En el año 2018, cuando el Foro Económico Mundial (FEM) hizo público su informe causó alarma y escandalizó a no pocos. Confirmó de cierta forma lo que muchos filmes de ciencia ficción habían, desde tiempo atrás, retratado: robots e inteligencia artificial conviviendo, para bien o para mal, con humanos.

Sin embargo, el FEM no fue tan lejos. Dijo que las máquinas harían grandes cambios en el mundo laboral y pronóstico, lo cual resultó lo más polémico de su planteamiento, que “la automatización eliminará la mitad de los trabajos para 2025”.

Eso implicaría, según sus cálculos, que alrededor de 75 millones de trabajos podrían desaparecer. Las mayores pérdidas serían en las empresas de minería, consumo y tecnología de la información, y menos en las de servicios profesionales.

Previendo el impacto que su “predicción” tendría, el Foro Económico intentó ser optimista en su informe y aseguró que si bien la automatización podría desplazar ciertos trabajos, “la inteligencia artificial, la robótica y la biotecnología podrían generar más de 133 millones de nuevos empleos en el mundo”.

Un año antes, en 2017, McKinsey Global Institute (MGI) planteó en su investigación Un futuro que funciona: automatización, empleo y productividad, “que los avances en robótica, inteligencia artificial y aprendizaje automático (machine learning) están abriendo el camino hacia una nueva era de automatización conforme las máquinas equiparan o superan el desempeño humano en una gran gama de actividades laborales, incluyendo las que requieren competencias cognitivas”.

El Instituto advirtió que sus “escenarios sugieren que la mitad de las actividades laborales de la actualidad pudieran automatizarse para 2055, aunque esto puede ocurrir 20 años antes o después dependiendo de varios factores”.

Desde entonces y hasta 2020 mucha agua ha corrido bajo el puente, como popularmente se diría, pero no resulta descabellado lo señalado, en su momento, por el FEM ni por MGI. De hecho, las empresas -tal como debería ser- están impulsando la automatización de sus operaciones, pues posibilita que mejoren su desempeño, al reducir los errores y mejorar la calidad; optimicen la productividad y se vuelvan mucho más competitivas.

Tan es así que de acuerdo con cifras publicadas por la Federación Internacional de Robótica (IFR), entre 2013 y 2018 la cantidad de robots industriales aumentó 65% en todo el mundo, lo que equivale a 2,4 millones de unidades.

Ante esto, es lógico que los trabajadores sientan temor, y ahora más con lo que hemos visto durante la pandemia. El covid-19 se ha convertido en un catalizador: cada vez más la robótica tiene un papel fundamental en el contexto actual. Por ejemplo, la cadena de suministro global ha tenido que responder ante la crisis introduciendo nuevas tecnologías para automatizar al máximo las operaciones.

En un plano más “doméstico” está el desarrollo de tareas como desinfección o servicio de café por parte de robots en clínicas de China y Japón, aprovechando que no se contagian ni se enferman, y trabajan 24 horas corridas.

Ciertamente, la emergencia sanitaria está acelerando la automatización y esto obedece más a la necesidad de las compañías de modernizarse para poder responder a las exigencias de estos tiempos, que a un capricho. La digitalización es un fenómeno imparable y es prioritario abordarlo.

Hay que tomarle la palabra no solo al FEM, sino también a Milton Guerry, presidente de la Federación Internacional de Robótica. Para él, “el aumento de la productividad y las ventajas competitivas de la automatización no reemplazan los trabajos: automatizarán las tareas, aumentarán los trabajos y crearán otros nuevos”.

Así que es importante el reentrenamiento y la educación continua de los trabajadores, ya que requerirán aprender nuevas habilidades para que tanto ellos como las empresas, en los períodos de transición laboral, aprovechen al máximo los beneficios y las oportunidades de la automatización.

Pregunto: ¿Es la hora de los robots? Eso aún está por verse, pero no me cabe dudas de que serán comandados por humanos.

 


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