El título de esta nota resume un dicho de la sabiduría popular que se utiliza cuando el peso de las preocupaciones que ya uno tiene se ve incrementado por algún hecho fortuito adicional. Eso mismo es lo que parece estar ocurriendo en Venezuela durante los últimos días.

En efecto, encima de todo el deterioro existente desde hace años, ampliamente visible, se viene a sumar lo de la pandemia covid-19, la propuesta lanzada por Guaidó para la formación de un gobierno de emergencia y ahora la decisión del gobierno de Estados Unidos de lanzar un operativo militar de gran envergadura en el Caribe destinado a la interdicción del tráfico de estupefacientes con mención expresa a Venezuela y el régimen que despacha desde Miraflores contraviniendo la constitución. Es precisamente este último evento el que constituye el inesperado “parto de la abuela” toda vez que es un hecho sorpresivo, externo y en el que ninguno de los actores venezolanos tiene participación alguna.

La propuesta hecha por Guaidó de un gobierno de emergencia se sustenta naturalmente en buscar y encontrar alguna clase de consenso entre las fracciones que polarizan la vida nacional. Así pues la palabra clave es consenso, lo cual implica la necesidad de hacer concesiones, tragar grueso y ponerse el pañuelo en la nariz. Si la realidad social, económica, política y militar permitiera a la oposición asumir en solitario la conducción del proceso es obvio que no se precisaría hacer concesiones. Lo mismo es válido para quienes ejercen la usurpación. En consecuencia, no pudiendo desde hace años ningún bando eliminar al otro en forma decisiva y habiendo de por medio una catástrofe sanitaria mundial adicionalmente potenciada por las circunstancias domésticas, no parece haber otro camino que el de ponernos de acuerdo en empujar todos juntos el barco en una misma dirección. Una vez superado este escollo existencial entonces podremos hacer los reclamos  y exigir las responsabilidades a que haya lugar. No habremos inventado ni la pólvora ni descubierto el agua tibia. Otros lo han hecho ya.

Lo anterior no implica en absoluto colocar esperanzas y confianza en quienes una y otra vez han aprovechado las treguas para mejorar su control del poder. Habrá que estar vigilantes y circular con la espalda contra la pared. Quien esto escribe no es neutral sino decididamente militante de la causa democrática, pero también es un activo observador de las ejecutorias de quienes conducen el proceso desde nuestras trincheras donde no es difícil percibir que algunos de los actores son lamentablemente inflexibles y otros anteponen sus intereses grupales por encima del superior destino de la patria. Así y todo no hay otra alternativa que empujar todos para el mismo lado.

En los días y semanas por venir el sistema sanitario estará rebasado por víctimas del contagio viral, la presión social tomará proporciones preocupantes y su represión se tornará más fuerte, el suministro de gasolina se agudizará, la disponibilidad alimentaria se tornará aún más crítica, y pare usted de contar. Ante este cuadro no parece ilógico empujar juntos.

También está la otra cara. Quienes hoy usurpan el poder y gozan de los beneficios que este ofrece, tendrán que hacer mayores concesiones mientras negocian su operación de salvamento personal. A ellos les compete no solo eso sino también “controlar a sus locos” cuando los grupos paramilitares y fundamentalistas rehúsen atenerse a lo que se convenga. No se trata solo de ponerse de acuerdo entre cúpulas sino primordialmente  garantizar la gobernabilidad, lo cual no será fácil. El esquema “furia bolivariana” patrocinado por dirigentes chavistas/maduristas lo anuncia desde ya.

Habrán escarceos y contactos bajo la mesa hasta que se convenga algún esquema de salida que podrá ser el gobierno de emergencia o algo inédito. Habrán trancas a la hora de escoger a los miembros del Consejo de Estado que se propone. Ojalá ello no se haga por reparto de cuotas partidistas sino atendiendo los altos intereses nacionales. (Tengo dudas). Habrá que ver quién se queda y quién se va, quién puede volver a aspirar y quién no. Tragos difíciles. Cuando la democracia retornó a Chile, Pinochet permaneció por años como senador vitalicio; cuando Franco murió, los franquistas fueron saliendo dentro de un proceso controlado; cuando el “apartheid” terminó en Suráfrica, Mandela y Le Klerc condujeron el cambio; cuando Violeta Chamorro ganó las elecciones en 1990, se tuvo que calar a Humberto Ortega como ministro de Defensa, etc. Transición es transición. No es victoria absoluta. En 1945 los aliados ocuparon Alemania, juzgaron a los criminales de guerra, repartieron Europa, pero… habían ganado una victoria militar completa y absoluta. No es el caso de la realidad venezolana de hoy.

Y ahora que “parió la abuela” con el operativo norteamericano en el Caribe, habrá que ver cómo se desarrolla y cómo afecta no solo a quienes trafican estupefacientes sino a quienes se benefician políticamente con ello. Seguramente más de uno dormirá con un ojo abierto y el papel toilette a mano “por si las moscas”.

Por último, y a propósito de las sanciones, es preciso aclarar una vez más que las mismas exceptúan específicamente los renglones humanitarios (alimentos, medicinas), que nunca estuvieron impedidos.


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