Mientras leía estupefacta la noticia aparecida en toda la prensa internacional, cuyo titular es «Activistas escriben ‘bastardo’ en la estatua de Cervantes en el Golden Gate Park de San Francisco», con el subtítulo “La estatua del misionero español fray Junípero Serra también ha sido derribada en California», pensé inmediatamente en el terrible daño que ocasiona el fanatismo, sea del tinte que sea.

Los fanáticos se distinguen por su carencia de audición, oyen solo aquello que encaje en sus creencias más arraigadas. Al no oír nada que pueda contrariar sus convicciones llevadas al paroxismo, distorsionan cualquier idea que los confronte y alimentan de esa manera su inmoderada palabrería o acción vandálica.

Se vive una etapa llena de fanatismos. Uno de ellos, el que motiva hoy a mi artículo, es el ataque a las estatuas mencionadas. Soy consciente del riesgo que corro; ya oigo los epítetos de ¡racista, xenófoba, fascista, extrema derecha, neoliberal! Como conozco los seudoargumentos, conocidos como las falacias contra la persona, argumentum ad hominem, no me detendré a rebatir ni uno solo de ellos.

La primera reacción que tuve al leer la infausta noticia fue rechazar la traducción de bastard. Ese vocablo, usado en forma peyorativa, no significa lo mismo que bastardo en español. Sus sinónimos ingleses son evil-doer, son of a bitch, y otras lindezas por el estilo. De tal manera que no es simplemente “hijo ilegítimo”, o algo similar, lo que se le está diciendo a Miguel De Cervantes. Además, dibujaron dos cruces célticas, en las dos figuras que completan el monumento escultórico.

En primer lugar, Miguel de Cervantes, nacido en Alcalá de Henares, en 1547, no es un representante tan solo de la cultura española; es el escritor de mayor relevancia universal, se le ha llamado el Príncipe de los Ingenios. Su excelsa obra, El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha (El Quijote), es considerada como una de las mejores obras de la literatura universal; asimismo, ha sido el libro de mayores ediciones y traducciones de la historia, tan solo aventajado por la Biblia.

¿De qué crimen nefasto se le acusa a don Miguel para ser blanco de esta ola de fobia a las estatuas? ¡Pues se le acusa de formar parte de los represores raciales! Por otra parte, las dos figuras que están al pie de la estatua son Don Quijote y Sancho. A ellos les fueron pintadas dos cruces célticas. ¡Vaya, por Dios! ¡Qué incultura tan crasa y supina! En cualquier enciclopedia, libro de Historia, comentario sobre semiología, se puede encontrar la explicación del significado de las cruces célticas; ellas son vistas universalmente como un símbolo religioso y una parte de la herencia irlandesa; representan, precisamente, el legado y la fe del pueblo de Irlanda.

A quienes ven en estos hechos vandálicos reivindicaciones de los pueblos originarios, bien podrían sentarse un rato a leer sobre Historia. Los revisionismos históricos demandan, por parte del revisionista, un conocimiento profundo de los hechos para que sus razones no estén descontextualizadas. Es conocido que a los revisionistas o seudocientíficos se les suele atribuir un uso político de la historia y, por supuesto, de irrespetar la indispensable e ineludible neutralidad y espíritu crítico hacia las fuentes; cualidades cardinales en la tarea del historiador.

Y a quienes han aupado estas interpretaciones, les recomendaría que se sentaran a leer concienzudamente la monumental obra de Luis Astrana Marín, fundador de la Sociedad Cervantina, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra. Después de que lean y digieran, sobre todo esto último, pueden sentarse a discutir si don Miguel fue un bastard, un evil-doer, o deben someter a revisión sus falsas interpretaciones históricas.

Pero, no pararon allí. Se fueron contra fray Junípero Serra. Desde que fue canonizado por el papa Francisco en 2015, la figura del misionero ha sido objeto de revisiones sobre su papel en la historia de California. Lo han llegado a llamar «santo del genocidio». Varios historiadores han desmontado las mentiras sobre el fraile.

Fernando García de Cortázar, historiador español, ganador del Premio Nacional de Historia, España, dice del revisionismo del que es víctima el misionero: «Es como si hoy un soriano se pusiera a culpar a los romanos de todos sus males cada vez que pasa delante de un monumento clásico. Es decir, como si la historia se hubiera detenido para siempre cuando Escipión destruyó Numancia».

Tales revisionismos han engendrado ese fanatismo cuyo sueño no es otro que dirigir con sus trastornos emocionales la acción política.

Cuando atentamos contra el lenguaje, cuando nos olvidamos que nuestro español de América, con sus modismos y peculiaridades, ha enriquecido el idioma, cuando el esnob,  imitador de las maneras y opiniones de quienes considera distinguidos (DEL), y, para usar una hermosa palabra de nuestra lengua, el petimetre, se empeña en introducir neologismos, más bien barbarismos, como el “webinar”, en esos momentos también se está mancillando, vandalizando a Miguel De Cervantes y Saavedra, a Andrés Bello, a Juan Rulfo, a Gabriel García Márquez, a Miguel Ángel Asturias, a todo cultor de las buenas letras. No en balde, cuando se habla del castellano se suele decir “la lengua cervantina”. ¿También se va a erradicar esa locución?

Quiero recordar un párrafo con el que finalicé un viejo artículo en este prestigioso diario, por allá en 2014. Decía: “(…) en una ocasión, el gran Víctor Hugo, respondiendo a una pregunta que le fue hecha sobre las bondades de los idiomas, respondió: ‘El inglés es ideal para hablar de negocios, el alemán se hizo para las ciencias, el francés es el lenguaje del amor y el español, ¡ah, el español!, es el idioma para hablar con Dios’. También se cita algo similar atribuyéndose al gran Carlos I de España, Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico”.

Estos hechos salvajes, perpetrados por fanáticos, ocasionan una fuerte erosión cultural y merecen el repudio de nuestras sociedades; y para aquellos que han mancillado valores tan sublimes como el cultivo de las artes y de la vida consagrada, la exclusión social, es decir, el ostracismo.

@yorisvillasana


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