El general Aníbal

La premisa establecida como un mantra vernáculo de raíces sociales, culturales e históricas desde esta tribuna es: los militares tendrán un papel protagónico en el cambio político de Venezuela. Precedentemente para liquidar el régimen que usurpa el poder desde el palacio de Miraflores, luego durante la provisionalidad que se ejercerá con las juntas de gobierno que asuman el poder y después, para darle asiento al gobierno formal que se establezca surgido de unas elecciones presidenciales. Gobernabilidad y estabilidad serán las garantías que aportarán los militares en la coyuntura. Y eso ocurrirá con los actuales militares que están en los cuarteles. Sí, los que actualmente están en situación de actividad en los cuarteles.

Nuestros militares no proceden del espacio extraterrestre. Son criaturas surgidas de la vinculación telúrica ubicada entre Castillete y Punta Playa, la isla de Aves y las cataratas de Huá, con toda la carga de los procesos que han contribuido a formar la nacionalidad desde el inicio del proceso republicano mucho antes de los sucesos del 19 de abril de 1810 hasta estos días. Como anclajes y referencias de la libertad y de la independencia; pero también de la autocracia, de la dictadura, del autoritarismo, de la tiranía y otras formas de la negación de la democracia. Desde el Libertador Simón Bolívar, el general José Antonio Páez, el general Antonio Guzmán Blanco, el general Juan Vicente Gómez y el general Marcos Pérez Jiménez. Allí, en ese trazado político e histórico de dos siglos de republicas, y con los militares más emblemáticos de las etapas republicanas, hay hombres para guindarle la etiqueta política y militar adecuada. Hay hombres buenos y hombres malos y en ese inventario están registrados militares buenos y militares malos, según sea el caso y la ocasión. Para el libertador – el más simbólico de todos – hay capítulos nada benignos que se registran. El correspondiente a 1812 con el encarcelamiento del precursor Francisco de Miranda en Puerto Cabello, el fusilamiento del general Manuel Piar en 1817, el periodo de la dictadura a partir del 1828 con el fusilamiento del almirante José Prudencio Padilla incluido, después del atentado septembrino, son máculas que han generado interpretaciones históricas a favor y en contra. Tanto como si hablásemos de un hombre bueno o de un hombre malo. De un político malo, o de un militar bueno. O viceversa. Y es extensible para todos.

Y es tan extensible eso de hacer las valoraciones en su momento que Aníbal (247 – 183 ac), uno de los más grandes generales y estrategos de la historia de la humanidad también pasó en algún momento por ese tipo de evaluaciones circunstanciales que lo ubicaba en la balanza que tiene los platillos de las cosas buenas y de las malas. Las virtudes y los defectos que al final sirven para colocar los juicios y los criterios de la historia.

La organización que formó y capacitó a Aníbal en el arte de la guerra, fue… la guerra. Hijo de Amílcar Barca e influido por la cultura helenística remanente del imperio de Alejandro Magno, el duro enfrentamiento de esos tiempos entre Cartago y Roma fueron las aulas de su formación como militar y político. La travesía de los Alpes, Tesino, Trebia, el lago Trasimeno, los pantanos de Plestia, el Ager Falernus, Cannas, y hasta la misma derrota de Zama, hicieron del general un excelente estratega y un magnífico militar ejemplo para las generaciones posteriores, y una gran referencia en los institutos militares de formación profesional.

Allí, entre esos centros docentes del orbe, están los venezolanos, que buscan también la excelencia en el oficial que gradúan. Y eso tiene una categórica justificación: la guerra no tiene subcampeones. De manera que el perfil de egreso es graduar tomando referencias de lo mejor en la profesión. Alejandro Magno, Amílcar Barca, el Duque de Wellington, Napoleón Bonaparte, Isoroku Yamamoto, Chester Nimitz, Manfred von Richthofen, Curtis LeMay, y Aníbal Barca entre otros grandes militares y estrategos que registra la historia, son parte de los modelos de militares a formar.

Los institutos militares de formación profesional, como en todo proceso tienen sus debilidades, sus fallas y en algunos casos sale en el perfil de egreso, encubiertos con los modelos aparejados de Aníbal, un detritus organizacional, un recorte de proceso que a través de las debilidades del sistema puede medrar de este durante todo el ejercicio profesional a lo largo de 30 años, alcanzando incluso altas magistraturas. Durante los cuarenta años de la democracia iniciada en Venezuela a partir del 23 de Enero de 1958, los cuatro institutos militares de formación profesional establecieron programas académicos para egresar en la excelencia democrática, en la perfección constitucional y en el estricto apego a los valores y principios de la corporación castrense. Esa fue la regla. Pero, por contraste y vía de excepción, se colaba una zurrapa de construcción y un desperdicio de labor.  Allí estaban los que incurrían en la corrupción, quienes se aliaban con los enemigos institucionales y se iban a la montaña a combatir en yunta con los grupos guerrilleros desde la acera contraria a sus compañeros de aula; quienes se embarcaron en los golpes de El Porteñazo, El Carupanazo, El Barcelonazo, el 4F y el 27N.  Esa anormalidad en excepción de formación es lo que llamamos por contraste con Aníbal como referencia, un Lisandro.

Hasta 1998, después de cada ceremonia de graduación conjunta de los alféreces y guardiamarinas para que ejercieran en tierra, mar y aire el contenido del articulo 132 de la Constitución nacional vigente, la mayoría – Aníbal – iban a sus reparticiones militares a levantar las banderas de la honestidad, de los principios y de los valores, de la disciplina, de la obediencia y de la subordinación. A ejercer la previsión y el apresto de la guerra como en efecto se hizo durante el combate a la subversión castrocomunista de los años 60 y durante la concentración, despliegue y maniobras por la incursión de la ARC Caldas en el golfo de Venezuela en 1987. Era el resultado de formar hombres dignos y útiles a la patria. Con la llegada de la revolución después de 1998 esa proporción se invirtió. La excepción se convirtió en regla. Los Lisandro se consolidaron como mayoritaria norma institucional para apoyar la revolución bolivariana.

A la fecha, en un periodo político y militar dominado por los Lisandro institucionales que hacen de sostén a la revolución bolivariana y al régimen que usurpa el poder desde Miraflores, nada niega que el cambio en Venezuela, en el corto, en el mediano o en largo plazo, tendrá en la vanguardia desde los cuarteles, a quienes hacen minoría publica hasta el momento, en los patios de ejercicios y las formaciones de lista y parte de las reparticiones militares venezolanas. Ese momento dilemático, que siempre ha acompañado a los cambios políticos en Venezuela; en 1935, en 1945, en 1948, en 1958, volverá a dividir el mar rojo de las aguas militares en algún momento, en dos toletes institucionales y cada uno de los uniformados decidirá en ese momento, donde afiliarse. En el de Aníbal o en el de Lisandro.

Al cierre. Lisandro fue un político y general espartano conocido por ser el comandante de la flota que venció a los atenienses en Egospótamos en el año 405 a.c. Estas crónicas no se refieren a él. Este Lisandro al que apelamos en la crónica, es simplemente porque Lisandro rima con malandro.

 


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