Colegio Fontán (Colombia)

“Hay hombres y mujeres / que saben a qué asirse / aprovechando el sol / y también los eclipses» (MARIO BENEDETTI)

Érase una vez una escuela en un lugar de América del Sur en la que los niños eran felices. Esto era así porque esa escuela no les amargaba la vida con exámenes y calificaciones que suelen ser motivos de disgusto para los críos. Hacer exámenes supone la molestia de revisar lo que acaba de verse en clase y demostrar que la explicación del maestro ha dejado huella. En otras palabras, que se ha aprendido y que quizás algún día el alumno pueda aplicarlo. No sé, se me ocurre así, a bote pronto, que debe de ser de utilidad para cualquiera saber contar las vueltas de una compra sin que a uno le engañen con intención o sin ella. Uno de los principios de la escuela consiste en enseñar cosas a los alumnos para que estos aprendan y sepan servirse de ellas en la vida. Digo uno de los principios porque hay muchos más, por ejemplo, librar a los alumnos de la ignorancia, liberar a un alumno de una situación familiar incómoda, educarlo, etcétera. La verdad es que no faltan razones para asistir a la escuela. En una escuela se habla, se lee, se escribe y se piensa. Dependiendo de cada asignatura un alumno encuentra historias que le ofrecen oportunidades de aprendizaje. Pienso ahora en asignaturas elementales e imprescindibles como urbanidad y buenos modales, educación vial, educación sexual. En estos tiempos cada vez resulta más infrecuente coincidir en la calle y también en la escuela con alumnos que digan buenos días, que sepan cómo comportarse educadamente, por ejemplo, llamando a la puerta antes de entrar, digan por favor y gracias. Hoy pocos alumnos son conscientes del lenguaje no verbal que proyectan continuamente en clase cuando se sientan de mala manera, cuando gesticulan o buscan cómplices de una burla incluso a algo dicho por el profesor en otros compañeros. Ocurre también con el lenguaje puramente verbal cuando protestan sin delicadeza y con un tono falto de respeto al adulto que le enseña. Hablando en plata, yo diría que algunos alumnos de la generación X, generación Z o la generación que sea acuden desafiantes y peleones a la escuela creyéndose en una situación de igualdad con sus profesores y maestros, y -a veces- con la idea de que estos no saben nada. Por absurdo que parezca, algunos alumnos creen que ellos saben más que sus profesores. Pienso en esto y creo que los padres desentendidos de las mínimas normas de cortesía, la falta de contención de los alumnos que opinan de todo a todas horas y la existencia de esa varita mágica –smartphone– que les sirve de enciclopedia universal acelerada ayudan mucho a que las cosas sean así.

Érase una vez una escuela en la que no había clases ni horarios. La revolucionaria idea de esta escuela colombiana -Colegio Fontán- propugna la libertad de los alumnos que eligen cuándo y cómo aprender las cosas: «En nuestros colegios no hay clases porque no están los niños mirando hacia adelante, a un profesor que escribe en un pizarrón» («El colegio sin horarios, exámenes, ni clases de Colombia». Notimerica.com; 31.10.2023*). No crea, amable lector, que alguien como yo desprecia la propuesta. Acostumbro a respetar y escuchar. El caso es que yo entiendo es necesario lograr que un grupo de niños mire a un pizarrón. Entiendo yo que eso requiere atención, esfuerzo y algo de calma. Creo que los niños deben distinguir entre la disciplina exigible en el aula y la libertad deseable en un parque. No querría imaginar a estos chavales sentados en una sala de cine mirando a una pantalla grande que tienen delante.

Alexander S. Neill

En fin, la idea de la educación sin límites no es nueva. Ya surgía en la cabeza de un profesor inglés, A. S. Neill, que plasmó sus teorías en el libro Summerhill. Y yo no digo que no sea interesante. Sin embargo, creo que necesitamos libertad y disciplina y disciplina y libertad.

Creo que es fácil hablar de una escuela sin exámenes, sin horarios y sin calificaciones para albergar a niños y adolescentes felices. Pero es que una escuela no es eso. El resultado obtenido en escuelas así convierte a sus alumnos en ignorantes. La felicidad y la libertad se consiguen a través del conocimiento y la cultura. La escuela y los profesores deben proporcionar esa cultura, esos contenidos, esa educación preciosa a los alumnos. Existe la estúpida idea de querer creer y hacer creer a la sociedad que somos iguales, y no es verdad. No somos iguales.

Hace un tiempo, el profesor Ken Robinson expuso su idea en una conferencia que fue viral: «Las escuelas matan la creatividad»**. Merece la pena escucharlo y reflexionar en lo que dice. Nadie puede generar nada a partir de nada. La escuela es el principio de todo lo creado después. Si no hay escuelas de verdad, si no hay profesores, si se suprime el concepto de asignatura, si suprimimos los exámenes y las clases no nos queda nada.

Escuela de Summerhill (Inglaterra)

Conviene observar que la escuela es una parte de nuestra vida indispensable para ser y aprender a ser sociables. La escuela nos recuerda que no somos el centro del mundo, a pesar de que haya quien se empeñe en demostrar lo contrario dándole todo el protagonismo al alumno: «Todo ha de adaptarse a quien aprende». Bueno, en parte esto es verdad. No obstante, el centro de la educación es la asignatura per se. Un estudiante de lengua española ha de aprender la materia entera y verdadera, no una versión «a la carta» de la materia. No es lógico facilitar un permiso de conducir a quien desconoce la normativa completa de tráfico.

La escuela enseña muchas cosas y la escuela corrige muchas cosas. En una escuela un alumno debe aprender esto:

No interrumpir a quien habla

No distraerse

No contestar mal 

No gritar 

No llegar tarde

No hacer burla  

No criticar

No apoyar al abusón

No desobedecer las indicaciones de los profesores

No tener prisa

No pedir permiso para ir al aseo constantemente

No ser deshonesto

Por otro lado, la escuela intenta que el alumno aprenda a leer en voz baja, sepa leer en voz alta, escriba correctamente sin faltas de ortografía, adquiera conocimientos, tenga calma, consienta en escuchar a los otros, escriba además manejando una caligrafía clara, sea curioso y quiera aprender, entre otras cosas. He leído hoy mismo una frase bonita que podría servir: «Books, minds and umbrellas work only if they are open«.

Recuerdo a menudo aquello que un día respondió el profesor de matemáticas amigo mío a una alumna impertinente que le dijo en medio de una explicación: «Y esto, ¿para qué sirve?». Mi amigo contó que se dio la vuelta -estaba haciendo números en la pizarra-, dejó la explicación inacabada y soltó: «No le voy a decir para qué sirve, pero le voy a decir para qué no sirve». Enumeró entonces una serie de ocupaciones en las que las matemáticas parecían inútiles. Esas ocupaciones no suelen exigir esfuerzo intelectual. Citó empleos de la escala social inferior que cualquiera puede hacer [sin desprecio a estos trabajos, por supuesto]. Mi amigo quiso hacer ver a la alumna el valor de una disciplina rigurosa que quizás le ofreciese oportunidades que no están al alcance de todos. El sentido de la escuela es este, formar e instruir, aunque finalmente uno elija emplear lo que sabe en algo que no le complique la vida.

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notimerica.com/colegio sin exámenes/Colombia

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youtube.com/Ken Robinson/Las escuelas matan la creatividad


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