Monsieur Cioran, muchos escritores hablan de su infancia como un período paradisíaco y feliz que influye notablemente en la conformación de su obra literaria: ¿qué puede decirnos de su infancia en Rasinari?

ꟷLa felicidad de la infancia es una redundancia; pienso que la ausencia felicidad es la que antecede a la existencia. Sólo ese período a-histórico en que permanecemos en la bolsa amniótica merece ser calificado de feliz. Si Usted se toma la molestia de observar atentamente a sus semejantes, no le será difícil advertir que “respirar” es la tortura más insoportable que le ha sido dado sufrir a la especie humana. La sociedad en general no es otra cosa que un “infierno de salvadores”. Si la felicidad es una dádiva proveniente de cualquier esfera del poder, la misma está destinada a convertirse pronto en fuente de desgracia y calamidad para el individuo. Solo los espíritus atormentados en su niñez pueden eventualmente prometerse en el curso de sus vidas la ilusión de esta fata morgana que los psicólogos denominan “felicidad”.

ꟷ¿A qué le atribuye esa vehemencia, esa irrefrenable pasión por las ideas fascistas que lo mantuvieron prendado a la admiración de los movimientos ultraderechistas de su país en los años veinte?

ꟷDesde siempre intuí que la lucidez y la pasión por el conocimiento llevan irremediablemente a quien las practica a una especie de enfermiza obsesión. Permítame decirle que soy de los que piensan que toda convicción política y filosófica comporta intrínsecamente un germen eclesial y una semilla dogmática. Yo soy un desesperado desde antes de ser concebido. Es incompatible ser de izquierda y al mismo tiempo ser pesimista. En mi juventud leí con enfermizo interés a Nietszche, Schopenhauer a los escépticos antiguos y déjeme decirle que cuando se muerde el polvo de la sabiduría ya no se tiene disposición para continuar en el espejismo de las utopías degradadas. El verdadero espíritu filosófico es incompatible con cualquier proyecto de sociedad futura. Cuando se atisba la verdad esencial ya no se quiere transformar nada; se llega incluso a desear que el aire no cambie, que el mineral se quede en su estado original y que los continentes y las estrellas continúen inmutables hasta el fin de los tiempos. Un espíritu despierto no quiere redimir a nadie de su “esclavitud” pero tampoco desea ser partícipe de ninguna intención para “transformar el mundo”. Desde muy joven comprendí que “la lucidez es incompatible con la respiración” y que la salvación, si tal cosa fuera posible, sólo es posible imaginarla desde una radical individualidad. Hay un asco en mi constitución biológica hacia todo lo que signifique querer darle inconsultamente felicidad a la gente. Nadie puede ser libre no lo desea desde su más honda naturaleza y el gran handicap ideológico de la izquierda mundial ha sido el querer abolir un tipo de esclavitud económica para instaurar una peor: la enajenación mental, la esclavitud espiritual, la religión del optimismo demencial.

ꟷHace diez años que alzó en vuelo del Búho de Minerva, tenga la gentileza de decirnos a quienes aún creemos estar vivos, ¿qué extraña de todo cuanto significó su paso por la existencia?

ꟷMuchas cosas: ah, son tantas las cosas que añoro. Me gustaría estar vivo para continuar blasfemando la vida. Siempre quise ser un mortinato y por ello escribí “El inconveniente de haber nacido” ese virulento y exacerbado tratado contra futilidad de vivir. Lo que más me hiere no poder disfrutar aquí donde me encuentro es la imposibilidad de gritar con orgullo casi infantil mi condición de apátrida. Quisiera volver a escarnecer los nacionalismos y los falsos patriotismos que proliferan por doquier en esta “era de hierro planetaria”. Las banderas son engrudos que sirven para justificar cualquier apetito voraz de poder antropófago. Toda bandera es un vomitivo que causa más daño en la psique del ser humano que cualquiera de las enfermedades clínicamente detectadas por la ciencia médica. Las patrias son fuentes de desvaríos y desequilibrios de la razón.

Muero dos veces al no poder reunirme con mis amigos: Borges, ese “último delicado” que era capaz de sacrificarlo todo por la valoración estética del matiz, esa replica políglota de Homero que tantos momentos de suprema alegría vivimos juntos en nuestras largas conversaciones por los Jardines de Luxemburgo o en algún discreto parque parisino. Quisiera vivir para ser invisible como él mismo me confesó en alguna oportunidad. Igual extraño profundamente las visitas de Henri Michaux a mi apartamento de la Rue L’odeon; su fantástica imaginación y su asombrosa capacidad para conversar sobre temas abstrusos e insondables. Por él descubrí que la anécdota es en cierto modo el combustible que mueve toda la maquinaria del mundo real e imaginario y no sabe cuánto agradezco ese descubrimiento.

ꟷSeñor Cioran, ¿por qué sus fobias a aparecer en la TV francesa o su reticencia a conceder entrevistas a los grandes medios de comunicación de Europa? ¿Alguna razón especial para no hacer concesiones en esa materia?

ꟷFíjese, en la Antigüedad griega no había TV ni periódicos ni estaciones de radio. En un olvidado libro escribí que en cierta ocasión un obispo africano quiso cambiar un transistor por una cabra a un campesino. Es la viva ejemplificación de lo que yo siempre quise: ser leído y conocido por mis libros y mi pensamiento antes que por la fachenda de figurar en el hórrido mundo de la imagen y el espectáculo. Puedo jactarme de decirlo: nunca pasé un solo día de mi vida sin escribir una línea. Parafraseando a un estratega militar suramericano: el colmo es llamarse escritor para no serlo. Escribo infatigablemente todos los días del año sin pensar en el destino que tendrán esas páginas que emborrono. Soy un ermitaño que logró salir de los Montes Cárpatos y hacerse un ciudadano cosmopolita a través de los libros y la lectura. Esa condición de eremita la cuido celosamente y no admito que la Gran Maquinaria del mercado literario me recupere para fines crematísticos y publicitarios. Desde la publicación de Breviario de Podredumbre” me prometí no conceder entrevistas ni aceptar homenajes institucionales, pues siempre quise ser fiel a mi propósito de ser un “escritor de la sombra”. Jamás me dejé encandilar por el síndrome del vitrinismo que tanto sedujo al vedettismo intelectual internacional.

ꟷCuando el lector se enfrenta a su obra advierte una dicotomía: por un lado en su escritura está un Cioran amargado, bilioso, huraño, decepcionado del mundo y de la vida; y por el otro, en el plano personal e íntimo, uno diametralmente distinto: hilarante de optimismo, chistoso, ameno y afable; en fin, la otra cara del escritor universalmente conocido. ¿Cómo explica esa disyunción?

ꟷEs sabido que la naturaleza humana es una y múltiple simultáneamente. No se concibe una caracterología unívoca ni unilineal. El ser es plural por antonomasia. Yo soy yo y “autre” –como gustaba afirmar a Rimbaud-. En mí cohabita el cielo y el infierno. Soy la herida y el puñal como dice el “heautontimoroumenos” de Baudelaire. Si tuviera que volver a escribir mis libros no quitaría ni una coma, ni un punto, ni un acento de ninguno de mis libros porque cada palabra responde exactamente a un determinado estado del alma y a un particular temperamento de mi sangre. Todo aquél que ha leído mis libros sabe que escribo para evitar el traspaso de los límites de la sensatez y la cordura. Lo que Usted llama “los dos Cioran”, en realidad es uno solo. Lo que sucede es que uno de ellos se desdobla para evitar que el otro desaparezca. ¿Entiendo lo que intento decirle? Ahora bien, no existe un propósito deliberado en mí para alimentar esa leyenda que se ha tejido alrededor del escritor; no obstante tampoco tengo mucho interés en hacer nada para disipar el mito literario.

ꟷ¿De dónde proviene esa manía suya por el fragmento, esa obsesión por la frase breve, esa fiebre del laconismo? ¿Acaso se trata de una elección de estilo?

ꟷMi escritura es el lógico y natural resultado de mi aversión a la sistematicidad en la filosofía. Soy esteta del aforismo porque mi ADN está imposibilitado para el Sistema. Todo lo que conduzca el pensamiento sistemático es asfixiante y aniquila la libertad de asociación de la ideas en su estado larvario que es, a fin de cuentas, lo que más me interesa como escritor. Tengo una máxima que me ha acompañado desde que adopté la escritura como forma de vida: “desconfiad de aquellos que quieren encerrarte dentro de una determinada concepción del mundo: obnubilan pero no iluminan el camino de la sabiduría.” Sueño con una civilización donde la concisión del poema sea elevado a la categoría de santidad. La reflexión sistemática es por definición exigente y no admite que te contradigas; en cambio cuando piensas por retazos, fragmentariamente, puedes contradecirte sin tener que pagar el vergonzoso precio del remordimiento y ello me gusta porque se aviene como anillo al dedo a mi temperamento. Porque eso es lo que soy: un escritor de temperamento, que escribe por mandato de sus estados de ánimo. Una vez dije que “era el secretario de mis sensaciones”. Hoy ratifico esa sentencia íntegra y añadiría: me gustaría ser el amanuense de mis fobias y mis ciclotimias.

 


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