Leía algunas referencias en redes sociales sobre los accidentes de tránsito en los que se encontraban involucrados los llamados vehículos autónomos, que más bien son asistidos pero hacia allá apuntan esos proyectos, y reflexionaba sobre  el régimen de responsabilidad aplicable en éstos nuevos fenómenos no “regulados” y los retos del derecho ante estas realidades cuando me contacta mi amigo el profesor Robinson Rivas, quien es el director de la Escuela de Computación de la Universidad Central de Venezuela para invitarme como no tecnólogo a participar en una de sus clases sobre Internet de las cosas en el curso de computación ubicua de la Universidad Internacional de Valencia, y donde conversaríamos como desde mi perspectiva como persona formada en el área jurídica entendía y apreciaba estas digitales pero evidentes realidades.

Como pudiera parecer, y seguramente a todos nos ha venido pasando cada vez más con más regularidad, esa llamada mientras estaba pensando un tema relacionado pareciera casual, así como casual es que conversamos con amigos sobre un producto y de manera inmediata las redes sociales como Instagram, Facebook y Twitter te sugieren dónde comprarlos, o estás estudiando un tema y te llegan correos sobre el mismo, tienes tiempo sin una relación sentimental y te aparece publicidad de plataformas de citas, o más específicamente, tienes una hija adolescente y empiezas a recibir publicidad de pañales y otros productos propios de bebes y maternidad, enterándote a los días de que esa hija que aún no logras comprender que ya no es una niña sino toda una dama con intereses propios de esa edad está embarazada y te molestas un poco, no por la preñez inesperada y oculta, sino por encontrarte súbitamente con tu verdadera edad, que no eres tan joven como crees y a veces sientes y además que serás abuelo, un viejo; pero no te preocupes, el algoritmo está llevado también todo registro de la información sobre tu salud y te dirá qué suplementos alimenticios, medicinas y ofertas donde comprarlos, así que para la fecha en que nazca el nieto, es decir en 9 meses, ya tendremos “delívery” automático de todo lo que necesitamos, el bebé, la mamá y el abuelo, sin que debamos siquiera pedirlo porque el mismo algoritmo sabrá todas nuestras necesidades y los mejores productos para satisfacerlas, así con todos las pequeñas tareas domésticas y profesionales, pero cada vez menos elementales y más precisas, avanzando hacia un estado de comodidad, a una vida y una sociedad más avanzada. ¿Qué te parece? Avance y libertad, ¿y si no es así? Tal vez sea más cercano a la esclavitud.

Hoy en día es imposible imaginar nuestro mundo sin electricidad, sin televisión, la cual ha dado un salto cuántico desde la señal abierta, al cable y hoy a servicios de streaming como el otro fenómeno como Netflix y otros, el Roku, el teléfono inteligente, posicionamiento global, y tantos otros artilugios digitales, pero también aquellos no tan digitales pero que sin duda hacen nuestra vida más cómoda, más sana, más libre; el agua corriente, drenajes y tratamiento de aguas residuales, recolección de desechos y limpieza de áreas públicas, servicios y medios de transporte público, calles debidamente asfaltadas, alumbrado público, seguridad ciudadana, entre otros. ¿Podemos imaginarnos nuestra vida sin ellos? Una vida sin tales nos llevaría de manera inmediata al atraso social, a la primera mitad del siglo xx, incluso más atrás, a condiciones de sociedades tribales, primitivas y bárbaras, no solo en esos aspectos tecnológicos, sino de las más elementales condiciones de interacción social y gobernabilidad, algo que algunos de nosotros tenemos unas ideas en lo que hoy ha quedado reducida la sociedad venezolana y coexistir entre las peores evaluaciones del planeta en el siglo XXI y absoluta carestía de Estado de Derecho.

Y ustedes se preguntarán: ¿Qué tiene que ver todo esto con la computación ubicua y el Internet de las cosas? ¿Y con el derecho? ¿Con el Estado de Derecho? Y más aún, con los retos del derecho y su estudio en estos tiempos de transformación digital. Pues mucho, es más, tiene que ver con todo, literalmente, aunque no estemos conscientes de ello, y es que en eso consiste todo esto, veamos.

Ubicuo, que proviene del latín “ubīque”, que significa “siempre presente”, de allí la voz de ubicuidad de la propia Providencia, la omnipresencia, estar en todos lados y en todos los tiempos, y lo más importante aún, con total independencia a nuestra conciencia y voluntad, incluso en contra de la misma, lo que debe sino aterrarnos, preocuparnos profundamente.

Cuando nos referimos a computación ubicua, es decir computación omnipresente y hasta omniconsciente, porque hacia allá van los tiros, es que en todos los aspectos de nuestra vida, por pequeños, por privados que creamos que sean, se encontrarán y muchos se encuentran ya, conectados a Internet, recibiendo datos de toda clase, de cuántos somos, quiénes somos, dónde estamos, qué hacemos, qué comemos, lo que nos gusta, las enfermedades que padecemos, los deseos que tenemos, nuestra voz, nuestros mensajes y fotos más íntimas y privadas, tomando decisiones, eliminando opciones, controlando nuestras conductas y hábitos, sea desde lo más baladí como saber la temperatura exacta de como nos gusta el café así como al del compañero de al lado para que cada quien reciba el de su preferencia, aunque jamás supimos antes con precisión la temperatura exacta que nos resulta más placentera, hay quienes indican que deberá estar ente 55 y 60 grados, ¿Pero quién realmente sabe si le gusta a 52, a 57, o a 63 grados?, el Internet de las cosas lo sabrá, y el bendito “algoritmo” cuidado si ya lo sabe y nos dará la taza con nuestro mejor café, a mí con 61 grados y a ti puede ser a 57.

El Internet de las cosas busca estar en la cocina, en la cafetera, en el horno y el refrigerador, la domótica quiere penetrar en nuestra casa por completo, aire acondicionado y calefacción, medir y controlar nuestra temperatura con cobijas conectadas a la red, nuestra respiración, la calidad y cantidad de agua  aire que consumimos, los alimentos, la calidez y brillo de la luz, evitar exposición a rayos ultravioleta, nos recomienda y hasta nos suministra suplementos vitamínicos, medicamentos, nos transporta por los lugares más cortos y menos costosos, nos lo recomienda primero, lo hace sin consultarnos después, nos los impone y olvidamos que hay otras opciones, creemos ser libres ¿pero realmente lo somos?

Un elemento principal, esencial de la computación ubicua es además de estar siempre presente el que no notemos que existe, que nos mide, nos analiza, nos computa, estar mimetizada en los artefactos de uso diario, sea desde Alexa o Siri hasta el reloj de pulsera, el teléfono y la ropa con los que estamos en contacto todo el tiempo, o hasta aquellos inventos que no terminamos de entender aquellos que somos ajenos a la tecnología y que si bien no vemos, sin embargo sabemos y creemos con absoluta fe que existen como el internet inalámbrico a través del Wi-Fi o la no menos controversial conexión 5G, y que decir de la nube donde no solo se almacena información sino que hasta de hacen labores de cómputo del que se estarían sirviendo hasta proyectos de inteligencia artificial. ¿Qué diría Santo Tomás de ver para creer? ¿Se puede ver la señal Wi-Fi? ¿Y el 5G?

Y ahora, el derecho ¿qué tiene que ver en todo esto?

He perdido la cuenta de las veces que abiertamente se afirma que el derecho siempre está detrás de la tecnología y que cada vez es peor con los nuevos adelantos, que no ha terminado de salir una “legislación”, una “regulación” sobre determinado tema y ya salen nuevos adelantos tecnológicos que dejan obsoleta esa regulación creándose «lagunas” y “vacíos” legales que deben ser atendidas con nuevas leyes, creándose así un circulo infinito en el que siempre alguien termina convocando a algún abogado para explicar como determinada ley debe ser aplicada o como debe promoverse su reforma y adecuación, una película ya repetida en la historia, ¿y si el problema en realidad es ese? ¿La ley y a fijación enfermiza que tenemos por ella?

Responsabilidad en caso de accidentes en los que estén involucrados vehículos autónomos, más allá de su grado de autonomía del 0 al 5 y lo que «ordenen” las “leyes”, o como recientemente pude conversar con el también amigo y profesor Luis Melo sobre la “presunción” o “ficción” de “comunidad de gananciales” en un matrimonio y su liquidación cuando existen activos digitales como cripto monedas, NFTs, y  otros, las finanzas descentralizadas, o aspectos de responsabilidad profesional por en ejercicios y opiniones dadas en ambiente digitales como el de telemedicina y tele salud en los que los profesionales y los pacientes se encuentran en estados y jurisdicciones distintas, o como, a pesar de que pareciera ficción, fantasía y hasta una broma, la referencia que hace Amazon Web Services en sus términos y condiciones de sobre el uso y limitaciones de sus servicios en sistemas críticos como equipos médicos, vehículos autónomos, transporte automatizado, tráfico aéreo, instalaciones nucleares, naves espaciales o uso militar relacionado con combate en vivo, en el que excluye expresamente de tales restricciones a “infecciones virales generalizadas transmitidas a través de picaduras o contacto con fluidos corporales que haga que los cadáveres humanos revivan y traten de consumir carne humana viva, sangre, cerebro o tejido nervioso y es probable que conlleve la caída de la civilización organizada”, es decir, zombis, son todos temas que nos obligan a pensar entre la particular relación de la idea de derecho y estos entornos digitales.

Espero, querido lector, haber podido trasmitir la nada fácil tarea de invitar a abordar estos temas de las realidades digitales que transitamos desde la perspectiva jurídica no anclada al pensamiento tradicional de ver en la ley una salida mágica, más aún cuando pareciera que socialmente padecemos de ciertas limitaciones intelectuales colectivas, taras, algunos de atreverían a afirmar, que nos hacen ver al estado y la legislación, estos sí de manera ubicua; un estado omnipresente, un estado total, en momentos en los que cada día queda más en evidencia que el derecho no se agota en la ley como heteronomía, sin que también el código, la programación, crean y son fuentes de derecho, de nuevos órdenes y sistemas normativos que nos obligan a repensar y replantear muchos temas y “verdades” que dábamos por evidentes en las que se sustentaban criterios de autoridad que en la actualidad carecen de cualquier justificación, quedando en evidencia y no pudiendo seguir teniendo la misma idea supersticiosa del estado y su principal producto político como lo es la legislación con los mismos criterios de autoridad.

Disfruté mucho la conversación a la que me invitaran y en la que entre otros temas salieron a relucir el de los principios de “pacta sunt servanda” y “non adimpleti contractus” en los contratos inteligentes aplicados en el Internet de las cosas, la idea de la “Lex Aquilia” en ciudades inteligentes, la teoría de la imprevisión y causa extraña no imputable ante la existencia y utilización de gemelos digitales, el reconocimiento de personalidad jurídica de los agentes de inteligencia artificial y que pudiera extenderse a alguno de los objetos conectados a internet, la teoría de las fuentes del derecho y dónde se ubican los códigos abiertos globales descentralizados como el bitcoin y sus consecuencias, el principio de irretroactividad de la ley y la noción de derecho bifurcable tomando en cuenta la idea del “forking” de las cadenas de bloques, la soberanía nacional en ambientes digitales, justicia descentralizada y el juez natural, los derechos fundamentales como la identidad digital, privacidad y propiedad de la información en el big data, los estados policiales y totalitarismo digital, el derecho constitucional y la tecnología de cadena de bloques, los pesos y contrapesos en la era de la transformación digital, adopción del expediente digital y las instituciones procesales más allá de las actas, como competencia, lapsos, pruebas y su valoración, asuntos que creo que son los que debe el profesional del derecho hoy abordar y que desafortunadamente el primitivismo social al que se ha reducido Venezuela y presentismo al que circunscribe la vida del venezolano nos lo dificulta, pero ello no significa que no destinemos nuestro empeño hacia una sociedad libre.

Sin duda que la realidad social, hoy digital y global, nos presenta grandes retos, y oportunidades también, ¿y cuándo no? Y debemos aprovechar estas tecnologías, en el caso particular de la computación ubicua e internet de las cosas para la libertad y no como instrumento de opresión, pero para ello debemos todos, desde quienes navegan las aguas de la tecnología, o lo que la hacemos de la ciencia jurídica, o cualquier otra, adoptar un lenguaje común y compatible para todos, y este lenguaje no puede ser otro que el de la libertad.


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