Posiblemente es un buen síntoma percibir que el país comienza a estar más atento a lo que hace el ciudadano que a lo que hace el gobierno. Manifestaciones, declaraciones, disposición a opinar y participar no solo contribuyen a ir descongelando un clima de silencio y de cierta resignación, sino a visibilizar mejor, pese a los intentos de manipulación, las condiciones de un país en crisis profunda tanto en lo económico y social como en la vigencia de la legalidad y los derechos y en la generación de retos y de expectativas.

Cada día se percibe un gobierno más aislado del país real, más confuso en sus estrategias y decisiones económicas, interesado por encima de todo en proteger su propia subsistencia, su presente, sus intereses, sus seguridades. Sus declaraciones de voluntad de diálogo son percibidas como engañosas, insinceras, marcadas por la urgencia de ganar tiempo. Sin diálogo con el país, las medidas económicas que viene asumiendo no solo no aseguran estabilidad, sino que agravan las distorsiones de un sistema con más de un discurso y más de un esquema, con estrategias contradictorias y acomodaticias. No de otro modo se explican fenómenos como la desvalorización de la moneda, la fluctuante pero siempre elevada inflación, la reducción del gasto público, el empobrecimiento de los salarios, el negativo efecto sobre la producción nacional de una acomodaticia política de apertura a la importación, la manipulación de una economía ficticia en la que conviven formas de lujo y despilfarro con escasez y pobreza ultrajantes.

La realidad de una economía profundamente debilitada se expresa en el menguado presupuesto del Estado, de apenas 11.565 millones de dólares para el 2023, 14% menos que el de 2022, cifra que no permite presagiar grandes realizaciones, como de hecho no se dieron incluso en los años en los que este mismo gobierno disfrutó de un generoso ingreso petrolero. El tamaño al que se ha reducido nuestra economía y el desorden de su manejo no hacen esperar un crecimiento ordenado y estable, sin las alteraciones de la inflación y la amenaza de un cuarto arreglo macroeconómico que consagre un nuevo desplome de la moneda nacional. Al escaso músculo económico se suma la poca capacidad para administrarlo y, pese al discurso demagógico, la poca disposición para atender de verdad los reclamos de la gente. El anunciado regreso de algunas empresas petroleras, interesadas prioritariamente en la recuperación de sus acreencias, tampoco asegura una pronta ni una prolongada recuperación económica.

La respuesta a un gobierno que se aísla no debería ser otra que la de una ciudadanía que se une, que decide pasar de la negación a la afirmación, del silencio a la expresión, de la incomunicación y el encierro a la organización. El país ciertamente ganará cuando, sin dejar de observar lo que hace el gobierno y exigirle el cumplimiento de sus obligaciones, pasemos a pensar qué hacemos los ciudadanos. Una posición así, obviamente, supone asumir las tareas y los compromisos de planificar, de organizarse, de afirmarse en la continuidad de los propósitos.

La incorporación del ciudadano a la tarea de pensar el país no se limita al plano puramente económico. Abarca un universo más completo, más integral, el de las personas, de los derechos, de los valores, objetivos y metas, de la construcción del futuro, de la integración social. Se trata de cambiar la dependencia por el compromiso y de asumir la condición de ciudadano y sus responsabilidades. Se trata de promover un diálogo social de autenticidad, inclusivo, coordinado, enriquecido por la participación de las personas y de las instituciones. Hacerlo implica, desde luego, no solo disposición sino compromiso. Supone y exige atención a los problemas reales, planificación, desarrollo de capacidad de acción.

Es de alegrarse por las voces que se suman desde los gremios, la Iglesia Católica, la academia, los empresarios, unidos en la voluntad de hacer y en la definición de qué hacer, armonizado por la decisión de mirar en colectivo, pensar en colectivo y actuar en colectivo. Devolver la palabra y la capacidad de acción a los ciudadanos construye esperanza.

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