La escena nacional y mundial plantean, cada una, difíciles encrucijadas, entrelazadas. El Perú atraviesa la más grave crisis política desde la década de 1930, después del fin del oncenio, la Gran Depresión, la convulsión interna, el asesinato de Sánchez Cerro y la guerra con Colombia.

En América Latina, Venezuela sufre el pesado y aparentemente seguro yugo de la dictadura castrista-chavista, que la domina despiadadamente. Hace pocos años, Maduro amenazaba con una “brisita Bolivariana”, lo que, en su momento, produjo risas por su aparente inverosimilitud. Pero la brisa llegó a todos lados, cual viento huracanado, detrás de los migrantes venezolanos.

Bolivia padece una dictadura fascista, basada, como hacen los fachos verdaderos, en identidades étnicas supuestamente puras, aunque el régimen muestra fisuras en su liderazgo. México sobrelleva el desgobierno de AMLO que parece un mal y anacrónico remedo de los años viejos del PRI.

En Chile, el triunfo de la izquierda parece neutralizado, habiendo Boric sufrido la fuerte derrota del referéndum constitucional y una caída precipitada de su aprobación.

En Colombia, la oposición al “Cacas” Petro, apodado así por su presunta costumbre de defecar sobre las personas que secuestraba el M19, crece sostenidamente. De Nicaragua ya ni hablemos, la maldad del orteguismo sólo se encuentra en un libro de cuentos, esos con los que antiguamente asustaban a pequeños malcriados, con brujas y hechiceros incluidos.

Brasil, bajo el dominio de Lula, propulsor del Foro de Sao Paulo, actúa con prudencia, habiendo marcado clara distancia de la ofensiva antiperuana de los gobiernos mexicano, colombiano y boliviano. Por el contrario, la Cancillería brasileña ha brindado muestras diplomáticas de apoyo al régimen, recibiendo al viceministro de Relaciones Exteriores con toda la cortesía del caso.

Cada uno de estos países tienen sus propios entramados y mantener o recuperar la democracia en estos plantea difíciles decisiones. Muy largo ocuparnos aquí de cada uno de ellos.

Allende del mar, cruzando los charcos del Atlántico y Pacífico, nos encontramos con otros dilemas, que influyen sobre todos los demás. La invasión de Ucrania genera muchos. El primero es que constituye un desafío directo y violento a los cimientos del sistema internacional vigente, hasta ahora presidido por Estados Unidos y secundado por Europa, ¿Cómo enfrentarlo?

Si algo puede admirarse en Rusia es la terca persistencia de sus objetivos geopolíticos, sea con zares, secretarios generales del Partido Comunista o presidentes vitalicios: crecer y avanzar hacia el oeste, en búsqueda de mares cálidos, todos los demás motivos son formulismos y pretextos.

Rusia siempre tuvo vocación imperial, aunque, irónicamente, sus tres mayores éxitos bélicos, forjadores de su identidad, fueron en guerras defensivas, contra Carlos XII de Suecia, Napoleón y Hitler (en alianza con los anglos en las dos últimas).

¿Qué hacer con Rusia? ¿Seguir apoyando a Ucrania con la esperanza de que esta agote el ímpetu imperial moscovita por al menos una generación? ¿Enfrentarla en las estepas ucranianas o en el centro de Europa? ¿Propulsar su disolución, dadas las fuerzas centrífugas presentes en su seno, como sucedió al final de la Primera Guerra Mundial y después de la caída de la URSS? ¿Propiciar una tregua o cese al fuego, que por naturaleza sería temporal? ¿Cómo reincorporar a Rusia al sistema internacional y alejarla de China?

De otro lado, ¿qué hacer con los ayatolás iraníes? Su régimen es profundamente impopular, se sostiene con base en la abierta represión, es aliado de Rusia y también de las cabezas de las serpientes marxistas en América Latina. El temor que genera ha impulsado un amiste entre árabes e israelíes, para mala suerte de los palestinos.

Hace pocas semanas, Irán sufrió un ataque masivo de drones sobre instalaciones críticas, que tiene todo el imprimátur israelí, respecto del cual los ayatolás han hecho mutis. ¿Qué más harán los enemigos del régimen para tumbarlo, ahora que su principal protector, Putin, está distraído, ocupado en asegurar su propia supervivencia?

Sobre la China, las predicciones son difíciles. Nadie estudia más la guerra en Ucrania que los chinos, extrayendo lecciones que aplicarían en una eventual operación anfibia para invadir Taiwan. Sus vecinos también examinan la situación con ahínco y se preparan no necesariamente para una guerra inevitable pero sí probable, que tarde o temprano los arrastraría. Igual que Polonia o los países Bálticos, Vietnam, Tailandia, Filipinas, e Indonesia no desean ser esclavos de su enorme vecino.

Volviendo al Perú, nuestros dilemas mezclan lo mundano y táctico con los principios y la estrategia. ¿Cederemos a las presiones para un proceso electoral adelantado, lo cual podría ser inconstitucional dada la irrenunciabilidad del mandato congresal (argumento esgrimido por Enrique Ghersi)? ¿Buscaremos calmar las aguas, en la esperanza de lograr una relativa paz? ¿Enfrentaremos a lo que tenga que venir para preservar la unidad nacional (hay que ser ilusos para pensar que las algaradas inspiradas por Evo Morales no van a continuar hasta las últimas consecuencias)? ¿Cederemos al cálculo, especulativo, que es mejor tener elecciones pronto que tarde?

Por último, ¿entenderemos que hay vasos comunicantes entre todos estos desafíos? No es casualidad la conjunción de eventos que vivimos. Recuerden el viejo adagio: cuando llueve es diluvio.

Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!