerdo sobre líneas programáticas del gobierno, no hay el ejercicio del deber de oposición de los partidos al gobierno. Si a ello se suma el lagartismo de nuestra dirigencia política, que, sin ni siquiera saber lo que propondrá Petro, ya declararon que no le harán oposición. Queda de nuevo el CD en solitario, en su rol de oposición, pero aun así Uribe acepta dialogar sobre el “Acuerdo Nacional”, con lo cual se desdibuja el rol de oposición de ese partido.

En conclusión, el “Acuerdo Nacional” no es más que una estrategia de diversión del gobierno de Petro, para difuminar la oposición y así acabar con la regla de oro de Montesquieu de la separación de poderes, pues al haber un “Acuerdo Nacional” el gobierno dicta los principios de acción y el Congreso simplemente estampa lo aprobado por ese acuerdo. Por otra parte, y aún peor, el liderazgo político no tiene la disposición de movilización popular en contra de las medidas erróneas del gobierno, puesto que está atado a aprobarlas porque el “Acuerdo Nacional” así lo indica.

En conclusión, es un error fatal de los líderes de la oposición (con muy destacadas y loables excepciones) el haber aceptado hacer parte de un “Acuerdo Nacional” propuesto por Petro, puesto que de esa manera se inhiben de hacer oposición y se someten a la voluntad del gobierno. Esperamos, pero en realidad no creemos que sea posible, que esta voluntad no sea la de imponer el socialismo del siglo XXI y mediante el “Acuerdo Nacional” de marras sea muy tarde cuando la oposición quiera frenarlo.


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