Desde hace mucho tiempo, explico a mis interlocutores venezolanos y extranjeros el mecanismo simple que utilizo para anticipar las acciones de Nicolás Maduro y su círculo cercano.

Es sencillo: me pongo en sus zapatos. La situación de Venezuela no es un asunto de analizar la historia, ya que no hay precedentes; tampoco es un tema de ciencias políticas, pues no responden a incentivos políticos tradicionales, son criminales, no gobernantes; y menos aún es un tema de entender ideologías como el marxismo, el castrismo o el chavismo, porque lo que prevalece aquí es la improvisación y la lucha por el poder, no una ideología o un guion coherente.

Algunos se esfuerzan en vano buscando comparaciones con otros regímenes autoritarios y tiránicos. Yo no. Me baso en una premisa muy simple: Maduro y su entorno están plenamente conscientes de los innumerables crímenes que han cometido y continúan perpetrando. Son plenamente conscientes de las consecuencias de sus actos, lo que les genera terror y les obliga a aferrarse al poder, que por ahora les garantiza impunidad. Y es la impunidad lo que más desean.

La lógica criminal difiere enormemente de la lógica de individuos morales, respetuosos de la ley y los derechos ajenos, y sobre todo, de aquellos seres sociables y empáticos. En su lógica, deben hacer lo que sea necesario para lograr su objetivo.

En el caso de Venezuela, Maduro y sus aliados deben abusar de los derechos de todos, ya que no hacerlo pone en riesgo su permanencia en el poder y, por ende, su libertad. Por ello, torturan y violan mientras firman acuerdos de cooperación con el fiscal de la Corte Penal Internacional, o exigen el levantamiento de sanciones mientras incrementan las razones para ser sancionados y perseguidos. En las mazmorras del régimen siguen encerrados cientos de seres humanos, el país ve crecer una infraestructura dedicada al narcotráfico financiada y controlada por el Estado, y el derecho a elegir y ser elegido se viola descaradamente a cada momento. La lista de abusos es interminable, motivada por el miedo a enfrentar las consecuencias de sus numerosos crímenes. Cualquier acción para evitar perder el poder se justifica. El costo marginal de un nuevo crimen es insignificante en comparación con el costo real de perder el poder.

Esta es la lógica y la racionalidad de Maduro y su grupo de desalmados. No hay que buscar más allá. Sus acciones son predecibles y tienen una lógica propia: la lógica de criminales, no la de millones de ciudadanos atrapados o secuestrados por esta perversa dinámica.

Los numerosos intentos de negociación con este régimen han fracasado porque quienes han mediado, facilitado o participado del otro lado de la mesa, nunca han querido aceptar esta realidad y nunca han sido los adecuados para lidiar con sociópatas aterrados y dispuestos a todo.

En el caso del Reino de Noruega, el nivel de «ingenuidad» roza la irresponsabilidad estatal. Siempre han buscado soluciones que permitieran al chavismo preservar su espacio sin entender que el chavismo no es algo definible con certeza científica, ni deseable para nadie sin depuración.

La negociación no puede ser entre secuestradores y secuestrados. Si hay un secuestro, y en nuestro caso es claramente un secuestro colectivo y masivo, es porque existe una asimetría de fuerzas y, sobre todo, la voluntad de abusar de esa asimetría. Por eso no rechazo que el gobierno de Estados Unidos se involucre directamente. Washington posee lo que ellos anhelan y a la vez lo que temen. Eliminar sanciones y acusaciones penales, bajar los letreros de «se busca» y quitar las recompensas, indultar a Alex Saab y los sobrinos, y ofrecer reconocimiento diplomático y político. Esa era una negociación con fundamento.

Lo que critico es que figuras como Joe Biden, Jake Sullivan y Antony Blinken, distraídos por media docena de incendios alrededor del mundo, hayan confiado esta delicada tarea a funcionarios sin experiencia en la materia. No se puede ser tan negligente como para pensar que frente a la calculada racionalidad de criminales aterrados, se puede enviar a burócratas y novatos.

Era previsible ponerse en los zapatos del tirano y sus secuaces y anticipar que se mofarían del «Imperio» y, una vez más, de la buena fe de los venezolanos. No se requería ser un genio para dudar o anticipar; solo era necesario comprender con quiénes estamos tratando y reconocer que lo que los motiva los hace capaces de cualquier cosa.


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