Personas de la tercera edad han recurrido a la venta de chucherías para poder subsistir / Foto: @angelzambr11

Estamos a las puertas de un momento estelar en la vida de los venezolanos, que marcará nuevos y significativos derroteros, el próximo 22 de octubre, fecha en la que se escogerá el candidato o candidata presidencial, que se enfrentará al del oficialismo, cuyo empeño es mantener el poder a cómo dé lugar.

Han transcurrido 24 años, desde que el socialismo del siglo XXI alcanzó el poder, en unas libres y democráticas elecciones, y desde entonces el otrora hermoso país a lo largo del tiempo dejó de seguir siendo el ejemplo y orgullo de los nacidos en su fecundo territorio, hoy víctima de la incapacidad, negligencia y amor patrio del que tanto se ufanan, al extremo de mal llamar «bolivariano», a un remedo de revolución, que debe estar revolcando en su tumba al único y legítimo Libertador y Padre de la Patria: Simón Bolívar

Hemos procurado tratar de entender, porque los ínclitos militantes de izquierda engañan a los pueblos, con mensajes populistas y demagógicos. Predican defender a las clases populares y una vez en el poder, sus ofrecimientos se convierten en letra muerta, y lo que es peor, en sus acérrimos enemigos a los que luego no les dan cuartel, sino en físico.

En nuestra cotidiana actividad periodística, encontré en días pasados un libro titulado La guerra infinita. Rostros del Nuevo Conflicto Global, del autor boliviano exiliado Hugo Achá, en cuyo trabajo investigativo habla del ascenso al poder, de híbridos entre una organización criminal y una política.

Su autor advierte que detrás del discurso de izquierda se parapetean intereses de economías ilegales, ansiosas por secuestrar el Estado. Tuvo que exiliarse cuando halló vínculos entre mafia y política en su país. Hoy alerta que están en juego las elecciones en varios países de América Latina, entre ellos Venezuela.

Refiere también que no solo quieren coexistir y tomar ventaja de las debilidades estatales y lucrar de Estados frágiles, fallidos o corruptos, sino que «quieren ser Estado», para cuyo propósito ponen en juego una audacia muy grande porque no solo intervienen, participan, financian procesos electorales e interactúan de manera violenta. Saca a colación, el asesinato reciente del candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio.

El híbrido entre una organización criminal y grupos políticos no deja de ser controversial y Achá puede ser tachado de extremista, porque relaciona a grupos políticos de izquierda con fuentes de economías ilícitas.

El fin de la Guerra Fría marca para la izquierda una opción de vida o muerte. La caída del muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética son hechos palpables de que el modelo no consiguió dar respuestas. Esa izquierda huérfana del discurso buscó aliados. La revolución va en la punta de las bayonetas, decía Mao. «Esto ya lo había entendido Fidel Castro, cuando se alió con el narcotraficante de escala mundial Roberto Suárez, «el rey de la cocaína», el primer proveedor de droga de Pablo Escobar y el cartel de Medellín”, subraya en su libro Achá.

Es pues «hora de abrir los ojos», para que se acabe de una vez por todas este doloroso holocausto, que ha obligado a casi 8 millones de venezolanos a buscar nuevos horizontes en tierras lejanas, además de lastimeras escenas de dolor, al ver a personas de la tercera edad muriendo de hambre, o vendiendo chucherías en calles y bulevares en Caracas y ciudades del interior del país, entre algunos de los dramas que humillan cada día más a los hijos de la patria de Bolívar. ¡Basta ya!

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