Así fue. Entre gallos y medianoche, la dictadura realizó la alevosa y criminal toma de la UCV.

Utilizando vergonzantes patrañas a través de acciones y nunca por medio de argumentos, culminó otro paso en su descabellado propósito de tomar el control de la educación superior; previamente había hecho lo mismo con la Universidad Simón Bolívar y está preparando el asalto de las otras universidades autónomas. El despropósito del régimen ha sido concebido de forma abierta y organizada para paralizar todo pensamiento crítico, implantar un sistema de formación profesional controlado y regido por un Estado totalitario, aislar a las universidades de la sociedad y para ultrajar la majestad de la enseñanza superior.

No se percata y, si lo hace, a la dictadura le importa un bledo el significado político y social de su aberrante acción, una pírrica y políticamente costosa invasión: la indignación, ira, repugnancia, el resentimiento y la mala voluntad que ha generado son más intensos y duraderos que cualquier ventaja momentánea que haya podido alcanzar.

La dictadura alega que su acción es para salvar y defender a la universidad. Menudo cuento. Nadie, nunca jamás le ha pedido que la defienda, ni que la salve ni la rehabilite. Al régimen se le ha dicho que debe enfrentar responsablemente, como le corresponde, la realidad de la crisis que sufren las universidades por la carencia de presupuestos adecuados y cónsonos con las necesidades de estos centros de estudio; se le ha pedido que respete la autonomía de las universidades de las autoridades que las rigen y la libertad de cátedra; que provea oportunamente los recursos necesarios para garantizar el funcionamiento de las actividades de esas casas de estudio y especialmente de la investigación crítica y científica; que asuma que para la buena marcha de una universidad, la capacitación del personal docente y administrativo es de fundamental importancia; que respete las disposiciones de la Ley de Universidades y el Reglamento electoral y no entorpezca los procesos electorales que permiten el relevo natural de las autoridades universitarias.

Por supuesto, ninguna de esas demandas ha sido aceptadas, y mucho menos implementadas, por el Estado usurpador.

Las brutales acciones de la dictadura siempre están plagadas con las excusas y las falsas promesas de siempre. El país está cansado de las excusas y hace mucho que dejó de creer en las promesas, por el contrario, siente que la mala voluntad y la negligencia del régimen constituyen un crimen y un delito de alta traición.

Finalmente, debemos concluir que mientras más ignorante y obtuso es un dictador, más destinado se siente a dirigir el desarrollo de la ciencia, la filosofía y el arte.

Por ello, el régimen cree menester controlar a las universidades para despedazar la memoria colectiva, liquidar la continuidad de sus análisis sobre la triste realidad del país y destruir la noción anticonformista que dimanan de esas instituciones.

 

 

 


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