La tradición se forja muchas veces al compás de los intereses de cada vocero, a fin de cuentas los cronistas somos una suerte de chismosos con un cierto barniz de cultura general, lo cual nos permite ir pintando los hechos según nuestros gustos o, en muchos casos, los intereses propios o alquilados. Es lo que hacen, por ejemplo, aquellos que hoy en día llaman asesores, por eso suelen decir lo que a su contratante le conviene. Es así como se generan las llamadas matrices de opinión. Cuando eres de los que llaman las cosas por su nombre, describes lo ocurrido sin adornos ni remilgos, o alertas sobre lo poco ético, o errado, de cierta propuesta te condenas a un nivel infecto-contagioso que ni los murciélagos de la Peste China. Y, al decir de muchos “expertos”, como hay que comer pues, en su gran mayoría, ejercen la venta de sus habilidades con una alegría y desenfado que ya hubieran querido tener las meretrices romanas en sus buenos tiempos.

Debo escribir que la preocupación por transmitir las cosas, tal como han sido, son de vieja data. En el siglo V antes de Cristo, el llamado padre de la historia escribió como primer párrafo de su obra  cardinal: “La publicación que Herodoto de Halicarnaso va a presentar de su historia, se dirige principalmente a que no llegue a desvanecerse con el tiempo la memoria de los hechos públicos de los hombres, ni menos a oscurecer las grandes y maravillosas hazañas, así de los griegos como de los bárbaros”. Él siempre trató de mantener la ecuanimidad, y pongo por ejemplo lo que escribe al referirse a la isla Ciraunis: “Muchos olivos hay en ella y muchas vides, y se halla en la misma una laguna tal, que de su fondo sacan granitos de oro las doncellas del país, pescándolos y recogiéndolos con plumas de ave untadas con pez. No salgo fiador de la verdad de lo que se dice, solamente lo refiero”.

Se podrán imaginar el cribado que debió llevar a cabo este hombre a la hora de redactar su texto, en un tiempo cuando la principal, por no decir la única, forma de transmitir los hechos era de forma oral, con el consabido aliñado que cada narrador iba poniendo. El nativo de la actual Turquía sentó las bases de esta disciplina, mas no siempre logró transmitir a sus seguidores la pulcritud requerida al transmitir los hechos. Por supuesto, es mucha el agua que ha corrido bajo los puentes, y por las cañerías, en casi dos milenios y medio desde que él colocó aquellos cimientos. La retórica ha permitido dar más vueltas que un perro para echarse a los militantes de la conveniencia. ¡Ay, bendito sesgo!

© Alfredo Cedeño

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