La adolescencia y la juventud temprana es una época de oro. La infancia también lo es, pero ahora hablaré de esa juventud en la que los muchachos descubren su intimidad, en un país hecho trizas.

A los que se esfuerzan por salir adelante el futuro les aparece muy indeterminado por estos lares. A los que no se esfuerzan les aparece más sombrío, pues ser flojo y apático no da ningún tipo de felicidad. Lidiar año tras año con jóvenes es una experiencia bonita, pues no se siente el paso del tiempo que, indefectiblemente, transcurre. A veces se ve a algunos estudiantes pasivos, tristes, por la actual situación. A algunos se les ve estimulados por las exigencias de la propia vida, que le reclama esfuerzo y perseverancia. A veces uno sale de un salón donde abundan los buenos, los animados; a veces se sale de alguno donde pareciera que nadie tiene pasiones. Lo cual es lamentable y desestimulante.

Estos años de pandemia han malacostumbrado a muchos muchachos, eliminando en ellos todo hábito de estudio. Han tenido por un tiempo largo la oportunidad de hacer exámenes y trabajos online, con el material en la mano y ahora, llegados a la realidad de un salón, deben probar que saben de verdad, independizados de los apuntes. No ha sido fácil para algunos, para muchos, y tampoco lo ha sido para los profesores.

La juventud se caracteriza por la animosidad, la alegría de vivir y la apertura a lo nuevo, pero a veces no es esto lo que se ve en muchos muchachos. Sé que el país no los estimula, pero la salida de la apatía depende de cada uno: de la lucha que día a día comienza con tender la propia cama, aunque esto parezca estúpido.

Nuestra juventud es el futuro y hay que invertir esfuerzos en ella. Ya el futuro se les abrirá aquí o afuera, pero se les abrirá, y si las oportunidades los encuentran aletargados no las descubrirán. Es una edad de oro que, como todas, se vive una vez en la vida. Lo ideal es aprovecharla al máximo y discernir el camino a seguir desde un buen contexto: ese que nos encuentre animados y abiertos a lo nuevo y al esfuerzo. Los motivos para caminar deben ser profundos para que de verdad animen; deben implicar el sentido de la vida y del esfuerzo; de las elecciones y de lo que se trae entre las manos. El presente de los adultos debe ser el de ayudar a los jóvenes a descubrir qué ruta seguir para labrarse una buena vida. Por eso, ser más maduros que los jóvenes nos hace responsables de orientarlos en medio de esta crisis.

Pienso que lo mejor que se puede hacer es ayudarlos a crear hábitos y a que inviertan su tiempo en el estudio, pues eso nunca se pierde. Siempre necesitarán de los conocimientos adquiridos y de la fortaleza para salir adelante en medio de las dificultades. Así, poco a poco, estudiando una materia que cuesta o desagrada, yendo a un partido de fútbol o haciendo lo que hacen lo mejor que puedan, les ayudará a fortalecerse. Y de aquí sale el ánimo: de hacer bien cada cosa que se tenga entre manos.

 


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