Las redes sociales tienen a mucha gente ensimismada. La instantaneidad de la información y su amplia democratización cambian el foco de atención hacia uno u otro tema todos los días. Los hábiles manipuladores de opinión, sean seres vivos como Donald Trump o electrónicos, como los bots que aumentan artificialmente seguidores en las redes y posicionan hashtags y tópicos para convertirlos en tendencias, están a la orden del día. Es parte de la realidad política y social del momento.

Lo anterior favorece la superficialidad del debate y alimenta el encasillamiento de cada quien. La gente se va aislando en su propio mundo, el que “escoge” por Internet y que comparte con amigos y familiares que piensan parecido y difícilmente saldrán de sus posiciones. Los televidentes que en Estados Unidos ven la cadena Fox odian MSNBC, CNN y cada vez más las redes televisivas tradicionales, como ABC, NBC o CBS. Y viceversa. En Venezuela, a falta de suficiente televisión y medios impresos no comprometidos, o sin autocensura, la prevalencia informativa es la del Internet -salvo algunas emisoras radiales, principalmente del interior, a las que aún no les ha llegado el hachazo de Conatel-.

El ejercicio de la política, sobre todo para los políticos tradicionales, es más complejo que hace unos años desde el punto de vista comunicacional. Los políticos que no lo entiendan, y se dejen llevar por la superficialidad y crean que los temas que se van a debatir son los que plantean los medios y las redes sociales, tenderán a ignorar la profundidad de los problemas que aquejan a las mayorías, que a veces no son considerados noticia. Y se alejarán de esas mayorías, mientras que a los manipuladores o supresores de la verdadera información les irá mejor.

Es el riesgo que corre actualmente, por ejemplo, Joe Biden, como candidato presidencial en Estados Unidos. Al frente suyo tiene a un manipulador insigne, a quien solo un tema tan grave como el de la pandemia de covid-19 lo pudo arropar y demostrar su incapacidad como líder, al permitir que el país con más recursos del planeta sea el primero también en número de infectados (más de 6 millones) y de muertos (más de 185.000), más que los de todas las guerras norteamericanas de Corea para acá. No pudo tapar el sol con un dedo, y mire que ha tratado.

¿Cuáles son los temas reales en Estados Unidos? La inequidad es el primero, que afecta de distintas maneras al espectro social norteamericano. Las personas de raza blanca, sin discusión, tienen más oportunidades que las de color. Tienen más acceso al empleo en la empresa privada, más acceso a la vivienda propia y a las hipotecas, más posibilidades de obtener créditos para abrir negocios, trato preferencial de las policías y del sistema judicial y penitenciario, y acceso a mejores escuelas públicas, según donde vivan. Desde allí, todo cojea para quienes no son de raza blanca. Tienen que esforzarse más. Pero el modo de vida para la mayoría blanca también ha desmejorado. Los beneficios de los obreros de las empresas manufactureras ya no rinden como antes. Los planes de jubilación se han reducido o son inexistentes. Los blancos sin educación universitaria perdieron 13% de su poder adquisitivo entre 1979 y 2017, incluso cuando el ingreso per cápita del país subió 85%. Y la educación superior está cada día más cara, al igual que el acceso a los servicios médicos en general.

Un artículo reciente en The Washington Post (“La rabia que enciende el Trumpismo todavía quema”, 27 de agosto) aludía a la pérdida de estatus del blanco promedio norteamericano, su consecuencia y a la referencia que han hecho al respecto varios autores. Las muertes por sobredosis de drogas y otras sustancias, suicidio y enfermedades relacionadas con el alcoholismo entre gente blanca, en edades de 45 a 54 años, se triplicó entre 1990 y 2017, según algunos de esos autores. 70% de los suicidios en 2018 fueron de gente blanca. El resultado de la caída libre de este inmenso sector de la sociedad estadounidense lo explicó J. D. Vance en su bestseller Hillbilly Elegy, en 2016: “Un sentimiento de que tienes poco control de tu vida y una disposición a culpar a cualquiera, pero no a ti mismo”. Trump apeló a ese “pueblo” al que ya no le llegaban los demás. Los hombres blancos sin universidad votaron por Trump (64%) en 2016.

Esas son las realidades que debe enfrentar Biden, sin descuidar los temas del momento.

En el caso venezolano, una de las expresiones que más me llamó la atención recientemente fue cuando Henrique Capriles habló de su disposición de participar en las elecciones legislativas planteadas por el régimen y se refirió a “una presidencia por Internet”. A eso, efectivamente, puede reducirse la presidencia de Juan Guaidó a partir de enero de 2021. Algo que no tendría necesariamente que ocurrir.

Desde que Capriles se deslindó de la línea del G4 y de Guaidó, las redes sociales, naturalmente, explotaron. Capriles es un traidor. O no, no lo es. “Eso se venía viendo desde hace tiempo”. “Él siempre ha estado con Maduro”, llegó a decir una prominente líder. Fue por las mismas redes por donde Capriles, con una bien laaaaaaarga perorata, hizo su anuncio de que iba a participar en las legislativas de Maduro, que había que aprovechar una rendija.

Por el lado de Guaidó y del G4, la ansiedad con la que se esperaba el anuncio de lo que haría la dirigencia mayoritaria de la oposición no cambió después de que a comienzos de esta semana  su coalición diera conocer lo que denominaron Pacto Unitario por la Libertad, del cual lo único nuevo fue la propuesta de una consulta nacional, sin fecha definida, “que permita (…) expresar la voz del pueblo y manifestar el respaldo necesario para avanzar hacia nuestra libertad”. La gente aún no sabe lo que se va a hacer, en el terreno de los hechos, no en el papel, para hacer que Maduro y sus compinches salgan de Miraflores y del poder. A falta de eso fue que se deslindó Capriles.

Lo que sí se vislumbra son los debates por Internet, los pronunciamientos, la crítica acérrima al régimen, pero muy poco acompañamiento a la mayoría del país que cada día come menos, que sus vidas siguen acosadas por la delincuencia (la regular y la institucional), la que no cuenta con los mínimas condiciones de higiene y salubridad pública, a la que no llega el gas doméstico, ni el agua, ni la luz eléctrica, la que no tiene gasolina en el interior del país, y pare de contar.

Hace tiempo que por las mismas redes sociales se observan múltiples manifestaciones diarias de la gente luchando en la calle y protestando por sus derechos. Hace ya bastante tiempo que bajaron los cerros. La coordinación y canalización de las protestas populares no existe, aunque por mucho tiempo algunos de los jefes partidistas repitieron hasta el cansancio, y desde lejos, que el estallido social iba a remover el régimen. Cuando la gente se alzara. Ocurre todos los días, pero sin orientación.

La sociedad hace lo suyo, a través de múltiples ONG que reclaman su participación, pero el liderazgo democrático no termina de diseñar y poner en práctica una estrategia a corto, mediano y largo plazo que incluya patear calle con la gente, ir a los barrios y caseríos, codearse con las organizaciones populares. Uno ya está extrañando la tan criticada organización leninista de los partidos tradicionales venezolanos, donde la famosa correa de transmisión entre la dirección política, o los cogollos, funcionaba, así fuera tirando línea a los sindicatos, a las mujeres, a los jóvenes, a los maestros, a los médicos y a veces hasta a las juntas de vecinos. La pelea es ahora a través de las redes y en buena medida, criticándose entre facciones.

La ausencia de estrategia y de acción concreta con la gente es caldo fácil para la discusión en línea, o entre ellos, como dijo Capriles en su larga intervención, mientras el régimen incluso bombardea las redes con sus bots. Históricamente, el régimen anuncia de cuando en cuando medidas que encuentran descolocada a la oposición, que se ve obligada a reajustar el curso con otra serie de improvisaciones. Ocurrió cuando el referéndum contra Maduro, y su anulación promovida por la decisión de unos tribunales regionales, y ahora con el nombramiento del CNE del Tribunal Supremo chavista. ¿Qué pasó con el nombramiento del CNE en la Asamblea Nacional? ¿Por qué se detuvo?

Frente a la realidad de que va a haber elecciones en diciembre, y hasta ahora sin ninguna resistencia visible, todos los líderes de la oposición democrática coinciden en que el proceso electoral legislativo impuesto por el TSJ de Maduro no va a ser limpio. Guaidó, Machado y el G4 concuerdan en que no se debe participar en ese proceso con candidatos. Uno se pregunta: si hay tal grado de coincidencia, ¿por qué no se acuerdan todos estos líderes en desarrollar una campaña, con visitas a los distintos pueblos, barrios y caseríos de todo el país, para denunciar la escasa pulcritud de este proceso y clamar por unas elecciones que lleven en su justo término al cumplimiento del deber constitucional de renovar la Asamblea Legislativa? ¿Cuál es la diferencia entre esto y la consulta nacional que plantea Guaidó?

¡Ah! ¡La pandemia! Pero el covid-19 no ha detenido las manifestaciones por la democracia en Bielorrusia ni en la Siberia de Putin. Tampoco impidió las manifestaciones antirracistas en Estados Unidos. Lo que pasa en Venezuela es que la clase media que salía a manifestar en el este de Caracas probablemente no esté dispuesta al riesgo de contagiarse con covid sin verle el queso a la tostada. Mejor seguir los debates en pantalla, así falle el Wi-Fi.

@LaresFermin


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