Juan Guaidó se vuelve a equivocar, o tal vez sería más justo decir que lo han llevado de nuevo a equivocarse. Muchos se preguntan, no pocos con indignación, de cuál grupo de asesores puede provenir lo que ya se advierte como una más de las inocentes e infructuosas jugadas de la oposición; es decir, esa nueva propuesta denominada “Acuerdo de Salvación Nacional”.

Al enterarse de ella, Nicolás Maduro no podía creer tanta suerte. Por supuesto que previo a la “aceptación” de la iniciativa que se le ofreció en bandeja de plata, disimulando la intoxicación de felicidad que recorría su cuerpo, y aparentando rechazarla en un principio, no perdió oportunidad para humillar y desacreditar la figura de quien le ha servido como necesario enemigo interno.

Nicolás supo dejar en evidencia la posición de debilidad desde la cual se formula una propuesta que, a primera vista, pareciera contribuir a reforzar el control que el despiadado régimen tiene sobre la agenda política nacional. Así mismo, quiso hacer ver algunas de las inconsistencias que han acompañado la gestión del presidente interino e incidido en el desgaste de su liderazgo. Textualmente dijo: “Guaidó pasó del R2P, que era la invasión a Venezuela, a dialogar con Maduro. Ahora se quiere sentar conmigo. ¿Qué traerá en las manos? ¿Qué trampa traerá? ¿Le dieron la orden del norte? Tu presidencia se acabó, Guaidó, eres un piazo de líder opositor, ahora te toca hablar con Maduro”.

Un cambio de enfoque

Obviamente, la propuesta de Juan Guaidó, aunque el mismo lo niegue, representa un intento de reformulación de estrategias, acudiendo a mecanismos anteriormente satanizados como el diálogo y la negociación. Un gigantesco paso hacia atrás que coloca al régimen en una situación de mayor fortaleza.

Recordamos que la esencia de la propuesta conviene en un proceso de negociación entre las fuerzas legítimas democráticas, factores del régimen y las potencias internacionales, estas últimas como garantes de los acuerdos a ser logrados, entre otros, la celebración de elecciones libres (presidenciales, parlamentarias, regionales y municipales) y el ingreso de ayuda humanitaria urgente para lograr la recuperación de Venezuela. Como incentivos al régimen, la comunidad internacional se comprometería a un levantamiento progresivo de las sanciones.

Pero es que, bien observado, el contenido básico de la propuesta nos conduce a una serie de interrogantes que cuestionan su viabilidad. Por ejemplo, ¿de qué le sirve al régimen de Maduro un levantamiento progresivo de las sanciones bajo la condición previa del cumplimiento de los objetivos fundamentales del acuerdo y, en especial, de propiciar las condiciones mínimas necesarias para unas elecciones libres, justas y supervisadas (liberación incondicional de los presos políticos, libertad de prensa, rehabilitación de partidos políticos y sus dirigentes), en las que estaría garantizada su derrota? Este tipo de desprendimiento que se espera del régimen no existe en su diccionario. Todos saben que el fin último de la dictadura chavista-madurista es el poder por el poder, ad infinitum.

Por otra parte, ¿Es el Acuerdo de Salvación Nacional una propuesta elaborada tras bastidores por algún sector institucional de la Unión Europea, con el apoyo del gobierno de Estados Unidos, y transmitido a Juan Guaidó, como la única y más cómoda estrategia de solución a la mano? ¿Pretende la misma sustentarse en el respaldo a los esfuerzos de diálogo liderados por propios actores nacionales, bajo el triste convencimiento de que una salida sostenible a la crisis que vive Venezuela puede darse solo a través de negociaciones políticas que conduzcan a un proceso de transición democrático?

Si esto es así, ¿con qué tipo de elementos disuasorios cuenta la oposición venezolana, más allá de las declaraciones de intención y respaldos retóricos de la comunidad internacional, para obligar al régimen, primero, a sentarse a conversar seriamente, y luego, a honrar los términos de un eventual acuerdo integral? Hasta los momentos, la única variable que ha mantenido relativamente en jaque al régimen madurista ha sido el mecanismo incremental de sanciones, sobre todo el aplicado por las administraciones de Estados Unidos, que han siempre esperado una aproximación similar de la parte europea.

Se impone la tesis europea

Pero, paradójicamente, está visto que con la propuesta de Juan Guaidó, dos situaciones pudieran aflorar próximamente: 1. La imposición de la tesis de solución a la crisis de Venezuela promovida por la corriente europea liderada desde España, y 2. La eventual revisión y relajamiento de las sanciones aplicadas al régimen de Nicolás Maduro. Por ahí escuchamos la semana pasada al Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Común, Josep Borrell, quien aseguró que no podía “sentirse más que satisfecho y apoyar en todo lo que pueda la iniciativa de Juan Guaidó (…) llevamos más de un año insistiendo en qué es lo que hay que hacer, que esto no se va a resolver si no es con un proceso de negociación”.

Mientras tanto, el presidente interino, ahogado en lo que parece ser un mar de contradicciones, asegura que el Acuerdo propuesto no representa un cambio o un viraje de la estrategia. En sus declaraciones del pasado viernes 14 de mayo, señaló que no es necesario otro proceso fallido de negociaciones para que la dictadura gane tiempo, para que haga ver que lo que quiere es dialogar con buena intención. Que lo que necesita Venezuela es un acuerdo para elecciones libres, para el ingreso de la ayuda humanitaria, que la dictadura se active en función de salvar a Venezuela.

Y es que uno se pregunta: ¿para lograr todo eso que nos dice Guaidó por las buenas, no hace falta un riguroso proceso de negociaciones que se perfila de antemano fallido?

¿Estamos hablando en serio?

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