Dicen que recordar nuestro pasado permite entender mejor el presente; sin embargo, al parecer no hemos comprendido del todo bien nuestra historia o lamentablemente estamos obligados a recordarlas cada cierto tiempo, claro está con algunos matices.

Durante los meses posteriores a la Primera Guerra Mundial, un mortífero enemigo deambuló por la faz de la Tierra, abarcando cada rincón del planeta y dejando a su paso alrededor de 50 millones de personas fallecidas, aunque algunos estiman que fueron incluso más. Este enemigo mortal fue denominado como el virus de la gripe española, aunque la verdad es que los primeros casos se registraron en una base militar de Estados Unidos, en Fort Riley, Kansas. A principios de marzo de 1918, un soldado presentó síntomas de fiebre muy alta y dificultad respiratoria, y en cuestión de horas cientos de reclutas se le unieron con los mismos síntomas, y a lo largo de las semanas esos números se multiplicarían, extendiéndose la virulenta gripe fuera de las paredes de la base militar.

Barracas de Fort Riley convertidas en hospital (1918). Foto cortesía SPL / AGE Fotostock.
Hospital provisional instalado en el recinto IFEMA (Madrid) con capacidad para 5.500 pacientes para coronavirus (2020) Foto cortesía de rtve.

Desembarque virulento

Meses después, contingentes de soldados infectados desembarcarían en Europa listos para la guerra, siendo portadores sin saber de un “Caballo de Troya” que acabaría por matar a “medio mundo”. La cepa mataba a sus víctimas con una rapidez sin precedentes. Las informaciones sobre personas que se levantaban de la cama enferma y morían de camino al trabajo, era el que hablar de los ciudadanos. Los síntomas eran espantosos: los pacientes desarrollaban fiebre e insuficiencia respiratoria, la falta de oxígeno causaba un tono azulado en el rostro, seguidas de hemorragias que encharcaban de sangre los pulmones y provocaban vómitos y sangrado nasal, de modo que los enfermos se ahogaban con sus propios fluidos.

Guerra, censura y virus

A pesar que la guerra se encontraba en su última fase, la movilización de tropas a nivel mundial conllevó a una rápida diseminación del virus a diestra y siniestra. La censura típica de la época sumergida en una guerra global, hacían difícil acceder a información precisa, haciendo pensar que las muertes estaban asociadas a neumonía “clásica”. Sin embargo, desde la España neutral la información se movía libremente, así como el mismo virus, de allí el nombre con el cual se le conoce a esta pandemia, la gripe española.

Los periódicos españoles fueron los primeros en informar sobre una enfermedad que estaba matando a la población. En el resto de Europa, y a ambos lados de las líneas aliadas, censuraron toda información para no desmoralizar a las tropas ni mostrar debilidad ante el enemigo.

Entre ataúdes y fosas comunes

En España, por ejemplo, para finales de octubre de ese mismo año, la pandemia alcanzó su pico más álgido, hasta tal punto que el sistema sanitario y funerario se vio desbordado. Escaseaban los médicos, los ataúdes y hasta los mismos enterradores. Dado el colapso, ciudades como Barcelona tuvieron que recurrir al ejército para poder hacer frente al número de muertos y poder disponer de fosas comunes para sepultar a los fallecidos, ¿te suena conocido esto?

Al no haber protocolos sanitarios que seguir, los pacientes se agolpaban en espacios reducidos y sin ventilación, y los cuerpos en las morgues y los cementerios. Por aquel entonces se haría popular la máscara de tela y gasa con las que la población se sentía más tranquila, aunque fueran del todo inútiles.

 La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que, en caso de querer usar mascarilla, se utilice el modelo FFP2 (N-95).

Un hombre y una mujer en Londres usan un tipo de mascarilla de la época (1918) ante la pandemia de la gripe española. Foto cortesía de Mary Evans / National Geographic

Finalmente, luego de una tercera oleada al cabo del segundo año, el virus fue debilitándose entre el resto de la población mundial, debido a principalmente a que los que quedaban habían desarrollado algún tipo de inmunidad y por su puesto el aprendizaje acumulado sobre los vectores de propagación del virus.

Siglo XXI

Los tiempos que vivimos hoy son muy distintos a los que vivieron las generaciones de 1918-1919, pero si realizamos algunos matices podremos notar que mucho de lo que nos dice la historia sobre lo que ha ocurrido parece estar repitiéndose ahora con el COVID-19, como si fuera un “Deja vu”. Afortunadamente, la velocidad con la cual está avanzando la ciencia y la rapidez con que se han empezado a realizar ensayos clínicos con potenciales vacunas, así como tratamientos para la enfermedad basados en antivirales existentes, pareciera que quizás para finales de año podamos contar con fármacos que pudieran aliviar esta crisis.

A pesar de que ha pasado un siglo desde la aparición de la gripe española, hemos reprobado la lección. La falta de transparencia, censura e incluso autocensura, por parte del poder político sirve de caldo de cultivo para la propagación de algo peor que el propio virus, la histeria colectiva de la ciudadanía, la cual cataliza e inocula nuestros peores miedos.

Por los momentos solo podemos esperar, cuidar de nuestros mayores en casa y mantener el distanciamiento social como arma para mitigar el contagio, todos somos vulnerables. Estos tipos de eventos nos hacen volver la mirada nuevamente en que las armas y los misiles no combaten pandemias y solo la inversión en ciencia, salud y educación pueden hacer frente a muchos males que vivimos y viviremos en el futuro…


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