Ucrania archivo
Foto referencial / Getty Images

Existe cierto consenso en el sentido de que Rusia está perdiendo esta segunda fase de la guerra contra la existencia de Ucrania como Estado libre y soberano; la primera fase se perpetró con éxito para Rusia en 2014 con la anexión de la península de Crimea y zonas del Donbás.

Ese consenso viene acompañado de la presunción de que esta confrontación va para largo porque la fase en progreso se prolongue indefinidamente o porque, habiendo algún tipo de pausa, la misma se convierta en un enfrentamiento crónico, en un punto de fricción y tensión permanente.

La afirmación de que Rusia está perdiendo política y militarmente la confrontación se asienta en el hecho real de que el aparente objetivo inicial de la invasión no se logró ni es probable que se logre. Ese objetivo era  la toma de Kiev y de las principales ciudades de Ucrania con el consiguiente colapso y desarticulación del Estado ucraniano.

El traspié ruso se explica porque las premisas y los cálculos del putinismo para iniciar esta segunda fase, asumida como definitiva, de agresión contra la existencia de Ucrania como nación soberana resultaron carentes de veracidad y factibilidad. El pueblo ucraniano no los recibió como libertadores sino que los resiste y combate, subestimaron al gobierno de Zelenski y su capacidad de liderazgo y convocatoria para promover una resistencia inteligente y eficaz, fallaron al creer que Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN iban a responder con el mismo talante, desidia e irresponsabilidad que en 2014, sobrestimaron la capacidad y preparación de las fuerzas armadas rusas y de sus servicios de inteligencia y subestimaron la determinación del ejército ucraniano de resistir y combatir apoyado por la OTAN y otros en equipamiento e inteligencia. Mención aparte merece los daños severos infringidos a la población civil ucraniana, así como a las ciudades e infraestructura civil y de servicio del país. La magnitud, sistematicidad y continuidad de esas agresiones demuestra que son deliberados y no daños colaterales. Esa campaña de destrucción, que recuerda escenas de la Segunda Guerra Mundial, puede ser calificada como delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra.

La derrota trasciende ampliamente lo militar y se inserta en los ámbitos de la política y la economía.

Políticamente, la agresión rusa es rechazada por una amplísima mayoría de la opinión pública internacional (la que tiene libre acceso a la información) lo cual le ha generado una situación de desprestigio y de aislamiento muy serio. Las democracias del mundo han dejado de lado, en esta ocasión, sus diferencias – de las cuales el putinismo se aprovechó y promovió- para asumir en conjunto la defensa de Ucrania. El Estado ruso es visto por gran parte de  la comunidad internacional como un Estado forajido y sin credibilidad por haber violado la integridad territorial de otro Estado y  desconocido varios tratados suscritos.

En lo económico las sanciones adoptadas y las que se anuncian de parte de los Estados democráticos suponen y supondrán un enorme daño a su economía  del cual le costará mucho recuperarse y dañara seriamente la calidad de vida de la sociedad y probablemente la gobernanza del régimen putiniano. En otras palabras, la marca Rusia se ha desvalorizado considerablemente.

Tan consciente está el Gobierno ruso de la actual situación que cambió de objetivos y sustituyó a quienes han comandado la guerra in situ. Putin y su camarilla harán todo lo posible para  obtener algunas ganancias de cara al interior de Rusia y de debilitar a Ucrania.

En ese sentido, tratarán de apoderarse de todo el Donbás, de dejar a Ucrania sin salida alguna al mar, de destruir al máximo posible toda la infraestructura económica, civil, de servicios de Ucrania con el fin de convertirla en un Estado fallido y presentarlo ante la sociedad rusa como victorias justificadoras de lo que llaman Operación Militar Especial. Estos movimientos y cambios son  un repliegue para evitar nuevas derrotas que podrían dañar  la continuidad del putinismo en el poder y prepararse para continuar con sus delirios expansionistas.

Joe Biden tuvo razón cuando expresó que Putin no podía seguir en el poder. El problema es exactamente ese. La legitimidad y la misión autoproclamada del putinismo es la recuperación de las viejas influencias y dominios territoriales de la Rusia zarista y de la URSS. Además, la existencia de sistemas democráticos en los  países excomunistas de Europa es considerada por el putinismo un peligro por el efecto demostración que pueda tener sobre el pueblo ruso. Por eso mientras permanezca gobernando existe el riesgo y el peligro de nuevas incursiones e intentos de desestabilizar y atentar contra la soberanía e integridad territorial de esas naciones.

Por otro lado, es difícil que el pueblo ucraniano y sus gobernantes acepten pasivamente tanto el desmembramiento de su integridad territorial como el nuevo statu quo que le quiere imponer el Gobierno ruso; tampoco dejar sin castigo ni reparación las atrocidades cometidas en la guerra.

La comunidad internacional democrática debe seguir adelante con su apoyo a Ucrania y las sanciones a Rusia; continuar dando pasos para reducir al mínimo la dependencia en materia energética y otros productos rusos hasta que el Estado ruso abandone sus propósitos expansionistas.

 


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