A Ricardo Lagos Escobar

La violencia en Chile se combate con mano dura y sin concesiones

Carlos Alberto Montaner

La primera víctima de las guerras, decían los griegos de la edad clásica, es la verdad. Que en el colmo de su poder de engaño y manipulación es capaz de negarse a sí misma, travestida de mensajera de la justicia y la paz. Como ha quedado demostrado en Chile, en donde luego de que el castrocomunismo incentivado desde las dictaduras de Cuba y Venezuela, con el auxilio de los propios chilenos, desenterraran el hacha de guerra y provocaran el peor y más grave motín insurreccional vivido por los chilenos desde los tiempos de Salvador Allende.

El cornudo es el último en enterarse, afirma la sabiduría popular. ¿Es posible que un político chileno reconocido internacionalmente como un estadista –me refiero al ex presidente socialista Ricardo Lagos Escobar– eleve de categoría el devastador asalto de la barbarie de la izquierda socialista chilena, saldado con vagones e instalaciones del moderno metro santiaguino e incluso edificios públicos destrozados, incendiados y vandalizados, categorizándolo como un clásico movimiento de protesta del Primer Mundo? ¿Producto del progreso, y no de la regresión política alimentados contradictoriamente por todos los partidos de la concertación, incluidos todos los dirigentes de los partidos marxistas y su compañera Michelle Bachelet? ¿Tan bien están los chilenos después de su obra y la de democristianos y centroizquierdistas, que ahora sus militancias protestan por tener más lujos de que disfrutar? ¿Por ejemplo, los frutos del desarrollo provocado en Europa, Estados Unidos y el Lejano Oriente por políticas económicas claramente capitalistas y liberales?

¡Qué manera la suya, de distorsionar la verdad y hacerse mensajero de la mentira, señor Presidente! La raíz de esa hecatombe no está en la economía, que la de Chile es la más próspera y desarrollada de nuestra región. Es la política. Que tales actos fueron ordenados en La Habana y organizados y coordinados con la dictadura venezolana, que puso y financió sus matones disfrazados de migrantes, perfectamente articulados en sendas reuniones del Foro de Sao Paulo, celebrado en Caracas, y del Grupo de Puebla, celebrado en dicha ciudad mexicana, contando con la participación de su pupilo y protegido José Miguel Insulza y otros notables dirigentes de su partido, del Partido Comunista, del MIR y otros sectores de la ultraizquierda, es público y notorio. Revise las fotos de Puebla y las declaraciones del grupo, publicadas por el periódico del Estado cubano, Granma. Se lo cito, como prueba de cargo: «La batalla por Venezuela es la batalla por el continente y por el mundo. El triunfo de las fuerzas revolucionarias en Venezuela representa el triunfo de todas las fuerzas de izquierda en el mundo entero y, en especial, en América Latina y el Caribe. Siendo la revolución bolivariana el blanco de ataque principal del imperialismo y sus lacayos, el movimiento revolucionario y progresista latinoamericano e incluso mundial, no pueden hacer menos que tener como principal prioridad en sus planes de lucha y estrategias, la defensa de la revolución bolivariana hasta sus últimas consecuencias». Ya las estamos viviendo en Chile y las principales ciudades del país. Pronto rebotarán en los países fronterizos.

Estamos en guerra, señor presidente, así usted y los suyos, ante la brutalidad y crudeza de los hechos, insistan o pretendan ocultar la cabeza en la arena. Detrás de los vándalos que quemaron vagones del metro, destrozaron sus instalaciones, saquearon tiendas y comercios a lo largo del país y prendieron fuego al edificio de la compañía eléctrica ENEL, en el centro de Santiago –con millones y millones de dólares en pérdidas– estaba la orden de movilizar al socialismo mundial para impedir el desalojo del tirano colombo venezolano Nicolás Maduro, de cuyo auxilio, arrebatados de los bienes del pueblo venezolano, sobrevive una revolución tan traicionada y miserable como la del fenecido chavismo. Es el pataleo de dos revoluciones condenadas a muerte.

Me impresionan la ceguera y la porfía de quienes en Chile, habiendo protagonizado, tolerado o facilitado las vandálicas acciones, insisten en culpar al gobierno chileno. Es la matriz de opinión instrumentada desde La Habana y Caracas, a la que se suman personalidades de la izquierda filocastrista mundial, como el ex juez y abogado de cabecera de Cristina Kirchner, Baltazar Garzón. Me impresiona que en los albores de una guerra a muerte declarada por ambas dictaduras caribeñas –Cuba y Venezuela– para impedir el anhelado fin de sus existencias, cuyo desenlace desconocemos pero cuyos efectos serán devastadores, las más lúcidas conciencias de la izquierda, e incluso de la derecha institucional chilenas, se nieguen a comprender y asumir la verdad. Es una sórdida y aberrante victoria mediática. Demuestra el espíritu reaccionario y retardatario de sus protagonistas, pues como lo señalara el más grande de los pensadores marxistas, Antonio Gramsci, “la verdad, solo la verdad, es revolucionaria.”

 


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