Marcha del 11 de abril de 2002

Dedico este especial artículo a los policías metropolitanos del 11 de abril y a sus familias. A éstos humildes servidores del pueblo venezolano que nos defendieron de empistolados facinerosos, durante aquella multitudinaria manifestación de 2002, hace justamente veinte años. De todos aquellos agentes, Erasmo Bolívar, Luis Molina y Héctor Rovaín aún siguen prisioneros. Son “lo más delgado de la cuerda”, por donde reventaron las tensiones creadas por todos los protagonistas de la situación política y social de este país. De cierto modo, algunos mucho más, otros mucho menos, ya adultos todos en cierta medida somos responsables de la continuada destrucción de la institucionalidad democrática venezolana que se había alcanzado hasta entonces.

Tomo, de la narrativa de uno de mis artículos anteriores y que titulé “En honor a la verdad” (El Nacional, febrero 5 de 2022), el siguiente párrafo:  “Observando y reflexionando en los últimos años sobre la actuación de la llamada clase dirigente nacional, y ojo subrayo que incluyo en ella no solo a la ‘clase político-partidista’ sino también a la empresarial; confieso que siento pena al constatar al paso de los años como nos dejamos vencer por las oscuras ambiciones sectoriales y personales. Vendettas de enanas estaturas morales, y por ¡la manipulación de la verdad! Todo con los fines pragmáticos de dichos sectores por alcanzar poder y dinero. Por encima de los intereses esenciales de una nación, que deben ser compartidos para proteger a una tan promisoria como la venezolana. Nación cuyo acelerado crecimiento poblacional desde finales de los años de 1940, e ingreso descomunal como país de renta petrolera (con altibajos cíclicos), no logró producir a tiempo sin embargo la vital y correspondiente dinámica de reforma del Estado”.

Se habló por parte del presidente Hugo Chávez Frías, después de los trágicos acontecimientos derivados de la manifestación cívica del 11 de abril de 2002, de la necesidad del diálogo para superar las formas violentas de confrontar nuestras diferencias. Recuerdo, durante su llamado a concurrir a mesas de trabajo en Miraflores, a la amable e inteligente presencia de Janet Kelly, inolvidable profesora del IESA.  Ella seguramente aportó lo mejor de sí para contribuir a edificar caminos hacia una mejor democracia. La insalvable perturbación que, desde la cultura totalitaria castrista de La Habana, y manejando su propia agenda continental de interés de control dictatorial y permanente del poder frente a nuestro defectuoso pero promisorio modelo democrático, impuso su destructivo modelo. Así, desde el que fuera nuestro propio ejército nacional, en una “guerra sin bombas” pero sí con lacrimógenas que como él mismo pidió fueran “con gas del bueno”, además de balas y lanzacohetes como el que luego se usaron, por ejemplo, contra Oscar Pérez y mujeres venezolanas, como Lisbeth Ramírez, quien fuera asesinada en estado de tres meses de gestación, demuestran la crueldad, inmoralidad y cobardía en que han caído luego quienes han acompañado a Diosdado Cabello en el propósito de mantener y aumentar el control del poder a toda costa mediante una guerra a la libertad y a la democracia que exigimos la abrumadora mayoría del pueblo venezolano.

 


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