En un artículo que publiqué en este mismo diario, el 13 de marzo de 2020, advertí de la necesidad de crear conciencia acerca de la inmensa dificultad de la futura tarea de construcción de un nuevo país sobre las cenizas que dejará la ominosa era chavista con miras a contrarrestar, luego de la caída del régimen —cuando sea que tan feliz acontecimiento tenga lugar—, los perjudiciales efectos que siempre produce la mezcla de narrativas populistas y cortoplacistas expectativas ciudadanas ancladas en el resentimiento y en el facilisimo; una exhortación pertinente a la luz de los resultados de unos supuestos estudios de opinión que a la sazón indicaban que la única de las figuras de la «política» venezolana de los últimos años cuya aceptación en las muestras consultadas superaba su rechazo, también en ese momento, era Hugo Chávez.

Como lo mencioné en el citado artículo, se trató esta de una información vaga, sin ningún detalle sobre los sondeos que aseguró haber revisado quien la difundió. Sin embargo hoy, más de año y medio después, han surgido datos confiables que, en algunos sentidos, no se alejan mucho de aquella, a saber, los de la edición de 2021 de la Encuesta Nacional de la Juventud (ENJUVE) del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello; datos que no pudieron llegar en momento más oportuno, en virtud del autoengaño desde el que pretende «guiar» a la ciudadanía venezolana el sector minúsculo, aunque hasta cierto punto influyente, conformado por «analistas» y otros actores que toman sus interacciones en Twitter y en el resto de las redes sociales por auténticos retratos de la realidad nacional en un país en el cual, como lo reveló esta edición de la ENJUVE, los jóvenes de entre 15 y 29 años que poseen al menos una computadora personal o portátil, o una tableta, por un lado, o algún teléfono inteligente, por otro, conforman el 40 % y el 69 %, respectivamente, de ese grupo poblacional, de los que solo 26 % y 55 % corresponden a exclusivos usuarios de tales dispositivos, y los que cuentan con conexión a Internet constituyen el 63 % de él y apenas el 55 % de su percentil más pobre. Esto, claro, por no hablar de los laboratorios de manipulación y otros fenómenos que hacen de tales redes espacios que no pueden en modo alguno considerarse espejos de la sociedad.

De cualquier manera, los resultados de la investigación en cuestión son desoladores, pues hablan de la nocividad de la cultura que podría predominar, de continuar la actual tendencia, en la Venezuela de mediados de la centuria en curso, esto es, la nación que con escasa educación y con valores no democráticos habrá ya moldeado las mentes de los jóvenes que protagonizarán los eventos de las últimas décadas del siglo XXI venezolano. Y sin pretender erigirme en el incómodo «profeta» de las crisis y debacles, o justamente para tratar de contribuir a que lo indeseado y temido no ocurra, me tomaré la licencia de exhortar a que tales resultados se vean con los pies bien puestos en esta tierra que ahora se sacude y cede por doquier al pensarse en soluciones, por cuanto los sustantivos cambios culturales no se logran ni a «corto» plazo —entendiéndose aquí por «corto» un período de varios años, si no décadas— ni con aisladas iniciativas de «intelectuales» o universidades aspirantes a faros únicos de luz. De hecho, por el establecimiento de una beneficiosa «coopetencia» habría que empezar en la construcción de aquellas en verdad efectivas para la superación de este central problema.

Sí, ello urge en momentos en los que, de acuerdo con la ENJUVE, son menos los jóvenes inscritos en algún centro educativo respecto a los que realizaban estudios formales en 2013, sobre todo en el subgrupo etario comprendido entre 18 y 24 años, o en otras palabras, el de las edades en las cuales se suelen realizar los primeros estudios universitarios, en el que las cantidades de inscritos pasaron de 40 % a 15 %, en el caso de los hombres, y de 43 % a 20 %, en el de las mujeres; y en los que, además, de todos los jóvenes de entre 15 y 29 años del país, únicamente la mitad cree que la democracia es el sistema idóneo y 22,1 % que el autoritarismo es preferible, y 31,1 %, casi la tercera parte de la juventud venezolana, se define como chavista. Esto último, entre muchísimas otras cosas que se deben analizar por el bien de la nación, un inmejorable ejemplo del síndrome de Estocolmo.

Es una hora de generalizada desilusión, de desinterés por el cultivo del propio espíritu y, en consecuencia, de extrema vulnerabilidad de la savia del futuro frente a las encubiertas manipulaciones que podrían prolongar por décadas esta oscura era totalitaria del país aun si se derrotase hoy a la cúpula que controla el sistema, pero que no es el único grupo delincuencial con intereses contrarios a los de la ciudadanía, por lo que hay que tratar de desechar a tiempo, dentro de este marco idiosincrásico tan propicio para la proliferación de la megalomanía, las erróneas visiones que unos egos más grandes que la crisis nacional intentan imponer y poder así aglutinar esfuerzos en torno a lo realmente conveniente y factible, empezando para ello por seleccionar y fortalecer, con los respaldos externos ya ganados —y otros nuevos—, a ciudadanos probos y competentes que sí puedan convertirse en líderes de una importante mayoría en Venezuela y en las comunidades de venezolanos en el exilio, incluyendo a esa juventud que hoy, para decirlo en términos muy simples, y como se desprende de los resultados de la ENJUVE, no cree en este instante en la política por lo que la politiquería ha hecho con las oportunidades y expectativas de los más durante largos años.

Tales líderes, y ya hay que terminar de comprenderlo, puesto que el tiempo perdido se mide aquí en miles de vidas humanas, no están ni en el actual «Gobierno interino» ni en el seno de lo que, con suma generosidad, puede calificarse de «vieja guardia», aunque no pocos en ella sean unos jóvenes que demolieron su futuro político con unos errores para cuyo ocultamiento no existe una alfombra lo suficientemente grande. Y lo duro en esta afirmación no deriva de un espíritu «divisionista» o de una suerte de «contratodavainismo», sino de lo extremadamente crítico de una situación a la que no se le pueden seguir sumando más engaños de los que tiempo ha que no admite, y pensar que alguno de los que perdieron la confianza de aquel ciudadano de a pie, apaleado, burlado, frustrado y hastiado de ver la misma película ofensiva una y otra vez, puede volver a influir de forma positiva en este, si es que alguna vez lo hizo, es solo evidencia de la ausencia de alguna brújula, incluso de la más averiada.

A lo que muestran unos sólidos datos se suma el reciente y decidido avance del totalitario régimen chavista en la nueva etapa de destrucción nacional, pensada para aniquilar lo que queda de confianza y esperanza, y para reducir a su mínima expresión, entre otras cosas por conducto del secuestro de las universidades autónomas, las principales del país, el margen que posibilita la siembra de valores realmente democráticos en las nuevas generaciones, a las que muy poco podrá ayudar la analizada en la ENJUVE de no contar los jóvenes de este presente con líderes que les devuelvan o hagan nacer en ellos la fe en un buen futuro dentro de Venezuela, aunque uno democrático, no los que algunos pretenden hacer pasar por tales con la ayuda de los muchos eufemismos que solo camuflan proyectos en los que no todas las libertades fundamentales tienen cabida. Por consiguiente, el baño de realidad que ha supuesto la divulgación de los resultados de esa encuesta debería transformarse, en la nación opositora, en una oportunidad para repensar, tamizar, enderezar y construir lo distinto e inesperado para el mismo régimen que desde las sombras ha movido los hilos de una «lucha» que, por ese motivo, siempre acaba alejándose de su propósito emancipador. Y lo distinto aguarda allende las fronteras de aquella politiquería, sin que el reconocimiento de tal hecho implique una especie de deriva «antipolítica». Por el contrario, lo que así han denominado los inescrupulosos de todas las épocas venezolanas del último siglo es hoy más que nunca una imperiosa necesidad, a saber, la de un accionar ciudadano que obligue al adecentamiento de las instituciones políticas que se requerirán en la era postotalitaria, si bien su primer objetivo ha de ser el de viabilizar la conquista de la libertad.

@MiguelCardozoM


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