En mis últimos dos artículos afirmé que la absurda política  exterior establecida desde el propio inicio de la presidencia de Hugo Chávez conducía a un innecesario y creciente enfrentamiento con Estados Unidos, el cual podía comprometer nuestra soberanía nacional. Esta posibilidad se ha ido incrementando, con el pasar de los años, como consecuencia del agravamiento de la crisis venezolana y la amenaza que significa para la estabilidad continental la diáspora de nuestros connacionales y las distintas acciones de política internacional ejercidas por el régimen madurista. La llegada de Donald Trump a la presidencia, con su fuerte personalidad, acrecentó los riesgos existentes. Esta situación se complicó aún más por la ambición de Nicolás Maduro de permanecer en la presidencia de la República por un nuevo período violando la Constitución Nacional y los principios fundamentales de un régimen democrático. También dejé en claro que el apoyo militar ruso era, en caso de una confrontación militar, una utopía. Los principios fundamentales de la Geopolítica y la Geoestrategia así lo indican.

Este complejo panorama político se agravó aún más con la usurpación de la presidencia de la República por parte de Nicolás Maduro después de enero de 2019 y la designación de Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, como encargado de la primera magistratura nacional, según lo establece el artículo 233 constitucional, y su reconocimiento por más de cincuenta gobiernos. Los buenos oficios del reino de Noruega han facilitado el establecimiento de negociaciones entre representantes del oficialismo y de la oposición democrática, pero han surgido aspectos difíciles de superar: la salida de Maduro del poder antes de unas elecciones presidenciales y la suspensión de las sanciones impuestas por Estados Unidos. Esta situación condujo al gobierno norteamericano a plantear un posible bloqueo de las costas venezolanas. Sin embargo, después de este hecho, Donald Trump declaró: “Existen conversaciones entre mi gobierno y el de Venezuela”. Nicolás Maduro lo reconoció, afirmando que se realizaban con su autorización. Esa mentira nadie la creyó: definitivamente habían ocurrido a sus espaldas.

El asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, antes de la declaración del presidente Trump, había sostenido que existían conversaciones con Diosdado Cabello, presidente de la írrita asamblea nacional constituyente. De inmediato fue desmentido firmemente por la persona aludida. De todas maneras, esa curiosa declaración hay que tomarla muy en cuenta. No es algo baladí. De ser verdad, como parece serlo, evidencia la existencia de grandes enfrentamientos y deslealtades entre distintos sectores del oficialismo. La opinión pública venezolana la aceptó como cierta, aunque el férreo control comunicacional impidió que se debatiera ampliamente. Así mismo, a través de las redes, se ha sostenido que Tareck el Aissami, vicepresidente para el área económica, pudo haber sido el otro miembro del gobierno presente en esas conversaciones. Precisamente, esos dos altos funcionarios del régimen madurista son acusados por el gobierno de Donald Trump de haber cometido graves delitos contra la seguridad interna de Estados Unidos. Justamente, este hecho ratifica claramente el rumor existente. Están buscando salvarse.

Otro aspecto que deja al descubierto la lucha interna existente en los círculos oficialistas han sido los recientes viajes a Rusia de la vicepresidente de la República, Delcy Rodríguez, y del ministro de la Defensa, Vladimir Padrino. Es inexplicable que se hayan realizado esas dos visitas oficiales apenas con una semana de diferencia. Eso contradice la práctica diplomática. Lo normal hubiera sido que ambos funcionarios viajaran juntos a tratar diversos aspectos de las relaciones con Rusia, pero orientados por una misma estrategia política. Tanto llama la atención este hecho que un mínimo de perspicacia obliga a concluir que la vicepresidente Rodríguez viajó con un solo fin: conversar con el ministro del Exterior, Serguéi Lavrov, para indagar sobre el contenido de las conversaciones entre el general Padrino y el ministro de la Defensa, Serguéi Shoigú. ¿En esas conversaciones no se habrá planteado la salida del poder de Nicolás Maduro ante la compleja realidad militar y económica que significan las sanciones y el temor a una intervención militar multilateral? Creo muy factible esa posibilidad.

De igual manera, me llamó la atención el tenor de las declaraciones de los ministros de la Defensa. Vladimir Padrino ratificó, a través de su cuenta en Twitter: «Venezuela quiere relaciones de respeto e igualdad con el mundo, donde se reconozca el principio de soberanía y autodeterminación de los pueblos, sin subordinación ni tutelajes. Ampliamos nuestra cooperación con la Federación Rusa basada en estos principios inexorables». El contenido de ese sorprendente tweet me pareció orientado a responder las anteriores  declaraciones, marcadamente intervencionistas, del ministro ruso,  Serguéi Shoigú: “Rusia apoya los esfuerzos del gobierno venezolano para aplicar una política exterior independiente y hacer frente a los intentos de Estados Unidos de cambiar al gobierno legítimo». Las declaraciones del general Padrino son contradictorias y nada creíbles. Su conducta siempre ha favorecido los intereses cubanos sin importarle que, permanentemente, hayan perjudicado intereses vitales de Venezuela. También ha permitido la constante violación de nuestra soberanía por la insurgencia colombiana, el terrorismo islámico y el crimen organizado. Definitivamente, el tutelaje del Fidelismo sobre el régimen madurista, es la causa  de la tragedia venezolana. Ojalá sus declaraciones signifiquen una rectificación de la posición de la Fuerza Armada Nacional ante la crisis nacional.

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