Quizá debí dedicar estas divagaciones a honrar a quien honor merece: el poeta Rafael Cadenas, auténtico motivo de orgullo nacional, laureado recientemente con el Premio Cervantes, máximo galardón de las letras hispanas, reconocimiento ignorado por el comisariato cultural bolivariano; sin embargo, al bardo barquisimetano, estoy seguro, no le gustaría ser abrumado con loas circunstanciales y, por ello, me tentó abordar lo atinente al suicidio asistido en su lugar de reclusión del ingeniero Leoner Azuaje Urrea, presidente de Cartones de Venezuela —fuentes internas del Servicio Nacional de Medicina y Ciencias Forenses reportaron signos de tortura en el cuerpo del difunto—; pero estas líneas aparecerán publicadas la víspera del Primero de Mayo, y ello me obliga a referirme, aunque no más sea de paso, a la situación del subpagado y desprotegido trabajador venezolano, o, en su defecto, sumarnos a la rutinaria conmemoración del día consagrado internacionalmente a su exaltación, evocando la masacre de Haymarket y el infortunio de los mártires de Chicago —en Estados Unidos, este feriado (Labor day) se festeja el 5 de setiembre— , cual harán reposeros a tiempo completo, como Nicolás Maduro, quien procura explotar con lucrativa plusvalía ideológica la lucha de clases, a la cual no le interesa ponerle fin —ni a él ni a su legión enchufados, y a más de uno escuché afirmar: «si acabamos con la pobreza, termina la revolución», limitándose a  vocear desgastadas consignas reivindicativas—; y cuando el azar ―no la necesidad― los catapulta al poder, tal sucedió en tierra de gracia festejan la efeméride atizando con populista leña salarial la hoguera de la hiperinflación. A los vacuos discursos de orden prêt-à-porter anteponemos los reiterados pronunciamientos de gremios, sindicatos e instituciones como la Iglesia, censurando la indiferencia gubernamental ante el empobrecimiento general de la población, la descomposición de la calidad de vida y el colapso de los servicios públicos, y clamando  imparcialidad en los comicios que van a celebrarse en 2024 —o antes, tal amenazó el candidato a la derrota y apoyó Mazodando, si el evento es libre e imparcial— con las garantías inherentes a todo proceso comicial libre, confiable y transparente, pues de lo contrario, «lejos de aportar una solución a la crisis generalizada, puede agravarla y conducir a una catástrofe humanitaria sin precedentes».

En 1957, el arzobispo de Caracas, monseñor Rafael Arias Blanco, en carta pastoral en ocasión del Primero de Mayo, y a propósito de la cual Gabriel García Márquez, en reportaje anticipatorio del «nuevo periodismo», publicado en la revista Momento (1959) ―»El  clero en la lucha»―, asentó: «Desde Caracas hasta Puerto Páez, en el Apure; desde las solemnes naves de la catedral metropolitana hasta la destartalada iglesita de Mauroa, en el territorio federal amazónico, la voz de la iglesia ―una voz que tiene 20 siglos― sacudió la conciencia nacional y encendió la primera chispa de la subversión».

Todos tenemos derecho a soñar y nadie, creo, renuncia a esa prerrogativa, porque ella permite escapar, aunque sea por momentos, de la aburrida cotidianeidad y, además, sentencia el lugar común, soñar no cuesta nada. Digamos entonces, parafraseando a Joan Manuel Serrat, que harto de estar harto, me cansé de fastidiar al lector con la pertinaz lluvia sobre la mojada situación del país y, haciendo uso de esa potestad, imaginaré escenarios deducidos de las profecías de opinadores de oficio y, ¡claro!, de las elucubraciones de Raimundo y todo el mundo, a ver si adivinamos por dónde van los tiros, a partir de la convergencia de dos modos de fabular en ámbitos en apariencia divergentes: el cultural y el deportivo. A tal fin, usurpé el título de estas líneas a un formidable periodista, coplero y perenne soñador apureño, Reinaldo Espinoza Hernández, quien, con las notas y comentarios de sus Fantasías dominicales, se empeñó, a lo largo de seis décadas, en afinar el oído musical de la nación; y, a objeto de complementar el expolio, tomé como modelo para la forja de hipótesis los fantasy sports, ficticias instancias competitivas que las estadísticas y las apuestas convierten en millonario y muy concreto negocio, ¡bendita suerte!

Desvarío sin freno y con entusiasmo, en torno ―Andrés Eloy Blanco me perdone― a «ficciones que a veces dan a lo inaccesible proximidad de lejanía». Disparato en busca de lo imposible y supongo que aparece, deus ex machina, un candidato emergente con todas las de ganar, no porque lo señalen encuestas invariablemente ancladas en el mayoritario rechazo al continuismo, sino porque su victoria formaría parte de un entendimiento con el gobierno verdadero, el militar, aupado por La Habana, y el beneplácito de Moscú y Beijing ―suplidores de juguetes bélicos sin repuestos― en el marco de la nueva guerra fría, para que Maduro & Company hagan mutis con garantías de impunidad judicial. Este arreglo dejaría al bellaco capilar y a sus compinches con los crespos hechos y dueños de una poco apetecible tajada del PSUV, enfrentada a una facción madurista gestionada tal vez por los hermanitos Rodríguez: una confrontación fatalmente encaminada a la liquidación del chavismo, ¡Dios nos lea!

La conjetura no deja de ser atractiva, aunque inquietante; lo primero, porque postula la salida de Maduro y cualquier cosa es mejor que su permanencia en Miraflores; lo segundo, porque la gobernabilidad solo sería viable con el concurso de fuerzas menguadas. Así, Acción Democrática, Copei, Primero Justicia y otras organizaciones con agallas burocráticas y nostalgia puntofijista colocarían sus fichas en un gabinete de salvación nacional y cargarían con la responsabilidad de negociar un paquetazo que haría palidecer al programa de ajustes económicos de Carlos Andrés Pérez y los Chicago Boys. Resta la posibilidad de un mandato transitorio y sujeto a un poder constituyente convocado sobre la marcha (wishful thinking).

María Corina, Henrique Capriles y otros aspirantes ya embalados hacia las primarias apretarían las tuercas del cálculo especulativo, barruntando la aparición de José Luis Rodríguez Zapatero y el entrometimiento de Gustavo Petro, capaces de poner sobre la mesa el plato del cambio sin sobresaltos con Nicolás como guarnición. En un escenario anhelado por la oposición oficialista, Henri Falcón y pretendientes similares, persuadidos de la imposibilidad de derribar a Goliat con el chinazo de David, renuncian a sus aspiraciones  y se dan un baño de prestigio y porvenir; un futuro que acaso deba esperar, no porque nuestro ejercicio de política ficción contemple un eventual aplazamiento de las elecciones, sino en atención a una decisión de última hora de la camarilla dictatorial por temor a perder el control sobre la farsa urdida entre poderes subsidiarios del ejecutivo para  perpetuar su tiránica regencia.

¿Y si la salida, cual sostienen quienes juzgan imposible enfrentar institucionalmente a una mafia hamponil cebada con el erario público, es de naturaleza insurreccional? No mediante un ordinario golpe militar, prefigurando más de lo mismo o algo peor; no, pero sí con un levantamiento civil. ¿Qué tal si mañana se convocase a un paro general contra el fraude a consumarse en las venideras votaciones, poniendo fin al continuismo rojo? ¿Vapores de la fantasía, que diría el poeta de La renuncia? Probablemente. Soñar, ya lo dijimos, es gratis, aunque se haga despierto. Y algunas veces los sueños son premonitorios: no debería tomarnos por sorpresa que alguno de los acontecimientos por suceder haya sido imaginado en esta delirante búsqueda de lo que, ¡todavía!, no hemos perdido: la ilusión.


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