En estos días he recibido la noticia de dos personas que han estado entre la vida y la muerte. Pensé en reflexionar sobre esto, porque es a lo que me han orientado las noticias. Uno se acostumbra a estar vivo, a que tendremos siempre salud, a que todo vaya bien. ¡Qué fácil es vivir imaginándose siempre sano! Resulta, sin embargo, que la vida es un don, tanto como una buena salud.

En esos momentos críticos en los que las personas queridas se debaten entre la vida y la muerte, nos sale de modo espontáneo rezar mucho, pues solo Dios puede terminar de dar ese empujón hacia el milagro de la curación. El es el dueño de nuestra vida: estamos en sus manos, así que el viraje que puede dar la mala salud hacia la buena depende de su misericordia, previstos todos los esfuerzos humanos por salvar a alguien.

Durante ese tiempo de agonía, reconsideramos el valor de la vida, el amor que le tenemos a esa persona, lo cerca que hemos estado o no de ella, lo mucho o poco que disfrutamos de su amistad o compañía. Esos momentos críticos nos llevan a pensar que la vida es un soplo, un tiempo corto para vivirla bien, un regalo de Dios para aprovechar. Y aunque nosotros no seamos directamente los afectados, reflexionar sobre lo que le pasa a otro y me pasará también a mí algún día es siempre natural.

La oración nace del corazón cuando un ser querido está cerca de la muerte, pues naturalmente creemos que la vida tiene su fin en Dios. Sabemos que esta vida no puede acabar aquí, tras ser cremados o enterrados bajo tierra.Por eso buscamos a Dios como centro, para que nos explique un poco lo sucedido: para que nos consuele con sus promesas de salvación.

Hay situaciones menos comprensibles, como cuando una mamá joven deja a sus hijos pequeños o un muchacho deja esta vida. Si nuestros pensamientos fueran los de Dios entenderíamos sus planes, pero como no son los nuestros y los de El son tan distintos, nos cuesta comprender su voluntad. La vida y la muerte son un misterio y entenderemos todo cuando hayamos cruzado este umbral, tras nuestra partida.

Hay que hablar sobre la muerte, pues es una realidad. Viene a poner fin a nuestra vida terrena y a abrirnos el camino hacia una dimensión nueva: esa vida en Dios que se nos ha prometido. Vivir inconscientemente, eludiendo esta verdad, hará de esta sorpresa de la muerte sea un golpe durísimo, por lo inimaginable que resulta. Es cierto que aún creyendo en Dios el golpe es duro, pero se ve suavizado por la esperanza de la otra vida y por el manejo más cotidiano de esa verdad que es lamuerte.

Deseamos vivir y hay que hacer lo posible por salvar nuestras vidas en momentos críticos, pero hay que saber también que ese fin llegará, de un día para otro, y no necesariamente cuando seamos mayores, pues la muerte no toca la puerta solo en la vejez. La promesa es que viviremos eternamente una vida nueva, en la que veremos a Dios cara a cara, y seremos felices para siempre, si aquí hemos obrado el bien y hemos luchado contra las inclinaciones malas de nuestra naturaleza.

 


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