Fui angustiado al aeropuerto. España, pocos días atrás, finalmente había levantado la prohibición de ingreso de turistas que, como yo, no solo carecen de un pasaporte europeo, sino que con dificultad tienen uno de su propio país. El empleado de la aerolínea no me permitía el paso sin el debido código QR emitido por el Ministerio de Sanidad español, luego, además, del comprobante de vacunación. El otro empleado me solicitaba un test de PCR que, por mera precaución, me había realizado dos días antes. En fin, desde mi salida de Maiquetía hasta mi llegada a Barajas (pasando por el otrora Imperio otomano), transcurrieron casi veinticuatro horas.

Ya conocía Madrid. Tuve la oportunidad de asistir en 1982 a la Copa Mundial y, desde entonces, muy ocasionalmente pude viajar a esa espectacular ciudad, siempre como turista. En esta ocasión, sin embargo, el motivo de mi visita era otro. Tenía dos años sin ver a mi hija Cristina, quien decidió, como muchos millones de venezolanos, probar suerte fuera de su país. Fue un rencuentro maravilloso que coincidió con el Día del Padre en Venezuela (que no en España).

En nuestro país todos nos creemos mejores politólogos e historiadores que cualquiera. Habiendo nacido en Caripito, yo no podía ser la excepción. Así, durante mis caminatas diarias hacia y desde el parque, pasando frente a la plaza de Colón y viendo ondear aquella preciosísima bandera, no pude dejar de hacer algunas reflexiones. Debo aclarar, además, que mi visita a la madre patria transcurrió durante el 200º aniversario de la Batalla de Carabobo y con tan bochornosa celebración. Para empezar, no entiendo el porqué del ensueño independentista dos siglos atrás. La historia ha demostrado cómo, a diferencia de las antiguas colonias inglesas, los países que se independizaron, más temprano o más tarde, del Imperio español, siempre se fueron a menos. Ni siquiera Venezuela, bendecida con petróleo y que se perfilaba en aquellas décadas de 1960 y 1970 como potencia económica, pudo triunfar. ¿Fue acaso debido a una nacionalización a destiempo de nuestra industria petrolera? ¿Ambiciones desmedidas de nuestros políticos de entonces? No lo sé.

Pero lo que sí es cierto es que, a esta fecha, dos siglos después de lograr la tan anhelada independencia, que costó tanta sangre (más que en cualquier otro país latinoamericano), Venezuela se ha derrumbado. España, por el contrario, miembro insigne de la Unión Europea, a pesar de sus conflictos internos y de la pandemia ha triunfado en lo político y económico. ¿Por mérito propio?, ¿o por casualmente formar parte de la UE? No lo sé.

¿Cuál fue la verdadera intención de nuestros padres fundadores al buscar la independencia? ¿Acaso no controlaban, a través del Cabildo de Caracas, el poder de aquella provincia? ¿Cuántas quejas no llegaron al rey sobre el comportamiento inadecuado y altivo de los mantuanos que ejercían el poder detrás del trono? Claudio Nazoa, desde hace ya algunos años, se ha convertido (entre humor y circunspección) en un fiel incitante de la restauración de la monarquía española en nuestro país. En su artículo “Monarquía ya”, de 2007, escribía: “Pienso que si Bolívar hubiera podido imaginar a la España de hoy, no se le habría ocurrido ni de broma liberar las cinco naciones”.

En todo caso, y pasando página, debemos aprender de nuestros errores (¿horrores?) históricos y buscar una salida democrática a nuestro —quizás merecido— infortunio. ¿Dónde buscar la solución? Tengo la certeza de que pasa por encontrar apoyo en los países históricamente amigos de Venezuela, que no son Rusia, China ni Cuba. ¿Apoyo a quién o a quiénes? Cuando la desconfianza en nuestros líderes opositores nos carcome a casi todos por igual, puedo decir que no lo sé.

Durante esta reflexión que ahora he decidido compartir, recuerdo que, en mi adolescencia, hacia finales de los años setenta, cuando lo mejor venía del norte de nuestro continente y España apenas iba saliendo de su estagnación franquista, estaba de moda un pasodoble versionado fantásticamente por la Billo’s Caracas Boys, cuya letra, para aquel entonces, carecía de significado para mí, y hoy, a mis sesenta años, puedo verlo con toda claridad…

España siempre ha sido y será

eterno paraíso, sin igual;

Por eso se oye este refrán

“Que viva España”                                                                        

PD: a todos los independentistas catalanes les digo que se dejen de eso. ¡Eso sí que lo sé!


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