Enrique Berrizbeitia | Foto @Jose_Pisano

Ha muerto mi buen amigo Enrique Berrizbeitia, no pudo superar las secuelas del covid. La última vez que lo vi fue en el Trasnocho Cultural, porque a pesar de sus padecimientos, no dejaba de participar en cuanta actividad cultural se le requiriera.

Enrique fue arquitecto, gerente cultural, melómano, escenógrafo, amante de la ópera, entre otros atributos, pero sobre todo amigo, colaborador, mano franca, culto, de buen humor. Una magnífica persona.

El teatro Teresa Carreño se inauguró el martes 19 de abril de 1983, a cuyo concierto primario fui con mi hermana Fanny, quien trabajaba en el extinto Consejo Nacional de la Cultura (Conac), ente oficial que regía el sector cultura en Venezuela, suprimido por ese otro arquitecto, pero mala persona de ingrata recordación: farruco sesto.

Yo estaba recién llegado de mi Barcelona natal, apenas graduado de bachiller. Al mes siguiente, miércoles 25 de mayo de ese mismo año 1983, mañana lluviosa, conocí el Metro de Caracas e ingresé a trabajar a la Fundación Teresa Carreño, nombre correcto de la institución. fui el primer mensajero. De allí salí, siete años después, ocupando cargo gerencial, pero con otros propósitos personales y profesionales.

Dentro de las experiencias vividas en la institución teatral, que son muchas, está la de haber conocido a Enrique Berrizeitia, presidente-fundador de la Sociedad de Amigos del Teatro Teresa Carreño, asociación civil de carácter privado y sin fines de lucro, que en mucho ayudó al teatro, siendo este administrado por una fundación de Estado.

Grosso modo señalaré algunas contribuciones de Amigos del Teresa Carreño, que es decir Enrique Berrizbeitia, al teatro cuando las economías de este eran escasas o cuando no llegaban a tiempo (no bajaban los recursos) los dineros desde el ente tutelar (Conac) para cumplir sus propósitos o atender sus necesidades perentorias.

La primera reparación de las sillas de la sala Ríos Reyna fue gracias a Amigos; la dotación de los uniformes de los guías de sala y su adiestramiento fueron a cuenta de Amigos; los gastos para atender algunas temporadas de ópera (honorarios de cantantes, escenografías etc.) fueron atendidos por Amigos; cuando hubo la explosión en un depósito en el sótano dos del teatro, en razón de lo cual algunos trabajadores resultaron seriamente heridos, también Amigos dio la cara para atender gastos de recuperación médica.

Cuando el teatro recibió en custodia los bienes (parte de ellos, suerte de memorabilia) que pertenecieron a Teresa Carreño, incluyendo el piano que Guzmán Blanco mandó a hacer especialmente para nuestra eximia pianista de fama universal, los gastos de traslado desde el Museo del Teclado al teatro Teresa Carreño, también fueron cubiertos por Amigos.

Enrique, nuestro querido y admirado Enrique, estaba encantado con la idea, la posibilidad, mejor dicho, de recuperar el ánfora de bronce donde fueron trasladadas las cenizas de Teresa Carreño desde Nueva York a Caracas, que se encontraba en manos de un particular que exigía un pago, dizque por haberla “cuidado y resguardado”.  La verdad sea dicha, esta persona fue quien abrió el ánfora y había que pagarle.

Dicho pago, según el tenedor, había sido acordado con la Dirección de Acervo Histórico de la Nación, pero nunca se hizo efectivo. Lo cierto es que Amigos ya tenía el cheque listo para efectuar el pago, pero se les adelantó don Arturo González Ubán, el recordado “chamo”, y fue quien efectivamente pagó y hoy –eso creo– el ánfora es exhibida en el teatro.

Finalmente, y en esto destaco la seriedad, la honestidad y la responsabilidad de Enrique Berrizbeitia, dejo constancia del pedido que me hiciera José Antonio Abreu, de un informe de la Sociedad de Amigos del Teatro Teresa Carreño: su directiva, su naturaleza jurídica, las condiciones bajo las cuales funcionaban en el teatro, en fin, todo cuanto pudiera plasmarse en un informe acerca del desempeño de una institución de naturaleza pública y privada.

Desde luego, lo primero que hice fue conversar con mi superior inmediato, Elías Pérez Borjas, y con el propio Enrique Berrizbeitia. Cumplí la tarea, recabé la información necesaria y presenté el informe al tercer día con resultados extraordinariamente óptimos, favorables y de admirable ejecución.

Este testimonio lo consigno como reconocimiento al grande amigo que fue Enrique, del teatro Teresa Carreño y de todos los que tuvimos el honor de conocerlo.

¡Descansa en paz, AMIGO!


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