Con los actuales militares y muchos civiles militaristas, tendremos que generalizar hasta prueba en contrario; casi decir que tendrían que demostrar su buena fe, cambiando aquel viejo axioma jurídico contenido en nuestras leyes de que es la mala la que debe probarse. Tal vez el punto de partida con este régimen, que por vía de consecuencia ha generado esta opinión, fue la farsa de la unión cívico-militar que formó parte del discurso del innombrable y que se estableció mediante el atajo de la “función social” en nuestro texto constitucional, desarrollado en las demás leyes que ahora regulan la materia castrense.

Tomado del imaginario del fascismo ceresoliano, se hizo atractivo el latiguillo de esa gran mentira en un país en el que esa desviación del militarismo ha hecho de las suyas desde el propio inicio republicano, subyugando los pocos asomos civilistas. Fue Betancourt el primero que planteó y logró luego el sometimiento de los militares al poder civil en el país, marcando un hito histórico frente al militarismo. Fue él quien a partir de su gestión iniciada en el 58, con esos militares institucionales, respetuosos de ese poder civil, enfrentó y derrotó al militarismo trasnochado de derecha e izquierda en sus afanes decimonónicos. De manera valerosa y con verdadero civilismo, le dio inicio a una etapa democrática que por cuarenta años nos libró de esa tara. Nada fácil su labor si consideramos que el militarismo no es un mal exclusivo de los militares sino que también lo es en igual o peor grado de civiles prestos a servir a la causa castrense que aspire u ostente el poder; es este un maleficio histórico plagado de muchos ejemplos en nuestro país.

Pero no bastaron esos cuarenta años de libertades, respeto a las instituciones republicanas y desarrollo para que se erradicara esa desviación; el trabajo de zapa en nuestras fuerzas armadas se estuvo gestando por militares sediciosos que traicionaron su juramento, lanzándose a la aventura al alimón con civiles ambiciosos y resentidos. Fueron derrotados en dos oportunidades, en 1992, pero el mensaje fue claro y contundente, no cejaría la logia militarista que se estuvo preparando para el asalto final. Una parte logró mimetizarse abjurando de sus acciones y otros encontraron cobijo en el “chiripero” de Caldera y con apoyos importantes del ámbito civil, se hicieron del poder utilizando los mecanismos del sistema democrático.

Lo relevante es que con esos mecanismos (para ellos contranatura) no solo lograron la presidencia y una nueva Constitución, lograron también para su logia la mayoría de las gobernaciones. Se les dio un cheque en blanco y tomaron para sí en forma absoluta todas las instituciones del poder público. Al inicio de su gestión se valieron del apoyo, la experiencia y prestancia de civiles que en su mayoría creyeron ingenuamente el cuento de la unión cívico-militar.

Hoy el civismo no existe y la presencia civil en el poder público se encuentra absolutamente sometida al militarismo;  es tal como lo define la RAE, el “predominio de lo militar en la política y el gobierno de una nación”. En nuestro caso, los civiles militaristas solo aportan a la ecuación la trasnochada doctrina comunista, que esconden en el sui generis “socialismo del siglo XXI” que sirve al falso discurso nacionalista de los militares.

Son ellos los que se han enriquecido indebidamente en una insaciable avaricia; los que le han entregado la soberanía de este país a los cubanos, rusos e iraníes.  Los que han sido incapaces de resolver los problemas del país desde todos esos cargos que ocupan en ministerios, institutos autónomos, empresas estatales, gobernaciones y alcaldías; los que tienen el monopolio de la minería y son dueños de banca, seguros, medios de comunicación, etc. En fin, son los responsables de que el común de la gente no cuente con las condiciones dignas para vivir y los que acabaron con las instituciones ciudadanas.

Oírlos en Los Próceres con el desafiante lema de “socialistas, socialistas”, es sentir con impotencia que nos restriegan en la cara de manera impune que esa  especie de “militarismo a la criolla” es la imposición de una violación a la Constitución que en su texto impide la politización de las fuerzas armadas y servirle a parcialidad política alguna.

Parece que en este aspecto el llamado “liderazgo político” de la oposición, en su dejar hacer, dejar pasar, no tiene nada que decir y esto es grave. Si no existe un liderazgo verdadero, serio y competente tendremos al militarismo por largo tiempo en el poder. Se han vertido opiniones por algunos calificados autores, bien fundamentadas, sobre la forma de sobreponerse a este desliz histórico. Sobre todo lo relacionado a la despolitización y al rescate del control civil sobre el militar. Vale parodiar aquella cruda frase de Clinton, “es el militarismo, estúpidos”.

 

 


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