Vivimos en un mundo falso, dijo Ionesco. Nuestro lenguaje nos separa de la verdad cuando se convierte en una fórmula. Basta con nombrar una cosa para que ya esté muerta. De allí que Ionesco se sirviese de sus sueños, particularmente los que se situaban al borde del lenguaje, justo donde los pensamientos no están preformulados y permanecen todavía auténticos. Se vio obligado a tantear en la oscuridad. ¡Eso es la  literatura!, dijo. “Es una noche que tratamos de iluminar”.

¿No es eso lo que hace el músico, el poeta, lo que hacemos todos? ¿Tantear en la oscuridad? El arte es también exploración, un descubrimiento que nos abruma, dijo Ionesco. ¡Hay que derribar los muros para encontrar la fuente original que nos permita expresarnos.

¡Eternamente, buscamos! El escritor atrapa una palabra al vuelo; el pintor, un color, un volumen; el músico,  un sonido;  los estudiantes venezolanos en estos aciagos días además de un nuevo horizonte buscan nuevos espacios políticos, y al hacerlo, la noche comienza a iluminarse para todos.

Pero son gestos, fórmulas que no pueden repetirse, que no pueden estereotiparse porque limitarían, coartarían, negarían y decapitarían cualquier asomo de lo que tendría que ser nuestra propia expresión. Duchamp jamás repitió sus ready made. Los habría banalizado. Reiterar las ideas, los hallazgos es banalizarlos. Hacer míos los aporte e invenciones de otros es alteridad. Por eso imagino al mejor artista sumergido en el mágico rigor de sus creaciones tanteando esa fascinante oscuridad; adentrándose cada vez más entre sombras ignoradas, buscando el nuevo y personalísimo lenguaje que brotará de la fuente original.

Un buen artista considera que las obras deben ser concebidas con alma de fuego, pero realizadas con frialdad clínica, es decir, trabajarlas con absoluta sangre fría como si nada estuviese ocurriendo en el mundo, ajeno al tsunami que está aniquilando una región habitada; el volcán apagado durante siglos que entra inesperadamente en erupción y cubre de lava y cenizas los valles y las praderas que hasta entonces se vieron verdes y alegres; que Nicolás Maduro en la Venezuela que acabó de hundir en el pantano donde la arrojó aquel oscuro y vulgar militar llamado Hugo Chávez, renuncie y no tenga país donde refugiarse porque nadie lo quiere. ¡El buen artista seguiría trabajando! Se asomaría para ver qué está ocurriendo, ofrecería ayuda, socorrería, pero volvería de inmediato a su trabajo. Las catástrofes solo  quedarían registradas en un plano de valiosa responsabilidad civil.

El buen artista sabría que todo lenguaje se esclerotiza en fórmulas, se vuelve ineficaz por el abuso que hacen de él los medios y nuestra propia charlatanería. Lo dijo Talleyrand: el lenguaje ha sido dado al hombre para que pueda ocultar el pensamiento y hay una variante de Kirkegaard: la gente se sirve a menudo del lenguaje para ocultar que carece de pensamiento.

Hablamos pero no decimos y ”decir” revela la identidad de la palabra y del espíritu, la contención que hace el espíritu para revelarse enteramente a través del lenguaje”.

Cipriano Castro al referirse a la fístula vesico-colónica que padecía decía “Medo por donde pedo”. Juan Vicente Gómez nunca ”habló”. Betancourt, en cambio, se estremecía de gusto empleando palabras resonantes. Carlos Andrés Pérez se hizo famoso con su “ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario”. Chávez solo dijo vulgaridades y Maduro, el presidente usurpador, habla pero no domina el lenguaje; más bien se expresa de manera tosca. Pero creo que nunca un pueblo se ha parecido a su gobernante en el lenguaje como con Chávez y mientras más nos zarandeaba autoritaria y groseramente, más ordinario resultaba el lenguaje que hablábamos.

A todos los niveles, el maltrato y la incoherencia en el lenguaje del venezolano es cada vez más alarmante. Hacemos intentos inútiles por evitar su distorsión. Pero sigue ofendido y menospreciado. En la hora actual, el jefe del Estado y los militares que sostienen su estrepitoso fracaso maltratan desconsideradamente al lenguaje. También lo hacen los medios de comunicación y la jerga electrónica. Algunos políticos manejan una sintaxis deplorable; uno que otro juez puesto en entredicho se expresa con desgano; ciertos locutores de radio, muchos universitarios y la gran mayoría de los estudiantes del liceo perturban a Rafael Cadenas y ninguno advierte la estridente pobreza que se arrastra en  sus lenguajes. Afortunadamente, ¡otros y yo tanteamos en la oscuridad!


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