El 26 de junio es el Día Internacional en Apoyo a las Víctimas de la Tortura, fecha que la Asamblea General de Naciones Unidas fijase para además de apoyar a las víctimas de tan grave flagelo y procura de su erradicación, insistir en la importancia de la aplicación de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes.

Antes de continuar con las ideas que inspiraran la opinión que hoy se expone, no obstante el título hace referencia al «arte» de tal abominable práctica, valga destacar que dicho proceder «artístico» al que nos referimos más qué dirigirse a la aplicación a las víctimas, lo es a la cada vez más común y ocurrente situación de ser velada y sistemática por parte de regímenes cuyo cinismo se esconde en la narrativa del discurso democrático y la protección de los derechos.

Es prácticamente imposible cuando se trata el tema de la tortura dejar de pensar en graves situaciones como las que ocurrían en la edad media en las que las mismas se dirigían principalmente a infligir «dolor físico directo» a las víctimas para lograr las tan ansiadas declaraciones de confesión o delación, aunque se justificaran con la necesidad de búsqueda de la verdad como finalidad de los procesos inquisitoriales, -que dicho sea en algunos aspectos hoy en día no es muy distinto en nuestros procesos judiciales-, o incluso que procuren la «salvación» de la víctima y redimir sus pecados y faltas.

También llegan a nuestra mente las imágenes de como los regímenes de corte totalitario utilizan muy bien pensadas técnicas para reducir a las disidencias, saber quiénes las conforman, y así salvar el proyecto político que les sirve de justificación.

Cuando nos referimos a tan abominable pero tan compleja práctica, que como muchos otros fenómenos debemos tener en cuenta que van evolucionando y perfeccionándose con el tiempo, no sólo en cuanto a los instrumentos utilizados e incluso en la profesionalización del oficio, ya que en la historia está llena de casos de torturadores y verdugos profesionales, sino en llevar ese arte a un nivel tal que pueda ser aplicable a toda una población con la silente y hasta cómplice aceptación de la comunidad mundial, llegando a tal nivel de sofisticación que siquiera el propio torturado ha de estar consciente de su reducción y sometimiento a nuevas formas de suplicio, en el que si bien no se le inflige «dolor físico directo» igualmente se obtiene la finalidad esencial de la tortura que es el doblegamiento de la voluntad del torturado y su total sumisión, torturado que puede ser una sola persona o una población entera.

La vida del torturado no es en modo alguno del interés del torturador y sus empleadores, no significa nada para ellos, si ocurre su muerte es simplemente una consecuencia colateral que igual se aprovechará, su fin, su objetivo es la voluntad y la dignidad del torturado, y eso es más evidente en los casos como por ejemplo de asfixia, en el que la finalidad no es la vida del penitente ya que si lo fuera no haría falta de tantos preparativos y protocolos, bastaría simplemente una rápida ejecución y ya, pero no, el torturador necesita aprovechar el sufrimiento y la voluntad mancillada, tanto de la víctima directa como la de toda la comunidad mediante los efectos ejemplarizantes del arte.

En el muy grave caso de la asfixia como método de tortura, pero extensible a cualquier otro, y teniendo en cuenta la finalidad del torturador, no resultaría extraño entender el porqué cuando luego de acercarse a los momentos de mayor agonía de la víctima, cuando se encuentra ya próxima a fenecer, no solo se suspenda la tortura, sino que el propio torturador le brinde apoyo y auxilio al torturado a recuperarse, mostrándose amable y hasta carismático, para luego, en el momento más oportuno para el victimario, reiniciar el ciclo de tortura y abyección una y otra vez, alternando víctimas y modos de asfixia, desde la tradicional como la mecánica o por inmersión, pero también las más recientes como las económicas contando suministros de recursos necesarios para procesos productivos, una situación que si fuera necesario atribuirle un nombre bien pudiera denominarse la “gestión de la tortura”.

¿Qué tal si está idea de tortura por asfixia con su ciclo de auxilio, recuperación y nueva aplicación pudiera llevarse a una población entera? ¿Y si se perfeccionase el arte al punto tal que la víctima siquiera esté consciente de tal condición? Una suerte de Síndrome de Estocolmo a gran escala, aplicable a un país entero.

Fabriquemos un «líder» carismático, hagámonos con el poder, dobleguemos a la población, su voluntad ¿a cuál parte? ¿A la disidente? No. A toda. Asfixiémoslos a todos, reduzcámoslos, reanimémoslos, volvamos a empezar.

¿Nos olvidamos de las torturas tradicionales? Tampoco así, para no perder la costumbre, tengamos a algunos en los antiguos calabozos, usemos en su contra una de las principales invenciones de la humanidad, la electricidad, a otros en otros calabozos que son más económicos, sus propias casas, usemos contra ellos otra gran invención, internet, redes sociales.

¿Cómo lo hacemos? Hay muchas formas, convoquemos una proceso constituyente, hagámonos con los poderes públicos, utilicemos el poder judicial y cuerpos de seguridad ciudadana a nuestro placer, los medios de comunicación, restrinjamos los pasaportes, registros y notarías, que no se nos escapen tampoco los que salieron del país, impongamos control de cambio, acabemos con el aparato productivo, paupericemos los servicios públicos, envilezcamos a las comunidades, expoliemos todo y llamémoslo expropiaciones, fabriquemos  oposiciones cosméticas títeres a nuestros intereses… fomentemos la voracidad fiscal, promovamos corrupción generalizada diciendo que la combatimos y la usamos a conveniencia, vamos a crear «empresarios» afines, comprometámoslos con la causa, aquí solo algunas ideas… creo que pueden seguir ustedes con otras más. ¿Qué más se te ocurre estimado lector?

Estamos llegando al límite, estamos siendo muy visibles. ¿Qué hacemos? Tranquilos, dejémoslos respirar un poco, que se recuperen, seamos carismáticos y amables, démosles bodegones y conciertos, «panis et circenses», dirían los romanos y a quienes les funcionó… imagínate ahora con lo que hemos aprendido sobre el arte de la tortura y que además hay formas invisibles a las normas internacionales.

¿Y qué tiene que ver San Theodoros en todo esto?

Todo lo anterior, -en lo que cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia-, no es más que un ejercicio de imaginación, una ficción, de como un país también ficticio, San Theodoros, creación del escritor e ilustrador Belga Hergé en su magistral obra Las aventuras de Tintín, se encontraría hoy en día, en junio de 2022.

De interés resulta continuar imaginando como sería la condición de este país ficticio hoy desde que su creador nos lo presentase en la década de los 70 como ejemplo de las típicas dictaduras militares latinoamericanas.

En el ejercicio de imaginación, al cual extiendo apreciado lector a hacer, se me ocurre que tal vez desde los 70 y 90, tuvieron una relativa etapa democrática, imperfecta pero democracia al fin, pasó por corralitos financieros y devaluación, crisis presidenciales, entre presidencias de facto, juntas militares, renuncias sucesivas, faltas temporales y absolutas, destituciones, suicidios de expresidentes, golpes de Estados fallidos y perfectamente ejecutados velados bajo nombre de elecciones, auto designaciones y auto juramentaciones, partidos políticos y líderes de oposición absolutamente cosméticos y cómplices, tanto conscientes y voluntarios como involuntarios, debido a su absoluta ignorancia y estupidez, políticos encarcelados y escapados al mejor estilo de Misión Imposible, los supuestos son infinitos, especialmente cuando de temas ficticios se trata como el presente, no lo olvidemos.

En materia jurídica, seguramente le hubiese sido imposible escapar de la muy latinoamericana fiebre del proceso constituyente como oferta política con la que se superarían todos los males de la sociedad, donde no sería sino cuestión de poco tiempo para confirmar que no solo nada se solucionó sino más bien empeoró, convirtiendo a la constitución en instrumento de ejecución del poder y no para su limitación.

Al buen estilo de esa moda constitucional latinoamericana del siglo XXI, la carta magna del país ficticio de Hergé estaría plena de derechos que sólo quedan en el papel y que son utilizados para ejecutar y justificar todo tipo de agravios, ya que como un «líder» latinoamericano una vez afirmase: «La Constitución es un librito que sirve para todo», y no sería de extrañar que como producto de tales procesos constituyentes hasta los símbolos patrios como el himno, escudo o bandera del país latinoamericano ficticio resultasen acomodaticiamente modificados, incluso el propio nombre del Estado, probablemente acogiendo el de «República Olivariana de San Theodoros» inspirado en los ideales de su líder de la Independencia José Olivar, aunque luego en nada se respeten los principios de Padre de la Patria.

Siendo la imaginación libre e infinita, y la creación por parte de Hergé de este estado ficticio aderezado con nuestras particulares adiciones es muestra de ello, solo quiero dejar en ti apreciado lector el imaginar la actual situación de esa República Olivariana de San Theodoros este mes de junio en el que se cumple nuevo aniversario del Día Internacional en apoyo a las Víctimas de la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, y te preguntes si sus habitantes son verdaderos ciudadanos o están siendo sometidos a una nueva clase de abyección y tortura ubicua de la que incluso no pudieran no estar conscientes, ya que se encontrarían atontados con bodegones, conciertos y otras manifestaciones de su recuperación, que sabemos pueden sentirse muy agradables y hasta bien recibidos luego de una  dosis de asfixia de la buena.

Y recuerda: «San Theodoros se arregló»… ¿o todo es ficción?

Nota: Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia ya que todo lo que estás pensando es ficticio y solo producto de tu imaginación.

 

Imágenes tomadas del álbum Tintín y los Pícaros de Hergé de 1976.


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