Dedico el artículo de esta semana, gracias a la deferencia que me permite El Nacional, a la memoria de los gloriosos jóvenes militares que en defensa de la democracia fueron asesinados en una insólita asonada militar el 4 de febrero de 1992, hace ayer tres décadas. Día que permanecerá en el recuerdo de la nación venezolana como vergüenza de lo que pasó y que no debimos nunca dejar que nos pasara.

Observando y reflexionando en los últimos años sobre la actuación de la llamada clase dirigente nacional (y ojo subrayo que incluyo en ella no solo a la “clase político-partidista” sino también a la empresarial), confieso que siento pena al constatar al paso de los años como nos dejamos vencer por las oscuras ambiciones sectoriales y personales. Vendettas de enanas estaturas morales, y por ¡la manipulación de la verdad! Todo con los fines pragmáticos de dichos sectores por alcanzar poder y dinero. Por encima de los intereses esenciales de una nación, que deben ser compartidos para proteger a una tan promisoria como la venezolana. Nación cuyo acelerado crecimiento poblacional desde finales de los años cuarenta, e ingreso descomunal como país de renta petrolera (con altibajos cíclicos) no logró producir a tiempo, sin embargo, la vital y correspondiente dinámica de reforma del Estado.

Quiero compartir con ustedes, amables lectores, la mirada desde mi posición generacional de un venezolano nacido en la democracia desde 1958, y que trabajó como ingeniero civil en las tres últimas administraciones de la democracia, la de Jaime Lusinchi, la de Carlos Andrés Pérez y la de Rafael Caldera.

Al culminar en diciembre de 1984 mis estudios de pregrado en la Universidad Central de Venezuela, donde ocupé por concurso la preparaduría de Mecánica de Fluidos I y II en mis últimos cuatro semestres de estudios, renuncié a la propuesta de ser presidente de la Federación de Centros Universitarios, luego de haberlo sido de mi Escuela de Ingeniería Civil. Prefería graduarme y emanciparme económicamente. Quería ser útil más desde el campo profesional que del político-partidista. Entonces ya se sentía la debacle de los tradicionales liderazgos partidistas dentro de ese ámbito universitario. Tanto, que la universidad prefirió votar en primera vuelta por Edmundo Chirinos y Piar Sosa que por el catire José Ignacio Sanabria, gran caballero y exdecano de nuestra Facultad de Ingeniería, eligiendo finalmente al pernicioso y pervertido psiquiatra.

Para cerrar, “por ahora” el tema universitario, les comento que aún, desde por esos años de 1982, hace no tres sino cuatro décadas, fue literalmente a trompadas contra los “ultrosos”, que fuimos frenando a los que ejercían la violencia a tiros, y que sostuvimos la institucionalidad universitaria; salvando incluso en una ocasión el pellejo al propio rector Chirinos. Conociendo en esa etapa a dirigentes universitarios, muchos de los que luego han sido notorios actores dentro de la trama de la saga traidora a la patria, de un desastre de proporciones aún en curso, de continuistas e inigualablemente pésimas administraciones públicas, desde el chavismo de 1999, hasta la incalificable destrucción madurista del presente.

¿Tenían todo el tiempo del mundo? Después de fracasada la llamada comisión Caldera para la reforma constitucional y del Estado, la bautizada “Copre”, Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, se tomó todo el periodo de los cinco años de la presidencia de Jaime Lusinchi:1984-1988, para producir el libraco entregado en diciembre de ese último, ya al final de dicho periodo. Parecía que nadie, más que la propia nación venezolana y sus realidades, estaba muy apurado. Pero ¡al fin se tenía un documento teóricamente consensuado para dicha reforma del Estado!

Seguirá…

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@gonzalezdelcas


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