En mi país el ministro de Información

habla diariamente en cadena nacional

de radio y televisión.

Se dirige al país enfermo bajo régimen de encierro

y segrega saliva cada vez que anuncia los números

que hablan de la pandemia haciendo estragos en

territorio americano.

El ministro sabe lo que dice; conoce los intrincados

laberintos de la psique humana y sabe que sus números

cuidadosamente modulados y pronunciados al final del día

hacen mella en la mente de los habitantes del país.

Con sonrisa ritual y macabra dice a la hora vespertina

van tantos muertos en la tierra del tío Sam

y los teleaudientes recuerdan que el ministro fue el

mismo funcionario, mismo burócrata

que al mando de Indra

importó del norte las maquinitas de la muerte para

implantar el voto automatizado y digital

hace dos décadas en tierras aborígenes.

Tiene una hermana el ministro; igual que él

es doctora pero no de la mente sino del derecho.

Igual que el ministro su hermana son huérfanos de

padre: el padre de ambos, de nombre homónimo

murió en los calabozos por los golpes de tortura

que le infligieron sus verdugos cuando luchaba

por construir la isla de la felicidad en que vivimos

millones de quienes, obligados, oímos las cadenas

radiales y televisivas con sus partes de guerra biológicas

y sus rosarios de fallecidos por coronavirus.

Los ministros, comunistas impepinables, hacen

triunvirato con el bigotón bailador acusado de

tráfico de sustancias estupefacientes: “primus inter pares” le

mientan al consorte de la primera combatiente, quien

tiene a sus sobrinos en una cárcel de Manhattan por

tráfico de clorhidrato según se lee en periódicos de

la época en que se practicaron las aprehensiones

de los chicuelos apellidados Flores.

Es débil y endeble la memoria de mis connacionales:

ya nadie recuerda que los sobrinos están celdas de

máxima seguridad en el país más poderoso de la tierra.

Y que “cantaron” bello, bello, líricamente como pavarottis

y prendieron el ventilador dando nombres y apellidos,

con pelos y señales a la DEA.

En mi país rige un narcoestado

en mi país no hay Estado de Derecho

en mi país gobierna una oclocracia kakistocrática

en mi país, para ser magistrado de la república

menester es tener antecedentes penales, pues

la inveterada pulcritud ética es una raya para

quien aspire hacer carrera judicial.

En mi país es costumbre ver la viga en el ojo ajeno

pero no reparar en la paja en el propio o viceversa.

En todo el mundo hay una pandemia viral

y la gente cae en las calles muertas como moscas,

pero en mi país no pasa nada y todos sus habitantes

reciben su caja CLAP de alimentos con

pollos, carnes y pescados

cada quince días y nadie trabaja porque el Estado comunal

lleva la comida casa por casa puntual y cada cajita feliz

contiene un tapabocas para evitar el contagio del

virus imperialista

Sí, porque en mi país, la clase gobernante dice que

el coronavirus es un invento del imperio.

En mi país todos somos inenarrablemente felices y quien no lo sea

pues, ahí están las fronteras…


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