“Mi vocación [para hacer cine] sí era muy, muy, muy poderosa”. Pedro Almodóvar

El inglés está de moda. Todos hablan este idioma extranjero de manera más o menos decente en España. A este lado del océano Atlántico, los ingleses de Gran Bretaña e Irlanda están a punto de dar un paso a favor de la insularidad y contra el destino común de los europeos. Este giro político de independencia no lo comparten todos los británicos; sin embargo, si se cumple el proceso de aislamiento –Brexit– los afectados serán todos ellos y todos nosotros, los europeos. Los intereses de las Islas Británicas y Europa están comprometidos en un momento político delicado: la inmigración, la lucha contra el terrorismo internacional, el cambio climático, la economía mundial. Nos guste o no, todos estamos conectados, o si lo prefiere “We all are in the same boat”.

Hay quienes ante la salida más que probable de los británicos de la Unión Europea se cuestionan el sentido de seguir utilizando su idioma como lingua franca. La verdad es que resultaría curioso aceptar el rechazo de su pueblo y mantener el lazo de su lengua. Bueno, los ingleses son así. Diferentes.

Yo no quería hablar de política. Yo quería hablar de la lengua inglesa en nuestra sociedad española actual. En la península ibérica tenemos un problema con nuestra autoestima y la moda. Nos queremos poco y pensamos que lo que no es de aquí va a ser mejor. Lo nuestro no vale. ¡Ah, que distintos somos de los franceses!

Nosotros hablamos inglés. Fuera de nuestro país no se creería nadie hasta qué punto se le ha concedido importancia a esta lengua. No fue siempre así. Cuando yo era niño, todos aprendíamos francés en la escuela. Me hace gracia pensar en la diferencia que habríamos notado los españoles si determinados presidentes hubiesen adoptado el francés como vía de comunicación. No les habría ido mal. Puedo imaginar a Mariano Rajoy o Felipe González hablando francés fluido con otros mandatarios del mundo.

Con el paso de los años el inglés se hizo hueco en las escuelas, y aunque ella no lo recuerde, mi prima me convenció una mañana durante un recreo a que olvidase la lengua de los franceses y me convirtiese a la lengua de Shakespeare. Le hice caso con apenas once años de edad y me encapriché enseguida de la escritura, el sonido y el significado nuevo de las primeras palabras “yes”, “thank you”, “please”, “blue”, “yellow”, “bye bye”.

No puedo hablar mal del uso del inglés en la escuela. Creo que anteponer el estudio y práctica de la lengua inglesa o cualquier otra lengua extranjera al resto de asignaturas no es bueno. Menos aún si se renuncia al espacio que debería ocupar nuestra propia lengua española. El aumento de hablantes de español más allá de nuestras fronteras parece evidente, mientras que aquí hablamos inglés hasta en el gimnasio, decimos “running” para querer decir ir a correr, “look” para referirnos a la apariencia nuestra o de alguien y “crowdfunding” para decir microfinanciación colectiva. Hay más expresiones innecesarias pero modernas. El otro día me tuve que aguantar la risa cuando una señora le preguntaba al dependiente del supermercado qué era aquello de “rice” (en el sobre del arroz) y “sugar” (en la bolsa de azúcar). Está bien que la gente aprenda inglés. Claro, supongo yo que cuando viajemos a las Islas Británicas leeremos los nombres de los productos de las tiendas escritos en nuestro idioma. O eso, o somos tontos.


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