Daniel Ortega y Rosario Murillo | Foto Reuters

Según las cifras del economista Angus Maddison, el crecimiento económico ha sido espectacular en los últimos doscientos años: la población mundial se multiplicó por 5, el ingreso por persona lo hizo por 8, el PIB mundial por 40 y el Comercio Internacional por 540. Dentro de este panorama de crecimiento, en cuanto a la pobreza, unos estudiosos de este problema, han explicado que en 1950, las tres cuartas partes del mundo vivían en la pobreza extrema; pero luego en 1981 bajó al 44%, y posteriormente en el año 2015 había caído por debajo del 10%.

Sin embargo, a pesar de este florecimiento económico planetario, aumento de expectativa de la vida en casi todo el mundo, surgen voces muy firmes contra una desigualdad. La cual aparentemente sería la culpable de la pobreza existente. La pobreza siempre ha sido el estado natural del hombre, cuando fue evolucionando y las tribus se civilizaron, se produjo la revolución agrícola que sacó al hombre de la recolección, y la caza, y permitió su crecimiento.

En Argentina cuando estaba en los finales del siglo XIX y principios del siglo XX su crecimiento económico era espectacular, y afluían al territorio argentino, obreros, artesanos y agricultores provenientes de España, Italia, y otros países. Vinieron a trabajar porque se pagaban salarios superiores en la tierra de San Martín que sus países de origen. Llegó Aristóteles Onassis con escasos dólares, a Argentina e inició allá su negocio de importación de tabaco, nadie se lo prohibió y poco a poco fue progresando hasta hacerse rico. También el padre de Mauricio Macri, llegó a Buenos Aires con poco dinero, en los años cincuenta y sin ayuda de algún gobierno peronista se hizo rico. También en Venezuela, entre los años cuarenta  y cincuenta llegaron a La Guaira miles de italianos, portugueses y españoles, sin una blanca en el bolsillo, a los pocos años, unos se hicieron constructores, otros sastres, dueños de restaurantes y otros negocios. En el sistema bancario, por ejemplo, símbolo de oligarquía y exclusivismo, gente que empezó como cajeros y empleados sencillos, consiguieron alcanzar altos cargos como vicepresidentes. Así mismo, nos han contado personas que han ocupado cargos gerenciales, que a veces les ofrecían el ascenso a un cajero, u a otro empleado menor y éstos se negaban: ¿entonces cómo carrizos echarle la culpa al capitalismo malsano, la falta de progreso? El capitalismo es un sistema competitivo, la famosa “mano invisible de Adam Smith”, está representada con cientos de miles de personas que salen temprano de sus casas a trabajar duro durante el día, a cumplir con contratos voluntarios. Quienes inventan, descubren nuevos procedimientos industriales se hacen ricos porque benefician a los consumidores y crean nuevos empleos. En la actualidad, en lugar de apoyar iniciativas como las de Microsoft, Apple, Amazon, Tesla, Facebook y Google, el mundo político quiere cobrarles más impuestos, les da rabia a las dirigencias gubernamentales que estas empresas generen empleos y hayan incrementado la productividad mundial. También son grandes empresas privadas farmacéuticas las que han descubierto las vacunas que están ayudando a combatir la pandemia del COVID-19. Y también se les está exigiendo que regalen sus patentes, como si las patentes fueran un bien gratuito.

Se han hecho comparaciones sobre la desigualdad de un famoso coeficiente de Gini que a veces pone a Estados Unidos como país más desigual que Sudán, como si vivir en la gran nación industrial del norte fuese malo. En Venezuela, también cierta intelectualidad de izquierda se ofendía con la desigualdad y la pobreza, y ahora vemos en pleno auge socialista puro y duro, que la pobreza ha aumentado y la desigualdad a niveles increíbles, aunque no aparezca en el coeficiente de Gini. Lo mismo ocurre en Cuba, donde solo los detentores del poder poseen bienes y objetos de lujo, de igual modo, en Nicaragua Daniel Ortega y su esposa, son los dueños ya de casi todos y quienes osen competir por la presidencia son candidatos ipso facto a la prisión.

 


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